Manual de Ciencia Política PDF

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2010

Juan Manuel Abal Medina

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Political Science Political Parties Political Systems Political Theory

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This is a manual for political science, offering insights into political parties and systems from a political science perspective. It includes information about political parties and their roles in contemporary politics, potentially with historical analysis.

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MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA Juan Manuel Abal Medina Abal Medina, Juan Manuel Manual de ciencia política. - 1a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2010. 320 p. ; 18x25 cm. - (Manuales) ISBN 978-950-23-1707-6 1. Ciencias Políticas. I. Título CDD 320 Eudeba Universidad de Buenos Air...

MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA Juan Manuel Abal Medina Abal Medina, Juan Manuel Manual de ciencia política. - 1a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2010. 320 p. ; 18x25 cm. - (Manuales) ISBN 978-950-23-1707-6 1. Ciencias Políticas. I. Título CDD 320 Eudeba Universidad de Buenos Aires 1ª edición: Marzo de 2010 © 2010, Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires Tel: 383-8025 / Fax: 383-2202 www.eudeba.com.ar Corrección y composición general: Eudeba Impreso en Argentina. Hecho el depósito que establece la ley 11.723 No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor. www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política CAPÍTULO VI LOS PARTIDOS POLÍTICOS I. Introducción El estudio de las temáticas vinculadas a los partidos políticos ha sido uno de los temas clásicos de la ciencia política moderna. Desde los trabajos pioneros de Burke (1967 ), Lowell (1896), Ostrogorski (1964 ), Michels (1991 ) y Bryce (1921) el análisis de los partidos ha ocupado un rol central en la disciplina, y no resulta casual que “los primeros libros genuinamente politológicos se hayan escrito precisamente sobre los partidos políticos” (Von Beyme, 1986: 1). Distintos autores se han interrogado por la naturaleza de este fenómeno político, que, tras haber sido en sus orígenes demonizado o relativizado, fue ocupando un lugar cada vez más central en los sistemas políticos modernos; tanto, que es difícil imaginar cómo podría haber política en los estados contemporáneos sin la existencia de partidos (Ware, 1996: 1). Actualmente, el área de estudios sobre los partidos políticos es uno de los campos más vastos de la Ciencia Política. Se han multiplicado los trabajos, libros, encuentros y congresos dedicados al tema, lo que ha hecho muy difícil –para la mayoría de los cientistas sociales que no se dedican estrictamente al tema– mantenerse actualizado. Tras largos años en los que el interés académico sobre los partidos parecía haber disminuido, se detecta una notable revitalización del subcampo de los estudios parti- darios. Las razones que explican el creciente interés por los partidos son, básicamente, dos: una que se asocia con los cambios del contexto político, y otra que se relaciona con las transformaciones del ambiente intelectual (Lechner, 1990: 17). En el transcur- so de una década, la mayoría de los países de América Latina dejaron atrás regímenes no democráticos de diversa índole y la democracia empezó a darse por descontada. Dejando de lado, por ahora, las particularidades que estas nuevas democracias presen- tan (O’Donnell, 1997: 287), las elecciones se volvieron la principal avenida para lle- gar al gobierno (Mainwaring y Scully, 1995: vii), por lo que los partidos empezaron a ocupar un lugar cada vez más importante y visible en las arenas políticas nacionales. Aun en estos momentos en que se vive una creciente sensación de crisis en la política 225 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS (Dalton,2004) y cuando el creciente desencanto y debilitamiento de las formas clási- cas de participación (Muller, 2006 y Heidar, 2006) y el rol creciente de los medios de comunicación (Semetko, 2006: 515) parece abrir una época caracterizada por una “política minimalista” (Cavarozzi, 1996: 47), es innegable que tanto las elecciones regulares, libres y competitivas (Manin, 1998: 6) como los partidos políticos (Schmitter, 2001: 85, Von Beyme, 1995: 102) son elementos imprescindibles de lo que hoy enten- demos por democracia (O’Donnell, 1997: 307). La segunda causa del interés creciente por los partidos, si bien se relaciona con la anterior, se basa en un cambio en lo que ha sido llamada la historia interna de la ciencia. Entre las décadas de los setenta y los ochenta fueron perdiendo fuerza en el ambiente intelectual de las ciencias sociales latinoamericanas los enfoques, antaño predominan- tes, que entendían a lo político como un mero epifenómeno de lo social, como un reflejo de la acción de sujetos sociales ya previamente constituidos (Lechner, 1990: 28). Esto llevó a una revalorización del interés teórico por la política y por sus actores. Como señalamos en los capítulos precedentes, la democracia como hoy la cono- cemos, es decir como un gobierno electoral representativo, no puede funcionar sin partidos que disputen periódicamente el gobierno mediante la búsqueda del voto po- pular. Así, los partidos pueden entenderse como un instrumento limitado pero impres- cindible para relacionar a los gobernantes con los gobernados, dado que al optar por uno de ellos el votante sabe que está eligiendo la defensa de determinados valores e intereses asociados a esa fuerza política. Cuando los partidos son fuerzas dotadas de cierta estabilidad y arraigo social, son un instrumento que permite volver democráti- cos a los regímenes representativos, ya que permiten a los votantes optar por cursos de acción distintos y reconocibles en materia de políticas públicas. Este capítulo se divide en dos partes. En la primera realizamos un breve recorrido teórico y conceptual sobre los partidos políticos, desarrollamos sus orígenes históri- cos, su organización interna, sus cambios en el transcurso del tiempo, así como los modelos que se han conocido en la literatura, terminando con la definición del sistema partidario y su clasificación. En una segunda parte buscamos aplicar los conceptos y la teoría a la realidad de nuestro país, haciendo una caracterización de los partidos políticos y del sistema de partidos en las diferentes épocas. II. ¿Qué es un partido político? No existe actualmente en la disciplina una definición precisa y con acuerdo gene- ralizado sobre lo que es un partido político (White, 2006: 7). Continúa, por lo tanto, un amplio debate entre distintas definiciones que pueden ser clasificadas en estrechas, amplias o intermedias. 226 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política Entre las definiciones estrechas encontramos a autores, como Downs (1992 : 23), que proponen reducir la definición sólo a los grupos que “buscan el control del apara- to gubernamental en elecciones debidamente constituidas”. En el mismo sentido, Schlesinger (1991: 6) sugiere restringir la definición a los “partidos que compiten en elecciones libres y primeramente a aquellos que son capaces de ganarlas a través del tiempo”, criticando a los que proponen abarcar a todas las instituciones que se definan como partido. Esta definición estrecha, también denominada “electoral”, es seguida por Sartori (1987: 67), quien entiende como partido a “cualquier grupo político que se presente en las elecciones, y pueda hacerse un lugar a través de las elecciones, colocando a sus candidatos en los cargos públicos”. Por su parte, Mainwaring y Scully (1995: 2-3), en su estudio sobre los partidos en América Latina, proponen una versión matizada de la defi- nición de Sartori, al incluir también a los partidos que quieran presentar candidatos pero no puedan hacerlo porque están prohibidos o bien porque las elecciones no tienen lugar. Un problema de las definiciones electorales es su dificultad para analizar organi- zaciones (como el Partido Comunista Chino) que actúan en regímenes que no permi- ten la existencia de otros partidos políticos, y donde no existen por lo tanto elecciones libres y competitivas. Otro problema de estas definiciones es su incapacidad para in- cluir a grupos que, si bien se presentan a elecciones, no lo hacen para lograr en ellas acceder a cargos públicos. Es el caso, por ejemplo, de lo que Sartori ha llamado parti- dos antisistema, organizaciones que ingresan a la arena electoral con el propósito de deslegitimar al sistema existente sosteniendo uno alternativo.1 Asimismo, en las socie- dades contemporáneas se pueden identificar con facilidad distintos partidos que utili- zan las elecciones como un foro para dar a conocer su visión ideológica o sus opinio- nes sobre determinadas temáticas, partidos en los que predomina lo que tradicionalmente se conoce como la función expresiva por sobre la instrumental.2 Como sostiene Janda (1993: 166), “una verdadera teoría general de los partidos políticos no puede ser cons- truida con una definición estrecha que excluya a los sistemas unipartidistas y a los partidos antisistema”. Las definiciones amplias, en cambio, se basan en la caracterización dada por Max Weber (1964: 228), quien define a los partidos como “formas de socialización que, 1. Un claro ejemplo sería el Sinn Féin, hasta los acuerdos de la década de 1990. El Sinn Féin es el partido republicano irlandés fundado en 1905 para pelear por la independencia de Irlanda. Esta organización estaba estrechamente vinculada a la organización armada Irish Republican Army (IRA) y se presentaba a las elecciones para el parlamente británico como forma de demostrar su predicamento, pero nunca ocupaba las bancas que obtenía ya que cuestionaba la legitimidad del estado británico. 