Historia del Traje y Moda Romántica Femenina 2

Un estilo de vestido caracterizado por su simplicidad y funcionalidad. Se destaca por las mangas ajustadas, el corpiño ceñido y faldas con forma de ojivas sin crinolina. Los tejidos comunes incluyen rayas, cuadros y telas lisas.

Este estilo se define por la integración del miriñaque y el vestido de volantes, creando un look romántico e inspirado en la época rococó. Las mangas se asemejan a pagodas, y se añaden elementos como manteletas y pardesús para el atuendo de calle, así como capas para ocasiones especiales.

Un estilo original de la época, reconocible por sus cortes angulosos y líneas marcadas. Las telas se caracterizan por ser lisas o llevar estampados de cuadros, rayas o lunares. Las mangas se ajustan al brazo, se utiliza un talle elevado y se destaca una falda grande con cola que evoca una cúpula barroca.

Un tipo de vestido ordinario que se caracteriza por un corpiño ajustado o un bolero conocido como 'fígara', así como trajes con paletó o una blusa con un coselete (cinturón ancho con tirantes). También se usaban túnicas y sobrefaldas.

Estos trajes se caracterizaban por su elegancia y sofisticación, incluyendo detalles como bertas, sobrefaldas, túnicas y drapeados.

Se caracteriza por la austeridad en su diseño, con mangas y corpiño ajustados. Las faldas son de forma ojival sin crinolina, y los tejidos utilizados son generalmente lisos, a rayas o a cuadros.

Este estilo se caracteriza por la integración del miriñaque y el vestido de volantes, creando un look romántico e inspirado en la época rococó.

Un estilo original de la época, reconocible por sus cortes angulosos y líneas marcadas. Las telas se caracterizan por ser lisas o llevar estampados de cuadros, rayas o lunares.

El periodo comprendido entre 1828 y 1836 en la moda romántica femenina se caracteriza por la inspiración en el pasado, con hombros suavizados y mangas abultadas en la parte superior del brazo. Los trajes escotados eran populares para ocasiones sociales, mientras que los trajes con manga larga eran usados en la calle (redingote). Las faldas, más cortas, con cinturón y adornadas en los bajos, completaban el conjunto. La mantilla o pañuelos/fichú se usaban sobre los hombros, junto con capas con palatina. Este periodo es el único del romanticismo en el que se observa el uso de zapatos. Los moños altos (a la jirafa) con rizos en las sienes eran comunes, así como tocados de gran tamaño y variedad, incluyendo sombreros de alas amplias con lazos y plumas, capotas y turbantes.

El traje globular, que dominó la moda femenina entre 1836 y 1842, se caracterizaba por una silueta redondeada y elegante. Las mangas, relajadas, se extendían hasta los antebrazos, mientras que el corpiño presentaba una base en forma de V. La falda, completamente acampanada gracias a la crinolina, caía hasta el suelo con un movimiento fluido. El diseño era ideal para crear una apariencia de delicadeza y fragilidad en la mujer. Los trajes de baile incorporaban bertha y volantes en la falda, y se podían usar sobretodos como manteleta de cabos y chales. Los peinados también se caracterizaban por la delicadeza, con tirabuzones (orejas de perro) y bandós. Este periodo marcó una evolución en el estilo romántico femenino, con un enfoque en la fluidez y la gracia del movimiento.

La revolución Industrial y la expansión del comercio trajeron consigo la expansión de la moda femenina a nivel internacional. París se convirtió en el centro de la moda. Surgieron las revistas de moda, que informaban sobre las últimas tendencias y estilos. La industria textil se fortaleció, dando paso a nuevos pasajes comerciales y locales dedicados a la moda. Se observó un cambio en la imagen de la mujer, que ya no se limitaba a tareas domésticas. La mujer aristocrática se convertía en la imagen ideal del ‘ángel del hogar’, fomentando la idea de la mujer como figura de ternura y cuidado.

La ropa interior durante el periodo romántico experimentó un auge en la complejidad y la variedad. Las camisas o corpiños de debajo, blusas interiores ajustadas, brindaban soporte al torso. Los camisolin o camisetas, con pechera y mangas postizas, complementaban la prenda interior. Las almillas, camisas para dormir, proporcionaban comodidad y holgura. Los calzoncillos y pantalones a la turca se usaban debajo de las faldas. El corsé, para moldear la cintura, se convirtió en una prenda esencial. Las enaguas, como la enagua de volantes, el zagalejo, la crinolina o la enagua crinolizada, ofrecían un soporte voluminoso a la falda. El miriñaque, una estructura redonda que se colocaba sobre la enagua, era fundamental para dar forma a la falda.

El periodo entre 1842 y 1850, conocido como ‘traje funcionalista’, se caracterizó por un enfoque práctico en el diseño. La silueta mantuvo la forma globular, pero se redujo en volumen. El corsé se mantuvo, pero se buscaba un ajuste más cómodo. Los cuerpos de las blusas se simplificaron, reduciendo la cantidad de volantes y adornos. Las faldas seguían siendo anchas, pero con un estilo más sencillo, y se usaban con el miriñaque o con el zagalejo. El vestido de casa se simplificó, con un enfoque en la practicidad y comodidad.

El ‘traje estructuralista’, que dominó la moda entre 1862 y 1868, se caracterizó por una silueta que acentuaba la estructura del cuerpo femenino. El corsé, que seguía siendo una prenda esencial, se hizo más rígido y estructurado, realzando las curvas y la cintura fina. Las faldas, en una variedad de formas, eran más estructuradas y se sujetaban con una base rígida, con un énfasis en la verticalidad. El vestido se convertía en una pieza escultórica, con un énfasis en la forma y la estructura. El crinolina fue fundamental para dar volumen y forma a las faldas, y se combinaba con otros materiales como el miriñaque y el zagalejo.

El vestido de volantes (1850-1862) significó una transición entre el traje globular y el estructuralista. La silueta seguía siendo voluptuosa, pero con un enfoque más romántico. El corsé perdía el soporte rígido de las ballenas y se volvía más suave, acomodándose a la silueta femenina. La importancia de la falda se mantuvo, con la adición de detalles como volantes y festones. Los vestidos eran más coloridos y ornamentados. Esta etapa, marcada por la transición entre el romanticismo y el neoclasicismo, se caracteriza por un exceso de volantes y bordados.

El calzado durante el periodo romántico femenino se diversificó con estilos como las botas de media caña, las zapatillas, los zapatos de salón y los zapatos de tacón. Las botas, en sus diferentes versiones, se caracterizaban por su sencillez y elegancia y se combinaban con vestidos de calle y de diario. Las zapatillas, cómodas y apropiadas para el uso diario, se convertían en una alternativa a los zapatos formales. Los zapatos de salón, elegantes y formales, se usaban en ocasiones especiales y eventos sociales. Algunos modelos incorporaban tacones de diferentes alturas, dependiendo de la época.