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Padrino

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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)

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ancient literature roman literature classical literature poetry

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This document appears to be a passage from an ancient Roman literature or poetry excerpt. It is probably a translated text, and may include references to classical mythology or characters. The specific content and meaning is difficult to summarise accurately with only a short text sample.

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XXI CIDIPE A ACONCIO [Llegó tu escrito adonde es su costumbre, Aconcio, y cast tiende una emboscada a mis ojos.] Me dio mucho miedo y leí tu carta sin mover los labios. pa- ra que no jurase ignorante mi lengua por algún dios. / Y pien- so que de nuevo...

XXI CIDIPE A ACONCIO [Llegó tu escrito adonde es su costumbre, Aconcio, y cast tiende una emboscada a mis ojos.] Me dio mucho miedo y leí tu carta sin mover los labios. pa- ra que no jurase ignorante mi lengua por algún dios. / Y pien- so que de nuevo me hubieses engañado, si no supieras, como tú dices, que no es poco haberme prometido una vez. No iba a Icerla pero, si hubiese sido dura contigo, tal vez hubiera crecido la 1ra de la terrible diosa !. Aunque yo haga todo, aunque ofrezca piadoso incienso a Diana, / ella, sin embargo, te favorece más de lo justo. Y co- mo deseas que se crea, te venga con su ira que no olvida; no amó ella tanto a su Hipólito?2. Pero la Virgen hubiese debido favorecer mejor los años de una virgen; temo que quiera que no sean muchos los míos. / En efecto, persiste en mí la enfermedad sin causa aparen- te y no alivia mí agotamiento socorro alguno de la medicina. ¿Puedes pensar que es todavía grácil la que con dificultad pue- de escribir esto y la que con dificultad apova en su codo los pálidos miembros? Diana. 2 Diama. diosa a la q que honraba Hipólito. por mediación de Esculapio la devol- vió a la vida de nuevo con otro nombre, el de Virbio, viviendo ¿len el bosque de Art- cta. cerca de Roma. CIDIPE A ACONCIO Ahora se añade el temor de que alguien, a excepción de mi 20 nodriza, que conoce todo, / se dé cuenta de que tenemos un intercambio de palabras. Frente a la puerta se sienta ésta y a los que preguntan qué hago dentro, para que pueda escribir tran- quila, dice: «Duerme». Luego, cuando el sueño, el mejor pre- texto de un prolongado retiro, deja de ser creíble por su gran 25 duración, / y ve acercarse ya a los que es difícil despedir, tose y me advierte con esa fingida señal. Como estaba, de prisa, dejo palabras sin acabar y, precavi- da, oculto mi carta en mi palpitante pecho. Después, tomada 30 de nuevo, fatiga mis dedos. / Qué gran esfuerzo supone para mí tú mismo lo ves!; y para decir verdad, muera yo si eras dig- no de él. Pero soy más buena de lo justo y más de lo que me- reces. ¿Con que es por tu causa por lo que, con peligro de mi vi- da, tantas veces sufro y he sufrido el castigo de tus invenciones? 35 // ¿Esta recompensa me ha tocado en suerte al ser tuyas las ala- banzas de mi belleza soberbia, y me perjudica el haberte agra- dado? Si te hubiera parecido deforme, lo que preferiría, mi cuerpo desdeñado no necesitaría de socorro alguno. Ahora, ala- 40 bada, gimo; ahora me traicionáis con vuestra rivalidad / y soy herida por mi propio don. Mientras mi tú cedes ni él se considera el segundo, tú te opones a sus deseos, él a los tuyos, yo soy traqueteada como ! En los trazos inseguros. CIDIPE A ACONCIO una nave a la que un inflexible Bóreas lanza a lo alto y vuelve 45 a hundir el reflujo de la onda, / y cuando el día deseado por mis queridos padres se aproxima, en el mismo momento se pre- senta la altísima fiebre en mi cuerpo. Y en el momento mismo de mi matrimonio, golpea implacable mi puerta la cruel Persé- fone. Me avergúenzo ya y tengo miedo, aun sin ser culpable, / 50 de parecer merecedora del rencor de los dioses. Uno defiende que esto ocurre por azar y el otro dice que éste no es el esposo grato a los del cielo. Pero mo creas que las habladurías