2. White, en un trabajo reciente (2006), menciona dos ejemplos que resultan ilustrativos. Por un lado, en Polonia existió el partido de los amantes de la cerveza, que en 1991 llegó a ocupar 16 bancas en el Parlamento con una plataforma humorística que reflejaba valores de libertad de expresión y tolerancia política. Por otro lado, el Partido Verde en los Estados Unidos, que con un mensaje ambientalista y pacifista consiguió un 2,7% de los votos en las elecciones presidenciales de 2000 y según la mayoría de los autores le permitieron la victoria al candidato republicano George W. Bush. 227 VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS descansando en un reclutamiento formalmente libre, tienen por fin proporcionar a sus dirigentes dentro de su asociación y otorgar por este medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales [...]. Su acción está orientada a la adquisición del poder social”. Los críticos señalan que “cualquier definición de partido lo suficientemente am- plia para comprender a todas las organizaciones que se autodenominan partidos, no es una construcción analítica muy útil, debido a que muchas de las organizaciones com- prendidas por éste tienen poco en común” (Ware, 1987: 16). Nos encontramos así frente al problema inverso del señalado con respecto a las definiciones estrechas: si éstas dejan afuera del universo partidario a muchas organizaciones que generalmente se consideran parte de él, las definiciones amplias incluyen como partidos a muchas entidades que no son habitualmente consideradas como tales. Luego están las llamadas definiciones intermedias. En ese sentido encontra- mos que Duverger (1972 ) caracteriza a los partidos en torno a dos factores: (1) que su principal objetivo sea el de conquistar el poder o el de compartir su ejercicio y (2) que cuenten con una base amplia de apoyo. Janda (1980: 5) sostie- ne una definición semejante: “un partido es una organización que busca ubicar a sus representantes reconocidos en posiciones de gobierno”. “Reconocidos” quiere decir abiertamente identificados con el partido. Así, si un grupo de interés compite con sus propios representantes se vuelve un partido. Finalmente, “ubicar” puede significar tanto hacerlo mediante elecciones, como una acción administrativa o imposición directa. LaPalombara y Weiner (1966) señalan que para que exista un partido deben darse cuatro condiciones esenciales: a) la existencia de una organización duradera y estable; b) que dicha organización esté articulada de tal modo que las organizaciones de carác- ter local tengan lazos regulares y variados con la organización en el ámbito nacional; c) la voluntad deliberada y consciente del grupo de conquistar, ejercer y conservar el poder político; d) la búsqueda del apoyo popular para conseguir sus fines (especial- mente, pero no exclusivamente, en elecciones libres y competitivas). Frente a las definiciones estrechas que señalan los medios y fines que debe tener una organización para ser un partido, y frente a las amplias que relativizan tanto los fines como los medios, estas definiciones medias suavizan los medios (las elecciones), pero mantienen los fines (ocupar cargos de gobierno). Panebianco, después de descartar un conjunto de definiciones que a su entender fallan al utilizar los fines de los partidos como elemento definicional, ya que éstos no pueden ser determinados previamente, propone una definición novedosa que se entronca con el área de la sociología de las organizaciones. Para el politólogo italiano, los par- tidos, al igual que cualquier otra organización, “se distinguen por el ambiente en el que desarrollan una específica actividad... Sólo los partidos operan en la escena elec- toral y compiten por los votos” (Panebianco, 1990: 34). 228 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política Ware ha propuesto una definición que, si bien no pretende resolver el problema, permite trabajar con un concepto que es generalizable y analíticamente útil a la vez: “Un partido político es una institución que (a) busca influir en el estado, generalmente tratan- do de ocupar posiciones en el gobierno, y (b) usualmente consiste en algo más que un interés en la sociedad y trata, en algún grado, de agregar intereses” (Ware, 1996: 5). Llegados a este punto se puede vincular la propuesta de Ware (1996) con la de LaPalombara (1966), agregándole algunos elementos más y proponer una definición que, si bien no es perfecta ni pretende cerrar la discusión, resulta analítica y heurísticamente útil para el estudio comparado de los partidos políticos. Un partido es una institución, con una organización que pretende ser duradera y estable, que busca explícitamente influir en el estado, generalmente tratando de ubicar a sus repre- sentantes reconocidos en posiciones del gobierno, a través de la competencia electoral o procurando algún otro tipo de sustento popular (Abal Medina, 2002). Esta definición señala la cualidad diferencial de los partidos frente a otras organi- zaciones sociales y estatales, determinando que todo partido (1) busca influir sobre el estado explícitamente, tratando de ocupar posiciones en el gobierno por medio de elecciones u otra forma que tenga legitimidad popular, (2) que posee una organiza- ción que pretende ser, o al menos así lo presenta, como estable y duradera temporal- mente, y (3) consiste, de forma usual, en algo más que un interés individual o intenta de alguna forma agregar diversos intereses. Así, los partidos cumplen un rol diferen- cial como articuladores de coaliciones políticas, ya que ocupan o potencialmente pue- den ocupar posiciones claves en el aparato estatal, lo que les permite direccionar las políticas públicas. Esto, indudablemente, les ofrece un recurso de poder diferencial al resto de los actores. III. Los modelos de partido Los modelos de partido son herramientas muy útiles para entender el funciona- miento global de la política. Sirven para simplificar, articular y modelizar rasgos o ele- mentos que están presentes en los partidos reales. Analizaremos ahora la existencia de tres modelos sucesivos de partido político, que se presentaron en la evolución histórica y que con el paso de los años han ido cambiando su forma organizativa. De todas mane- ras, es importante entender que en los sistemas partidarios que se presentan en la reali- dad muchas veces conviven organizaciones partidarias que podríamos clasificar dentro 229 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS de distintos modelos; si bien aquí presentamos un esbozo de la evolución histórica, distintos tipos de partidos suelen coexistir en un mismo momento (Koole, 1996). La relación de estos modelos partidarios con la sociedad es analizada en el capítulo III sobre democracia y representación de forma más extensa, por lo que aquí sólo planteamos algunos elementos que permitan entender el contexto del surgimiento de los mismos. En este recorrido iremos introduciendo brevemente algunos cambios históricos que se fueron dando en la historia de Occidente de los últimos dos siglos, que contextualizan el cambio de las organizaciones partidarias y los modelos que fueron adoptando las mismas. III.1. Modelo I: partido parlamentario El primero es el concepto de partido parlamentario, de notables o de comité (Duverger, 1996 ), que hace referencia a los primeros partidos políticos modernos. En gene- ral, los autores que trabajan este término destacan como sus características la existencia de una muy pequeña organización partidaria, un origen interno a los ámbitos parlamen- tarios, débiles lazos con las organizaciones sociales e ideologías poco estructuradas. Este partido nació en la época en que las naciones más desarrolladas aún se regían por un sufragio censitario, y es propio de un rol todavía muy limitado del estado. Estos partidos no tenían prácticamente existencia por fuera de las cámaras parla- mentarias, sino que eran un grupo de representantes que se reunían en algún club, y es justamente por ello que son llamados partidos parlamentarios. Sin embargo, el desa- rrollo histórico, junto con el lento pero sostenido crecimiento de los cuerpos electora- les y la creciente radicalización que fueron tomando las disputas políticas a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, fue llevando a estos primeros partidos a “salir” de las cámaras y extenderse hacia la sociedad de una forma más permanente, apoyando en cada circunscripción electoral a un parlamentario amigo frente a otro de opiniones diferentes. Estos partidos eran conducidos por notables que los financiaban y se apo- yaban en ellos cuando había elecciones. El modelo de partido parlamentario expresa la primera forma que tomaron las modernas organizaciones partidarias, y la débil aunque creciente relación que las vin- culaba con la sociedad. III.2. Modelo II: partido de masas El segundo modelo es el de partido de masas (Duverger, 1996 ), burocrático de masas (Panebianco, 1990), o de integración (Neumann, 1956). Con este concepto se describen organizaciones partidarias fuertes y amplias, imbricadas con la sociedad, que presentan generalmente una férrea disciplina partidaria y una ideología estructurada. 230 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política El desarrollo de las organizaciones partidarias estuvo acompañado por cambios en la sociedad. La finalización de la etapa anterior fue testigo del nacimiento de las primeras luchas por la ampliación de la participación política, es decir, del sufragio. A lo largo del siglo XIX las naciones centrales vivieron grandes transformaciones en un plazo históri- camente breve, alimentadas por rápidos procesos de urbanización e industrialización. En el marco de esta transformación se fue constituyendo un nuevo actor social, la clase obrera, que se organizó colectivamente enfrentado al sistema en su conjunto. El cambio en el modelo organizativo se marcó claramente con los nuevos partidos que surgían al calor de las luchas sociales. Como su objetivo no era simplemente ganar el “juego” sino transformarlo, requerían antes que nada organizar a sus miem- bros, afiliándolos al partido.3 Así, la estructura organizativa de los partidos adquirió una alta densidad y complejidad institucional, con una fuerte estructura piramidal en cuyo vértice superior se encuentra la dirección nacional del partido, que contiene a los comités y agrupaciones locales. La militancia en este modelo es distinta a la del partido de notables, ya que había que realizar una cantidad de tareas que requerían un trabajo constante y permanente y recursos para dar salarios a los trabajadores encargados de ellas, adquiriendo así un carácter rentado, burocrático. Por lo tanto, a este modelo partidario se lo denominó también burocrático de masas. La desconfianza con que estos nuevos actores miraban al Parlamento (al que se veía como la cara del sistema que se buscaba combatir) y el carácter claramente centralizado de la estructura partidaria, llevaron a que los bloques parlamentarios carecieran de un poder real y fueran fuertemente controlados por la dirección del partido. Este efecto se acentuó con el tipo de sistema electoral que acompañó el desarrollo de este modelo de partido, que alentó un voto despersonalizado en el que el elector depositaba su confian- za directamente en el partido y no en los candidatos que éste propusiera. La constitución de partidos de estas características transformó el juego político, ya que para poder enfrentarse con éxito a semejante maquinaria política los partidos que aún conservaban una estructura de notables debieron transformarse a sí mismos, imi- tando en varios aspectos a sus rivales y anclándose en la sociedad. III.3. Modelo III: partido profesional electoral La tercera configuración de la política moderna hace referencia a las formas polí- ticas de finales del siglo pasado y principios del actual. Estados que han tenido que reducirse frente a la crisis de sus aparatos sociales de bienestar, junto con sociedades 3. La afiliación es un compromiso del individuo con su partido, donde manifiesta su adhesión con el programa y –lo que continúa hasta hoy en los partidos europeos– contribuye a financiarlo con una cuota que paga cada afiliado. 231 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS cada vez más individualizadas y heterogéneas, han llevado a un descentramiento de la política: el régimen político perdió gran parte de su carácter integrativo y representati- vo, primando una lógica de autorreferencialidad creciente (Lechner, 1995). Las transformaciones que se experimentaron en la política desde los años setenta están claramente ligadas a los cambios en el rol de los estados. Producto de la crisis fiscal, el déficit presupuestario y los requerimientos de competitividad que surgen en un contexto de economía globalizada, los aparatos estatales presentes en el modelo anterior fueron disminuyendo sus competencias y separándose de la esfera económi- ca. Al no poder garantizar políticas públicas específicas, el partido fue perdiendo sus referentes sociales, por lo que se vio obligado a buscar apoyos más amplios e indefini- dos. Los electorados de todo el mundo se volvieron mucho más volátiles, menos lea- les hacia partidos individuales y más propensos al cambio. Esta transformación del estado es acompañada por una creciente fragmentación social y una fuerte influencia de los medios masivos de comunicación sobre la política. Los elementos que algunos autores a fines de los años sesenta identificaban en lo que Kircheimer denominó partido atrapa-todo (o catch-all party), se acentúan hasta constituir un nuevo modelo de partido: el profesional electoral (Panebianco, 1990). Esto es claramente un signo de adaptación partidaria en un mundo donde la política pierde su anterior centralidad. Para lograrlo, los partidos reducen su expresión ideológi- ca, flexibilizan sus programas, reducen su burocracia interna y estandarizan su imagen. Las características que tipifican al partido profesional electoral son menos claras y unívocas que las de los dos tipos precedentes. En este sentido, a diferencia de lo que ocurría entre el partido parlamentario y el partido de masas, no existe un límite preciso para señalar cuándo una organización partidaria real se encuentra más alejada del modelo de masas y más cercana al electoral. Es interesante notar cómo los elementos de los dos modelos más recientes se vinculan en los partidos reales en yuxtaposiciones aparentemente contradictorias. Una combinación muy frecuente es la de organizacio- nes que se acercan al modelo electoral en sus campañas electorales (con plataformas difusas, profusión de marketing electoral y apelaciones a todo el mundo) pero mantie- nen en su interior las formas y métodos del modelo de masas (muchos afiliados y locales territoriales, estructura jerárquica piramidal, etcétera). En tal sentido, podríamos ubicar tentativamente a distintos partidos políticos de la Argentina y de otros países en un esquema constituido por cada uno de los tres mode- los propuestos. Esto permite comprender las intersecciones que existen en la realidad, dado que los partidos yuxtaponen elementos de diferentes tipos ideales. Mientras que, como veremos, el PAN argentino (Partido Autonomista Nacional) del siglo XIX con- formaba un típico partido de notables, partidos europeos de base obrera (como la socialdemocracia alemana y el laborismo inglés) se acercaban al modelo puro buro- crático de masas. En tanto, a partidos de creación reciente en la Argentina (como PRO o la Coalición Cívica) o en el exterior (como Forza Italia) podemos situarlos en el polo 232 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política más cercano al modelo profesional electoral. A su vez, los partidos Demócrata y Re- publicano de los Estados Unidos combinan elementos de los distintos modelos, otor- gándoles un cariz distintivo. En otros casos, como los mencionados SPD alemán y Laborismo inglés, con el tiempo se han ido desplazando hacia el modelo profesional electoral, pero conservando algunos rasgos de su pasado burocrático de masas. Hacia una clasificación de los partidos políticos: votos, políticas públicas y cargos Las superposiciones de las características de distintos modelos de partido han dado lugar a nuevos esfuerzos por establecer esquemas más útiles para la investigación empírica. En este sentido, Wolinetz (2007) estableció una clasificación de los partidos políticos en función de su orientación: partidos orientados a los votos, partidos orientados a las políti- cas públicas y partidos orientados a los cargos. Así, los partidos orientados a los votos tienen como prioridad ganar elecciones y en un sistema multipartidista son equivalentes a un partido atrapa-todo (catch-all). Los partidos orientados a las políticas son los que tienen programas bien definidos o ideologías bien articuladas o que se centran en un tema específico (los partidos de protesta). Los partidos de integración de masas se incluyen dentro de esta categoría. Por último, los partidos orientados a los cargos aspiran a asegurar- se un cargo gubernamental, ya sea en forma aislada o por medio de coaliciones. El partido cartel es una variante de esta última categoría pues engloba a los partidos que priorizan la obtención de cargos para sobrevivir. 