no van también contra ti; algunos piensan que esto lo logran tus en- 55 cantamientos. / La causa está oculta, mis males son visibles: sols vosotros los que, rota la paz, promovéis atroces combates: yo los sufro. Hablaré ahora!, y engáñame de la manera que acostum- bras. ¿Qué harás con odio cuando con amor así haces daño? Si 60 hieres lo que amas, amarás sabiamente a un enemigo; / para salvarme, suplico, ojalá desees perderme. O no te cuidas de la doncella deseada, a la que, hombre sin entrañas, permites morir de una enfermedad que no merc- ce, O, si son vanos tus ruegos por mí a la cruel diosa, ¿de qué 05 te me jactas?; tu influencia es nula. / Elige qué simular. No quieres aplacar a Diana: te olvidas de mí. No puedes: ella se olvida de ti. l dicam nunc. Expresión frecuente en las declamaciones. con las que guarda cier- ta semejanza esta epístola. CIDIPE A ACONCIO Ojalá munca, o no en esa ocasión, hubiese conocido Delos en las aguas egeas. Entonces levó anclas mi nave con mar mo 70 propicio / y fue siniestra la hora para comenzar el camino. ¿Con qué pie salí? ¿Con qué pie crucé el umbral? El armazón pintado de la mave, ¿con qué pie lo toqué? Sin embargo, dos veces se volvieron las velas por un viento adverso. Miento, ¡ay, 75 loca de mí!, aquél era propicio. / Era propicio el que, a punto de marchar, me hacía regresar e impedía un camino poco feliz. ¡Pero ojalá hubiese sido tenaz contra mis velas! Mas necedad es quejarse de la inmconstancia del viento. Atraída por la fama del lugar, me apresuraba a visitar Delos 80 / y me parecía caminar en perezosa nave. Cuántas veces maldi- je la lentitud de los remos y me quejé de que se diesen al vien- to escasas velas. Y ya había dejado atrás Míconos, ya Tenos y 85 Andros!, y a mis ojos se ofrecía la brillante Delos. / Cuando la vi a lo lejos, dije: «Isla, ¿por qué huyes de mí? ¿Acaso vagas, como antes?, por el vasto mar?». Ponía pie en tierra en el mo- mento en que, casi acabado el día, se disponía el Sol a desuncir sus caballos de púrpura; cuando los volvió a llamar hacia el 90 acostumbrado orto, / por orden de mi madre se peinan mis ca- 1 Si venía de Naxos, este viaje es imposible, aunque en poesía no se exige la exactitud geográfica. 2 Delos (antes llamada Ortigia) era una isla móvil del mar Egeo: después de ma- cer allí Diana y Apolo, quedó fija, cf. Mer. XV 336. CIDIPE A ACONCIO bellos; puso ella gemas en mis dedos y oro en mi pelo! y ella misma puso la túnica en mis hombros. Partimos sin demora y, tras la salutación a les dioses a los que está consagrada la isla, les ofrecemos vino y amarillo incien- 05 so, // y mientras mi madre tiñe los altares con la sangre votiva y añade al humeante fuego las solemnes entrañas, mi diligente nodriza me conduce también a otros santuarios, y vagamos sin ruta por los sagrados lugares, y ora paseo por los pórticos, ora 100 admiro las ofrendas de los reyes / y las estatuas que se alzan por todas partes; admiro también el altar construido de imnu- merables cuernos?, y el árbol en que se apoyó la diosa al dar a luz, y todo lo demás (en efecto, mi me acuerdo bien mi mc agrada contar lo que allí vi) que Delos posee. 105 / Quizá, mientras contemplaba esto, me contemplabas tú, Áconcio, y te pareció que mi ingenuidad podía ser sorprendida. Vuelvo al templo de Diana que se alza sobre una escalina- ta (¿qué lugar debió ser más seguro que éste?). Llega ante mis 110 pies una manzana con versos tales... / ¡Ay de mí! También ahora casi te juro. La recoge mi nodriza y, admirada, dice: «lee». Tus insidias, gran poeta, leí. Pronunciada la palabra «matrimonio», confudida de vergijenza, sentí enrojecer mis me- 115 jillas / y mantenía mis ojos como clavados en el seno, ojos con- vertidos en siervos de tu intriga. Una especie de peinetas o alfileres de oro para sujetar y adornar el cabello. Es frecuente la mención por los poetas de estos objetos de adorno: Eneida 1V 138, X1 576; Met. V 52, etc. También sería defendible crerzbws, pues también se ponían adornos en las piernas. 