233 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS Al mismo tiempo, ciertos elementos de los modelos son más útiles para entender algunos aspectos de los partidos y no otros. Los atributos del modelo profesional- electoral, por ejemplo, son más valiosos para comprender cómo encaran los partidos su estrategia para las elecciones, pero no tanto para describir su rol en el gobierno, que sigue estando más ligado al modelo anterior. Una vez en el gobierno, los funcionarios propuestos o apoyados por los partidos implementan políticas públicas que general- mente no son puramente universalistas y que tienden a favorecer a sectores o grupos determinados, con lo que la vaguedad ideológica que puede existir en los programas partidarios encuentra un límite indudable. Lo cierto es que más allá de sus capacidades interpretativas o ilustrativas, los mo- delos partidarios deben ser usados con cuidado, evitando la tentación en la que caen incluso estudiosos reconocidos de confundirlos con la realidad misma o terminar cons- tituyéndolos en una especie de patrón evolutivo casi darwiniano en el cual los partidos van evolucionando de un modelo a otro y se adaptan a su entorno como si fueran especies animales en el proceso de la selección de los más aptos. Este error, que se denomina teleológico, genera la incorrecta idea de que un proceso político (la trans- formación partidaria, por ejemplo) tiene una direccionalidad, una finalidad (un telos) preestablecida que está obligado a seguir. Por último, resulta interesante preguntarse si eventuales cambios en el estado pue- den producir nuevos cambios en los modelos partidarios en tanto los modelos profe- sional-electoral o atrapa-todo se vinculaban a un determinado tipo de estado (uno con menor protagonismo en la economía y la regulación de la sociedad). En efecto, si el estado recupera, aunque sea parcialmente, la centralidad que tuvo en la posguerra en la definición del desarrollo de los países, posiblemente los partidos deban adaptarse organizativamente a ese nuevo rol estatal. IV. Organización y funcionamiento de los partidos A diferencia de lo que ha ocurrido en otras áreas del estudio acerca de los partidos políticos, “continuamos conociendo sorprendentemente poco sobre las organizacio- nes partidarias” (Katz y Mair, 1992: 2). Mientras entendemos bastante sobre “los par- tidos y sus votantes, los partidos y sus gobiernos y los partidos y sus competidores, sigue habiendo severos límites al entendimiento comparativo sobre cómo las organi- zaciones partidarias trabajan, cambian y se adaptan” (Katz y Mair, 1994: 2). La “cosificación” de los partidos puede ser una estrategia útil, en términos de permitir la construcción de modelos teóricos parsimoniosos para el estudio de las rela- ciones de los partidos entre sí o de la formación de las coaliciones electorales, por ejemplo. Pero esta reducción es peligrosa si nos lleva a asumir “a los partidos como si 234 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política fuesen un actor unitario” (Katz y Mair, 1994: 4 y Kitschelt, 1994: 207), olvidando que se trata de organizaciones complejas, donde diversos actores pelean por los recursos de poder y por imprimir determinada estrategia en un marco tipificado por reglas que son a su vez producto de disputas por el poder. Es importante señalar que, lejos de ser estables, las organizaciones partidarias están siempre en mutación. Si bien existe en la disciplina una gran cantidad de res- puestas a la pregunta por la naturaleza de las causas que empujan al partido a transfor- marse a sí mismo, la mayoría de los analistas ha señalado a la competencia electoral como la principal explicación. Según estos autores, serían las cambiantes necesidades que plantea la competencia electoral las que inducirían a la organización partidaria a adoptar transformaciones en su organización interna. Duverger (1957 ) plantea que uno de los principales cambios en los parti- dos se dio por la ampliación constante de los electorados, producto del sufragio uni- versal. A principios del siglo XX, los partidos tradicionales del siglo XIX se vieron empujados a transformarse por los avances electorales de los partidos obreros o socia- listas de organización de masas. Estos cambios redujeron el grado de competitividad de los partidos de notables, los que se vieron impulsados –por lo que Duverger llamó “el contagio desde la izquierda”– a ir adoptando formas organizativas semejantes a los partidos de masas. Años después, Kircheimer (1966) y Epstein (1967), aplicando la misma lógica que Duverger, llegaron a la conclusión inversa, al sostener que las nuevas modalida- des de la competencia electoral caracterizadas por la irrupción de los medios masi- vos de comunicación en sociedades cada vez menos clasistas empujarían a los par- tidos europeos a asumir un formato organizativo más descentralizado y flexible, semejante al estadounidense. El trabajo de Panebianco (1990) es útil para analizar los cambios de los partidos, ya que recalca el modo en que nacen y se consolidan institucionalmente, incluyendo las influencias del entorno sobre los mismos. En su esquema, la organización partidaria es la resultante tanto de las características origi- narias de los partidos como de las transformaciones económicas, sociales y tecnoló- gicas del medio en que actúan. Recientemente, Katz y Mair (1995, 1997) propusieron un enfoque diferente al competitivo pero con una lógica semejante. Los autores sostienen que en los últimos años ha surgido un nuevo tipo de partido, caracterizado principalmente por su depen- dencia de los recursos estatales para afrontar las cada vez más costosas campañas electorales.4 Este modelo, el partido cártel, presupone que para garantizar la apropia- ción partidaria de los recursos públicos, los partidos deben establecer entre sí relaciones 4. En otro modelo también propuesto recientemente, Hopkin y Paolucci (1999) hablan del “partido empresa”, organizaciones muy poco institucionalizadas creadas por empresarios u hombres de negocios y financiadas con sus propios recursos. El partido Forza Italia de Silvio Berlusconi es un caso prototípico. 235 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS de cooperación, formando una especie de cártel.5 De este modo, lo que impulsaría las transformaciones partidarias no sería ya la competencia electoral, sino los cambios en los tipos de recursos que las organizaciones requieran. Enfocándonos en el funcionamiento interno de los partidos, observamos que la coherencia de la organización partidaria y su nivel de centralización del poder son resultados contingentes del proceso político interno y no supuestos que puedan ser esgrimidos de antemano. La existencia de fracciones, tendencias o simples dirigentes rivales en prácticamente todos los partidos del mundo nos señala la existencia de una arena intrapartidaria, más o menos institucionalizada, en la que diversos actores dispu- tan día a día el control de la organización. En síntesis, los partidos deben ser analiza- dos como “sistemas políticos en miniatura con actores en lucha” (Kitschelt, 1994: 207): así, lo que puede beneficiar a un sector del partido puede perjudicar a la organi- zación como un todo. Tres son los componentes analíticos esenciales de la arena política intrapartidaria: las reglas formales de decisión, los recursos de poder (es decir, la distribución de los recursos organizativos) y los participantes, es decir, los miembros del partido. Las reglas formales de decisión implican intentos de gobernar el conjunto de la vida interna partidaria, por lo que tienden a ser un reflejo del balance interno de poder y son en sí mismas un recurso en las disputas internas. De igual modo, conforman una historia “oficial” del partido, reflejando la particular visión de lo que es y lo que debe ser la organización. Sobre los recursos de poder podemos, utilizando la conceptualización desarrolla- da por Crozier (1971: 54-75) y aplicada al estudio de las organizaciones partidarias por Panebianco (1990: 64-69), entender al poder como una relación de intercambio desigual basada en determinados recursos. Para Panebianco, las relaciones se deben diferenciar en dos tipos: las horizontales y las verticales. Las primeras son las relaciones entre los líderes. Panebianco sostiene que su contenido está dado por el intercambio de recursos organizativos, provenientes del control sobre las áreas de incertidumbre (Crozier, 1971). Éstas constituyen presta- ciones que las organizaciones requieren para su supervivencia y funcionamiento, y en el caso de los partidos incluyen los contactos con organizaciones o personas que apo- yan financieramente al partido, la buena llegada a los medios, la popularidad electoral y la capacidad de dotar a la organización de una identidad ideológica. Los individuos que controlan estas áreas consiguen un lugar importante en el interior de los partidos. 5. La cartelización de los partidos políticos conduce a que hacia afuera los partidos principales colaboren entre sí para excluir a nuevos partidos que pretendan disputarles su control de los recursos del estado, reduciendo de esta manera la competencia interpartidaria. A su vez, la importancia de los recursos públicos hace que a las organizacio- nes partidarias no les preocupe tanto obtener recursos por las vías tradicionales, con lo cual la militancia pierde valor y esto se refleja en estructuras internas más pequeñas y centralizadas. 236 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política Las relaciones verticales, que se dan entre dirigentes y seguidores, implican el intercambio de incentivos por participación. Los incentivos incluyen “los beneficios, servicios u oportunidades por los cuales un individuo está motivado a contribuir con tiempo, esfuerzo o recursos a una organización” (Wilson, 1995: 31). En este sentido, la existencia de estos incentivos es lo que permite a una organización superar el llama- do problema de la acción colectiva (Olson, 1992). El problema de la acción colectiva El llamado problema de acción colectiva aparece cuando los individuos que forman un grupo tienen un interés en que este grupo alcance un resultado, pero individualmente no les conviene asumir los costos de actuar para alcanzarlo; por ende, no se produce la acción colectiva requerida para lograrlo. Es decir, aquí los individuos tienen incentivos para comportarse como “polizones” (free-riders): aprovechar los beneficios de la acción colec- tiva sin soportar los costos (de tiempo, esfuerzo, dinero, etc.) de su propia acción indivi- dual. Por lo tanto, si todos razonan igual, la acción colectiva no se produce. Los miembros de un partido, por ejemplo, tienen interés en que se difunda el programa partidario a la ciudadanía para así mejorar sus perspectivas electorales. Sin embargo, cada miembro indi- vidual no desea invertir su tiempo en repartir folletos por las calles, pintar paredes o convencer a sus vecinos. Como cada miembro razona igual, nadie difunde el programa y el partido obtiene un peor resultado electoral. Según Olson (1992 ), entonces, proveer incentivos selectivos (materiales, de poder, de status) a los miembros que trabajan por el partido permite resolver los problemas de acción colectiva. Panebianco sostiene que podemos diferenciar los incentivos entre selectivos y co- lectivos. Los selectivos son los tipos de incentivo cuya distribución puede ser contro- lada por quien los otorga, por ejemplo: cargos, dinero o estatus; mientras que incenti- vos colectivos son aquellos cuya apropiación no puede ser completamente dirigida por nadie. La teoría de los incentivos colectivos distingue generalmente entre incenti- vos de identidad (se participa porque existe una identificación con la organización), de solidaridad (se participa por razones de solidaridad con los demás participantes) e ideológicos (se participa porque existe una identificación con la causa de la organiza- ción) (Panebianco, 1990: 41). Los incentivos colectivos, por su naturaleza, parecen ser más legítimos y también más económicos. ¿Pero por qué existen también los selectivos? Se puede decir que los incentivos selectivos son los que permiten que existan las organizaciones, que la par- ticipación perdure y se mantenga en el tiempo, y poder superar el mencionado dilema de la acción colectiva, siendo algo así como el cemento de la participación colectiva. 237 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS El nudo del “dilema de la acción colectiva” es entender por qué la gente participa de cuestiones colectivas si a nivel individual le convendría más no actuar. Dado que actuar tiene costos (de tiempo, de esfuerzo, monetarios, etc.), para cada individuo lo ideal sería que todos menos él mismo participaran de la medida, para beneficiarse de las acciones colectivas pero sin incurrir en los costos de intervenir. Estos individuos actúan como free-riders o polizones. ¿Cómo se supera este dilema? Los análisis contemporáneos nos señalan dos ma- neras: mediante la acción de individuos que se mueven “normativamente” según lo que se debe hacer sin importarle los costos, o a través de incentivos selectivos, en términos de premios (positivos) y castigos (negativos). Como vemos, en las organizaciones partidarias conviven tanto los incentivos se- lectivos como los colectivos, siendo ambos necesarios para el funcionamiento de la política moderna. Sin incentivos selectivos la organización partidaria debería descan- sar solamente en el compromiso cambiante de sus miembros. De esta manera, estos incentivos son los que “solidifican” la organización en tanto le otorgan un piso míni- mo y estable de participación que no depende de los humores cambiantes de partici- pantes motivados solamente por incentivos colectivos. Sin embargo, el balance entre las dos clases de incentivos para cada individuo y para cada organización partidaria resulta de un equilibrio complejo. Si la falta de in- centivos selectivos genera problemas organizativos y complica la supervivencia en el tiempo, el exceso de ellos provoca la muerte del partido. Por su naturaleza política, los partidos se nutren centralmente de incentivos colectivos y no pueden superar su falta. Así se entiende por qué los partidos no pueden ser vistos como meras “empresas” basadas exclusivamente en incentivar selectivamente a sus miembros. Resumiendo, se puede decir que siempre las organizaciones partidarias necesitan de la participación, desde el mínimo que significa que el votante concurra a votar hasta el máximo que representa el militante que dedica toda su vida a las tareas parti- darias. Para obtenerla, los dirigentes proveen incentivos selectivos y colectivos en conjuntos o paquetes que varían en su contenido, de acuerdo a la proximidad que el individuo en cuestión tenga con el centro de poder partidario. Los individuos que concentran los principales recursos de poder son los líderes de la organización. La coalición dominante de Panebianco, la oligarquía de Michels, o el círculo interno de Duverger, son distintas denominaciones para el conjunto de líderes de un partido, es decir, aquellos individuos que perteneciendo formalmente o no a la conducción de la organización, controlan los principales recursos de poder. Con respecto a los miembros, el carácter voluntario de los partidos lleva a que quie- nes participan de la vida de estas organizaciones puedan ser entendidos de maneras diferentes. Presentamos una propuesta tentativa de clasificación, que se basa en las ideas de Duverger (1996), con algunas modificaciones para lograr un carácter fundamental- mente conceptual, ya que las categorías pueden no estar presentes, y sus límites son imprecisos. Aquí distinguimos siete categorías de miembros o participantes del partido: 238 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política Simpatizantes: son las personas que votan generalmente por el partido y además manifiestan su cercanía al mismo, de forma pública. Son un electorado “fiel” y que constituye el llamado “voto duro” con el que cuentan los partidos. Afiliados: este grupo lo componen personas que además de poseer las característi- cas de los simpatizantes, se han afiliado, es decir que han entablado una relación “formal” con el partido. Esto implica que pueden participar de las actividades y de la vida interna del partido y, en muchos países, que deben realizar un aporte monetario a la organización. Adherentes: son personas que están afiliadas y además realizan actividades para el partido, aunque no sea su principal actividad. Ejemplo de ello son los fiscales de mesa en los actos eleccionarios, que también pueden colaborar en las actividades de campa- ña y en otras que desarrolle la organización. Militantes o activistas: son la base real y permanente de la organización partidaria, su “núcleo duro” (Panebianco, 1990: 71). Su actividad es cotidiana y se sienten fuer- temente comprometidos e identificados con la organización. Por su trabajo pueden recibir algún incentivo selectivo. Dirigentes locales: son militantes partidarios que controlan recursos importantes de la organización. Dentro de esta clase están comprendidos los líderes locales, o de pequeños grupos internos, funcionarios ejecutivos de niveles medios (provinciales o municipales). Oficialmente son elegidos democráticamente por los miembros del par- tido aunque, en la práctica, este procedimiento “es sustituido por técnicas de recluta- miento autocrático: cooptación, designación por el centro, presentación, etcétera” (Duverger, 1996 : 165). En la Argentina existe un subtipo particular muy rele- vante denominado “punteros”, que son dirigentes que controlan por medio de incen- tivos de carácter material a un grupo de militantes o activistas que se concentran en un territorio determinado. Dirigentes partidarios: son militantes que controlan recursos significativos del partido para la organización (recursos económicos, relaciones con los líderes máxi- mos, control de los medios de comunicación, redes de grupos locales –“agrupacio- nes”–, entre otros). Son ellos los que ocupan altos cargos en los puestos ejecutivos, y su poder varía de acuerdo a los recursos que manejan. Líderes: sólo algunos dirigentes son líderes, ya que éstos tienen como característi- ca ser los tomadores de decisiones que forman parte de la coalición dirigente del par- tido o de una coalición alternativa. Suelen tener un gran predicamento sobre amplios grupos de miembros de la organización y relaciones frecuentes con dirigentes partida- rios a los que conducen o, en la terminología de la política argentina, “referencian”. Generalmente también tienen una relación privilegiada con los máximos líderes de otros partidos y con los principales empresarios, periodistas y funcionarios del país. Si las organizaciones partidarias, lejos de ser actores homogéneos, son verdaderas arenas de disputa permanente, es lógico suponer que en su interior se constituyan diversos grupos. Estos agrupamientos de dirigentes y militantes han recibido diversos 239 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS nombres, desde “líneas internas” hasta “fracciones” pasando por “agrupaciones” y “tendencias”. Por lo generalmente, son simplemente agrupamientos que pelean por acceder al control de la organización y postular a sus principales miembros como candidatos para los puestos formales del poder político. De ahí se desprende que en la mayoría de los casos estos grupos internos sean puramente coyunturales. Sin embar- go, en otros casos los agrupamientos pueden responder a la intención de expresar una determinada postura político-ideológica que no es asumida plenamente por el resto de la organización, y así incluso transformarse en verdaderos partidos en miniatura que se mantienen en el tiempo y hasta asumen una identidad que los diferencia del resto. V. La ideología En el estudio de los partidos la dimensión ideológica es algo fundamental. Ésta puede ser entendida como la forma que tenemos de ver el mundo, un conjunto de ideas sobre cómo son y cómo deberían ser las sociedades. Las ideologías pueden asumir la forma de esos grandes relatos que nos explican prácticamente todo, hasta ser un conjunto apenas coherente y articulado de ideas y valores. La idea de los partidos ideológicos nace de una definición que hace más de dos siglos Edmund Burke realizó para describir a los partidos como “grupos de hombres unidos para promover, con su esfuerzo común, el interés nacional sobre determinados principios en los que estaban de acuerdo” (Burke, 1770: 134). Sin embargo, cabe aclarar un error común que se comete al distinguir entre partidos ideológicos y no ideológicos. Todos los partidos portan un conjunto de valores, una visión del mundo. Lo que sí existe es una tensión entre un uso más dogmático y otro más pragmático de la ideología. En el primer caso, la organización partidaria trata a la ideo- logía como si fuese un dogma, una creencia incontroversial, cerrada e inmutable. Por el contrario, el uso más pragmático puede hacer de la ideología partidaria una guía muy general de la forma de acción de la organización, lo que permite amplios movimientos. La mayoría de los partidos se sitúan en algún punto intermedio de ambos extremos, tomando en cuenta su legado ideológico pero no como algo dado sino como una visión que se reactualiza permanentemente frente a los nuevos desafíos de la coyuntura. Este error común al que hacíamos referencia creció fundamentalmente tras la caída del Muro de Berlín, cuando algunos sectores postularon una inminente desaparición de la izquierda (con lo cual, su contraparte necesaria, la derecha, también se extinguiría y entonces viviríamos en un mundo posideológico). Así, la política y el gobierno se trans- formarían en una especie de saber técnico, abocado a encontrar las soluciones indiscuti- blemente mejores a los problemas de la sociedad. Sin embargo, es fácilmente rebatible este argumento si advertimos que los posicionamientos de los partidos con relación a las diferentes temáticas surgen a partir de posturas subjetivas que se sustentan en valores y 240 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política creencias, es decir, que son posiciones ideológicas. La supuesta práctica de gobierno objetiva, la política técnica, colisiona con la evidente falta de acuerdo, no sólo en las soluciones posibles sino incluso en los problemas que deben ser solucionados. En el estudio de los partidos queda en claro la importancia que tiene la ideología. De hecho, los partidos se presentan siempre ante el electorado ofreciendo formas al- ternativas de entender, por ejemplo, el papel del estado, su relación con la sociedad o los problemas prioritarios que deben ser atendidos. Sostener esto no significa ignorar los distintos aspectos no ideológicos importantes en la acción partidaria, sino simple- mente señalar que los partidos deben siempre proponer a sus potenciales votantes determinadas políticas a llevar a cabo para obtener sus votos y estas políticas siempre conllevan un determinado recorte de la realidad social. En tal sentido es posible reconocer ciertas “familias de partidos”, con orientacio- nes ideológicas similares, en distintos países: Las principales familias partidarias Familia Origen Partido representativo Demócrata- Principios del S. XIX. Las peleas contra el Partido Demócrata (EU), Partido Liberal (GB), Liberales viejo orden aristocrático Partido Colorado (Uruguay), Unión Cívica Radical (Argentina) Conservadores Principios del S. XIX. Las disputas en Partido Popular (España), defensa del viejo orden Partido Republicano (EU, después de FD Roosevelt), Partido Conservador (GB) Socialistas o Segunda mitad del S. XIX. La lucha de las Partido Socialdemócrata Alemán, Partido Socia- Socialdemócratas clases obreras contra el sistema capitalista lista Chileno, Partido Laborista (GB) Comunistas Primeras décadas del S XX. La ruptura Partido Comunista Chino, contra las posiciones “reformistas” asumi- Partido Comunista Cubano das por los partidos socialistas Regionales La defensa de los intereses de una región Partido Nacionalista Vasco, Lega Nord (Italia), contra el estado nacional Partido Nacionalista Escocés, Bloq Quebecois (Canadá) Democristianos Primera mitad del S. XX. La defensa de los Unión Democratacristiana (Alemania), valores cristianos frente a estados laicos. DC Chilena Fascistas o Primera mitad del S. XX. La crítica a la Alianza Nacional (Italia), neofascistas democracia de partidos. Frente Nacional (Francia) Nacional- Primera mitad del S. XX. La defensa de los Partido Revolucionario Institucional (México), populares intereses de los países periféricos. Partido Justicialista (Argentina), Alianza Popu- lar Revolucionaria Americana (Perú) Ecologistas o Últimas décadas del S. XX. La defensa de Los Verdes (Alemania), Izquierda los “nuevos derechos” (de género, del me- Les Verts (Francia) postmaterial dio ambiente, de la paz). Nueva izquierda Últimas décadas del S. XX. El abandono Partido de los Trabajadores (Brasil), Movimien- latinoamericana del marxismo leninismo y la lucha armada to al Socialismo (Bolivia), Frente Farabundo Martí de Liberación de Nacional (El Salvador) 241 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS Ware (1996: 18) distingue dos formas en las que los analistas han trabajado esta dimensión de los partidos: en términos de su ubicación ideológica, por un lado, y en relación con su tradición partidaria, por el otro (también llamado enfoque ideológico- institucional). Por ubicación ideológica se entiende el lugar específico que un partido ocupa en el espectro político-ideológico. Los llamados modelos espaciales son de utilidad para posicionar ideológicamente a los partidos en términos de izquierda y derecha. El origen de estos conceptos puede situarse en las Asambleas Nacionales y en la Convención Francesa durante los prime- ros años de la Revolución. En ellas los grupos que no simpatizaban entre sí se senta- ban lo más lejos posible. Los partidarios radicales de Roberspierre, los Jacobinos, ocupaban las bancas superiores, la llamada “montaña”. Desde la perspectiva de al- guien que entrara a la cámara ellos estaban ubicados en la extrema “izquierda”, mien- tras que los diputados que ocupaban la mayoría de los ministerios de gobierno, los Girondinos, se sentaban en las bancas inferiores, más próximas a los estrados y se reunían a discutir entre sí en el rincón derecho del recinto. Competencia espacial partidaria El enfoque de la competencia espacial fue desarrollado teóricamente por Anthony Downs (1992 ), utilizando la idea del “espectro ideológico” como un continuum entre izquierda y derecha donde se ubican votantes y partidos. De esta manera, las posiciones pueden ser “mapeadas” espacialmente en un continuo unidimensional. En el esquema clásico de Downs, los partidos se ubicarán en donde se encuentre el votante mediano (aquel que tiene una minoría de votantes tanto a su izquierda como a su derecha), con el propósito de maximizar el apoyo. Así, la principal hipótesis del trabajo de Downs es que los partidos no utilizan las elecciones como un medio para implementar su programa, sino que acomodan éste a su deseo de ganar las elecciones. Para los votantes, a su vez, la ideología sirve como un “atajo” (shortcut) que les permite conocer de modo económico la posición de los partidos y candidatos. Un votante racional, en lugar de invertir una enorme cantidad de tiempo en estudiar detalladamente las propuestas de los partidos, usará su ubicación en el eje izquierda-derecha para optar por aquel más cercano a sus propias ideas. Es interesante considerar cómo influyeron estas representaciones en el imaginario y en el vocabulario político posterior. De esta manera, en el espectro ideológico los partidos se ubican “a la derecha (o a la izquierda) de tal”, y son a su vez ubicados así por los electores. Esto permite una comprensión mucho más simple y permanente del proceso político y reduce la complejidad que tendría para el elector medio el tener que estudiar todas las plataformas, antecedentes y propuestas partidarias con anterioridad 242 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política a cada elección. Sin embargo, estas dos categorías, y el centro que queda entre ambas, no terminan de ser conceptos completamente definidos. Muy por el contrario, el signi- ficado de izquierda y derecha es algo cambiante e imposible de definir en términos absolutos. Los diferentes contenidos de ambos términos no sólo varían en el tiempo y en el espacio sino que dentro de un mismo país y en la misma época puede entenderse de ellos cosas distintas. Este espectro ideológico no tiene por qué ser necesariamente único, ni ser sólo el clásico continuo “izquierda-derecha”. En algún caso, otra dimensión políticamente relevante puede llegar a ser la que organiza el tablero político. Asimismo, en muchos países pueden yuxtaponerse varios ejes de conflicto político. Por lo tanto, si bien los espacios de competencia en la mayoría de los países pueden subsumirse en un único espectro unidimensional, siempre están presentes otros clivajes que dificultan una lec- tura de este tipo y que podrían ser mejor descriptos según modelos espaciales multidimensionales. Por su parte, los enfoques que se denominan “ideológico-institucionales” ven las creencias y valores de un partido como un elemento que influye fuertemente sobre las opciones de la organización. Si bien estas ideologías partidarias no son inmutables ni mucho menos, tienden a persistir por largo tiempo y sus intentos de modificación no resultan una tarea sencilla, ya que están fuertemente incorporadas en las mentes de dirigentes, militantes y votantes del partido y en las tradiciones institucionales de la organización (Panebianco, 1990). Como señalamos arriba, la ideología juega un papel central a la hora de proporcio- nar los incentivos colectivos que la organización requiere para su supervivencia y desarrollo. En una perspectiva amplia ésta se inscribe y cristaliza en todas las activida- des partidarias, desde el mecanismo de reclutamiento de militantes, hasta la manera en que se presentan las actividades de gobierno. En toda organización partidista los líde- res deben expresar esa cierta visión del mundo y del rol de la organización que llama- mos ideología. No hay, en este sentido, partidos aideológicos o meramente pragmáti- cos, más allá de los intentos de algunas organizaciones de presentar su ideología particular como “la forma correcta de ver el mundo”. Las ideologías en términos institucionales pueden diferir fuertemente –y de hecho lo hacen– en relación con su condición más bien propositiva o expresiva. En general, las ideologías institucionales de los partidos en sus primeros años de vida tienden a tomar un fuerte sesgo de propuesta. Una vez que la organización se ha institucionalizado, los fines siguen ahí pero toman la forma de metas ideales que expresan el sentido de la actividad de la organización. De lo anterior se desprende que no existen partidos más ideológicos que otros, simplemente hay diferentes ideologías y distintas formas de plantearlas. Creemos que los dos enfoques tienen mucho que aportar y que, lejos de ser con- tradictorios, pueden echar luz sobre distintas dimensiones del fenómeno partidario. 243 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS VI. Sistemas de partidos VI.1. La definición Como señala Kenneth Janda (1993: 179), si bien toda investigación sobre los par- tidos políticos está relacionada con los sistemas de partido, “los dos cuerpos de la literatura emplean diferentes conceptos y teorías”. Básicamente tenemos dos formas de definir los sistemas de partidos. En primer lugar, la utilizada por Ware (1996: 7 y 146), para quien los sistemas de partidos deben entenderse como “los patrones de competencia y cooperación entre los diferentes parti- dos de un sistema”, resaltando el carácter de “sistema” de los sistemas de partidos, sien- do siempre “el sistema más que la suma de sus partes” (Janda, 1993: 179). En segundo lugar, la definición de Lane y Ersson, quienes lo entienden como un “conjunto de parti- dos políticos que operan dentro de una nación y en un patrón organizado, descrito por un número de propiedades del sistema de partidos” (Lane y Ersson, 1987: 155). A nuestro entender lo más correcto es señalar la existencia de un sistema de parti- dos siempre que existan diferentes partidos que compitan regularmente entre sí para acceder a posiciones de poder formal en un ámbito institucionalmente determinado, sea éste local, nacional o regional. Así, un sistema partidario determinado está defini- do centralmente por la forma en la que los partidos compiten y cooperan entre sí. En cuanto al ámbito geográfico político de los sistemas partidarios existe poco acuerdo entre los autores. Así, si bien todos coinciden en la existencia de sistemas de partidos nacionales, no hay consenso sobre la posibilidad de llamar sistemas partida- rios a los partidos de ámbitos sub o supranacionales. Sin embargo, consideramos que puede hablarse con propiedad de sistemas partidarios en ámbitos subnacionales don- de existan instituciones conformadas mediante la elección competitiva entre diversos partidos. Así, en cada provincia argentina existe un sistema partidario provincial que compite en la elección de las autoridades del distrito. VI.2. La clasificación de los sistemas Gran parte de los analistas han buscado clasificar a los diversos sistemas partida- rios, comenzando por la presunción de la existencia de un número limitado de clases de sistemas que deben estar asociados a determinados comportamientos políticos. Cada variedad de sistema de partidos, según sostienen distintos autores, tiene impactos dife- rentes sobre el régimen democrático y sobre la toma de decisiones desde el estado. Los criterios que han sido generalmente elegidos como variable central de las clasificaciones son: el número de partidos del sistema, la estructura de conflictos 244 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política sociales sobre las que se desarrolla el sistema partidario y la estructura de la compe- tencia misma del sistema. El número de partidos ha sido el criterio predilecto de los analistas para clasificar los sistemas. En general, estas propuestas presentan algún elemento para mensurar la importancia relativa de cada partido en particular. Los esquemas más representativos son el de Blondel (1968) y el de Duverger ( 1996: 232) que vincula fuertemente el número de partidos con el sistema electoral. Por su parte, Sartori (1987) agregó al criterio numérico una segunda variable, la ideología, medida en términos de intensi- dad o de distancia. De esta manera, construyó una tipología de los sistemas partidarios en base al número de partidos relevantes6 y la ideología: El sistema de partido único es un sistema en el que existe un único partido simple- mente porque los demás están prohibidos, como ocurre actualmente en China. El sistema de partido hegemónico es similar al anterior dada la ausencia de verda- dera competencia, con la diferencia de que el partido gobernante permite que otros partidos se presenten a las elecciones, pero solamente para legitimar su victoria. Estos pequeños partidos satélites no pueden ganar ya que las reglas del sistema se lo impi- den, en tanto que para mantener la supremacía del partido hegemónico es común la apelación al fraude y la ilegalidad. Un sistema de este tipo funcionó durante casi seten- ta años en México, donde el partido gobernante, el Partido Revolucionario Institucional, se imponía elección tras elección con cifras superiores al 70% de los votos. El sistema de partido predominante es distinto al hegemónico básicamente porque en él la competencia es real: aunque el partido predominante también triunfa en elec- ción tras elección, bien podría perder, ya que no es el fraude lo que lo hace ganar, sino sólo los resultados contingentes del voto popular. El mejor ejemplo de un sistema de este tipo es el caso del Partido Socialdemócrata Sueco, que ha gobernado práctica- mente todo el siglo XX ese país y siempre ganando legítimamente las elecciones. El bipartidismo es otro sistema competitivo en el cual existen dos partidos importan- tes que se alternan en el gobierno. No existen coaliciones de ningún tipo, gobernando el ganador por sí solo. Los ejemplos de esta clase son Estados Unidos y Gran Bretaña. En el sistema pluripartidista limitado los partidos relevantes son entre tres y cinco, y los gobiernos son de coalición entre algunos de ellos. Buenos ejemplos de este tipo nos los proporcionan Alemania y Francia. Pasar al sistema pluripartidista extremo significa que los partidos relevantes son más de cinco, como ocurre en Holanda o Israel, generalmente con consecuencias importantes para la competencia política. En algunos casos, este tipo de multipartidismo da lugar a una competencia polarizada (a diferencia de moderada), en la que los partidos consistentemente adoptan posiciones ideológicamente más diferenciadas. 6. Por ello entiende a los partidos lo suficientemente importantes como para formar parte del gobierno o, al menos, como para alterar la forma de la competencia del resto de las agrupaciones. 245 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS Si bien las propuestas clasificatorias que se basan en el número nos propor- cionan categorías simples y completas, en términos analíticos “considerar mera- mente el número de partidos en el sistema, incluso considerando sus tamaños relativos, es una manera inadecuada de clasificar a los sistemas partidarios” (Ware, 1996: 168). La estructura de conflictos sociales canalizados políticamente ha sido otra ma- nera importante de clasificar los sistemas partidarios. Los autores que trabajaron fuertemente esta línea son Lipset y Rokkan (1967), que señalan que los sistemas partidarios actuales son producto de conflictos y fracturas sociales (llamados clivajes) ocurridos en el pasado. Estos autores identificaron cuatro líneas de clivaje en las sociedades de Europa Occidental: centro-periferia, estado-iglesia, campo-industria y propietarios-trabajadores. Cómo se resolvió, quién ganó y quién perdió el conflic- to emanado de esos clivajes afectó la forma en la que fueron surgiendo los nuevos conflictos y, al final, cómo se constituyeron los patrones distintivos de las coalicio- nes sociales y los correspondientes antagonismos de clase que conformaron la base de los sistemas partidarios en el momento de la democracia de masas. Para los auto- res, la estructura de clivajes –y, por lo tanto, la forma del sistema partidario– quedó “congelada” en ese momento, dado que la movilización social generada por los partidos fue tan amplia que restó posibilidades a la aparición de nuevas fuerzas. Por lo tanto, los partidos son el resultado de divisiones sociales, pero también contribu- yen a mantenerlas, profundizarlas o atenuarlas. En términos de Sartori (1976), “los partidos no sólo son objeto, también son sujeto”. A los criterios clasificatorios generalmente utilizados se les ha agregado uno más que resulta sumamente interesante: la estabilidad de la estructura de la compe- tencia. Mainwaring y Scully (1995) y Abal Medina y Cavarozzi (2001) presentan análisis que se centran en la estabilidad y el nivel de institucionalización de los sistemas partidarios en América Latina. Por su parte, Peter Mair (1997) resalta en sus trabajos la importancia de la estructura de la competencia, dado que la misma no- ción de sistema partidario supone la existencia de una estructura estable de la com- petencia interpartidaria. Los tres factores relevantes que explican la estructura de la competencia son: (a) la alternancia en el gobierno, que puede ser completa, parcial o inexistente; (b) la innovación o familiaridad de las fórmulas de gobierno que se ponen en práctica; y (c) la accesibilidad al gobierno restringida a algunos partidos o no. La combinación de estos tres criterios nos permite distinguir dos patrones contrastantes de estructuras de competencia partidaria: cerradas y predecibles o abiertas e impredecibles. En general los sistemas partidarios nuevos presentan estructuras sumamente abiertas, como en el caso de Europa del Este y Latinoamérica. Desde esta perspectiva, “el proceso de largo plazo por el cual un sistema de partidos se consolida puede ser visto como un proceso por el cual la estructura de la competen- cia deviene cerrada y predecible” (Mair, 1997: 214). 246 www.librosderechoperu.blogspot.com Manual de Ciencia Política Otros análisis, que no necesariamente contradicen a los anteriores, han sumado el nivel de penetración de los partidos en la sociedad y la ideología de las organizaciones partidarias. Wolinetz (2007) indica que los sistemas de partidos pueden ser analizados de acuerdo a las siguientes dimensiones: i) el número de partidos que compiten en las elecciones y obtienen cargos en ellas; ii) su tamaño y fortaleza relativa; iii) el número de temas políticamente conflictivos que los separa y sobre los que compiten; iv) la distancia que existe entre sus programas; y v) su voluntad de trabajar con otros en el proceso de gobierno. A estas dimensiones pueden agregarse algunas más: el nivel de apertura en su estructura de la competencia (Katz y Mair, 1995); el grado en que el sistema está “nacionalizado”, es decir, en qué medida los mismos partidos compiten en todo el territorio nacional; y el grado en el que el sistema está “institucionalizado” (Mainwaring y Scully, 1995), lo que implica cierta estabilidad en la competencia partidaria y arraigo de los partidos en la sociedad. A partir de estas dimensiones es posible distinguir dis- tintos tipos de sistemas partidarios, cada uno de los cuales tiene consecuencias impor- tantes sobre la calidad democrática y la toma de decisiones públicas. A modo de ejem- plo, un sistema poco institucionalizado, donde los partidos se crean y desaparecen con suma rapidez y son poco más que sellos sin sustento en la sociedad, puede repercutir negativamente sobre la estabilidad del régimen democrático, como lo sugieren algu- nas experiencias latinoamericanas (Mainwaring y Scully, 1995). En el estudio de los sistemas partidarios es importante poner el foco en su capaci- dad de adaptación y control. Como señala Ware (1996: 198), la estabilidad relativa de los sistemas no obedece solamente a la estructura de clivajes ni a las instituciones, sino que es el resultado de una estructura de la competencia que establece un lenguaje de la política en el cual un particular conflicto es priorizado y donde cualquier alternativa potencial de alineamiento es marginada. Un último punto importante que debe ser atendido a la hora de estudiar los siste- mas partidarios es que éstos pueden variar sin que necesariamente cambien sus partes componentes y viceversa. Este hecho es en general pasado por alto por la literatura especializada que tiende a identificar todo cambio en los partidos con transformacio- nes del sistema, cuando esto no es necesariamente así. Los partidos pueden ser los mismos pero puede haber cambiado la estructura de la competencia, o puede haber nuevos partidos que ocupen exactamente el mismo lugar que tenían sus predecesores (lo que no altera la dinámica sistémica). VI.3. Determinantes de los sistemas partidarios Si existe tal variedad de sistemas partidarios, ¿qué factores influyen para que cada sistema adopte una u otra configuración? Las principales explicaciones existentes 247 www.librosderechoperu.blogspot.com VI. LOS PARTIDOS POLÍTICOS pueden agruparse en cuatro: competitivas, sociológicas, institucionales y partidistas. Los enfoques competitivos, siguiendo los planteos de Downs, sostienen que son las preferencias de los votantes y la estructura de las oportunidades políticas (Schlesinger, 1994) las que determinan el tipo de sistema que se constituirá. En una analogía con el mercado económico, los partidos se ubicarán en el punto del espectro ideológico don- de haya “demanda” de votantes. Los enfoques sociológicos, que se basan en el trabajo de Lipset y Rokkan, expli- can las mutaciones en los formatos de los sistemas a partir de las articulaciones cam- biantes entre los grupos sociales. La estructura de conflictos sociales (clivajes) se tra- duce luego en la estructura del sistema de partidos. Generalmente, una sociedad fracturada por múltiples clivajes los canalizará a través de un sistema multipartidista. En tanto, los autores que agrupamos dentro del enfoque institucionalista señalan la importancia explicativa de determinada institución, generalmente el sistema electo- ral (Duverger, 1996 ) o el sistema de gobierno (Mainwaring y Shugart, 1997). Como se vio en el capítulo V sobre reglas de decisión y sistemas electorales, las insti- tuciones generan distintos incentivos para votantes y partidos: por ejemplo, un sistema electoral de mayoría relativa tiende a conducir al bipartidismo, mientras que un siste- ma electoral proporcional se asocia con un multipartidismo. Finalmente, lo que llamamos enfoque partidista coloca a los partidos mismos como la variable explicativa central de las mutaciones de los sistemas partidarios. Los parti- dos fijan la agenda de la competencia y determinan “los términos de referencia a través de los cuales nosotros, tanto como votantes como ciudadanos, entendemos e interpretamos el mundo político” (Mair, 1997: 9). VII. El sistema partidario argentino Es difícil hablar de un sistema partidario en nuestro país, al menos hasta el año 1983, debido a las continuas rupturas del orden institucional que se sucedieron desde la misma crisis del orden colonial en 1810. Estas rupturas constituyeron un importante impedimento para que se desarrollaran esas “pautas de competencia y cooperación partidarias” que definen a un sistema de partidos. A partir de una primera aproxima- ción al caso en estudio se desprende que, incluso en los breves momentos de institucionalidad democrática, los partidos argentinos actuaron generalmente negando la idea misma de sistema, al no reconocerse a sí mismos como partes de un todo, sino entendiendo su posición como la única legítima. Esta visión, que podemos llamar “movimientista” (Alberti y Castiglioni, 1985), se expresó con claridad en el pensa- miento y la práctica de los líderes máximos de los dos grandes partidos de la Argentina moderna, Hipólito Yrigoyen (De Riz, 1986: 673; Mustapic, 1984: 87; Rock, 1975) y 248 www.librosderechoperu.blogspot.com

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