2 Cf. CaLimace, Himno q Apolo 60-64. CIDIPE A ACONCIO Malvado, ¿de qué te alegras, o qué gloria has conseguido, o qué mérito tienes como hombre por haber burlado a una don- cella? No me alzaba yo frente a ti, armada de escudo y hacha, 120 / cual en suelo ilíaco Pentesilea; ningún cinturón de amazona cincelado en oro te quedó de botín, como el de Hipólita !. ¿Por qué saltas de gozo si tus palabras me dieron sólo palabras y tus engaños sorprendieron a una muchacha bastante imprudente? 125 // A Cidipe sorprendió una manzana, una manzana a la hija de Esqueneo?; ¿tú ahora serás sin duda otro Hipómenes? Pero habría sido mejor, si a ti ayudaba ese niño que dices que porta no sé qué antorchas, como es costumbre habitual en personas honradas, mo corromper la esperanza con un fraude; 130 / debiste convencerme, no sorprenderme. ¿Por qué, deseán- dome, pensabas que mo debías declarar abiertamente aquello por lo que yo debía desearte? ¿Por qué preferías forzar a per- 135 suadir, si oída tu condición? podía ser convencida? / ¿De qué te vale ahora la fórmula del juramento y mi lengua poniendo por testigo a la diosa allí presente? La que jura es el alma; no juré con ella; ella es la única que puede añadir la fe a lo dicho. Jura la determinación y la prudente sentencia del alma 1 Uno de los trabajos de Hércules. 2 Atalanta. 3 condicio aquí equivale a petición de matrimonio. CIDIPE A ACONCIO 140 / y no vale vínculo alguno sino el del juicio. Si voluntaria te prometí matrimonio, exige los debidos derechos del lecho pro- metido, Pero si no te he dado sino una voz sin voluntad, po- sees en vano unas palabras privadas de su fuerza. / Yo no juré; leí palabras que juraban; no era ésta la manera por la que de- bía elegirte por esposo. Engaña así una vez más; sustituya la carta a la manzana. Si esto tiene poder, apodérate de las grandes riquezas del r1- 150 co. Juren los reyes que te entregarán sus reinos / y sea tuyo lo que en el mundo entero te place. Eres más grande que esta misma Diana, créeme, sí tu carta tiene un poder tan fuerte!. Sin embargo, una vez que he dicho esto, una vez que me he negado decididamente a ti, cuando la causa de mi promesa 155 está defendida según derecho, / lo confieso, temo la ira de la cruel hija de Latona y sospecho que por eso está enfermo mi cuerpo. ¿Por qué, si no, cuantas veces se disponen los mupcia- les sacrificios, tantas veces caen enfermos los miembros de la novia? Tres veces, al acercarse ya Himeneo al altar preparado, 160 // ha huido y ha vuelto la espalda desde el umbral del tála- mo. Y no se eleva la llama tantas veces alimentada con mano persistente ni, agitado el fuego, puede encender sus antorchas. Destilan a menudo los ungiientos de sus cabellos adornados de guirnaldas y arrastra el manto resplandeciente de color aza- Praesens en el sentido de «muy eficaz». CIDIPE A ACONCIO 165 frán*. / Cuando llega al umbral y contempla las lágrimas y el temor de la muerte, y tantas cosas que contrastan con su atavío, de su frente arranca la corona y la tira, y frota el espeso amo- mo? de su brillante cabellera. Y se avergienza de aparecer 170 radiante en medio de una entristecida muchedumbre f/ y el rubor que había en su manto pasa a su rostro. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! mis miembros arden de fiebre, y pesan más de lo justo las colchas. Y veo a mis padres llorando sobre mi rostro y, en vez de la antorcha nupcial, me acompaña la antorcha 175 mortuoria. / Ten piedad de la que sufre, oh diosa, que te alegras con la adornada aljaba?, y préstame ya el salutífero auxilio de tu hermano. Es vergonzoso para ti que aparte él% las causas de la muerte y que tú, por el contrario, el título de mi murete te arro- gues. ¿Acaso, cuando tú querías lavarte en la fuente umbrosa, / 180 dirigí, imprudente, mi rostro hacia tu manantial*? ¿O acaso, de entre tantas divinidades, descuidé tus altares*? Y, sobre todo, ¿despreció mi madre a tu madre 7? No he cometido ninguna falta, a no ser la de leer perjurios y ser docta en unos versos poco faustos. 185 / Tú también, si tu amor no es fingido, ofrece incienso por mí; ayúdenme las manos que me lesionaron. ¿Por qué la que se irrita porque aún no sea tuya la muchacha a ti prometida, trata de que no pueda llegar a ser tuya? Todo puedes esperar 190 de una persona viva; / ¿por qué la cruel diosa me arrebata a mí la vida, la esperanza de mí a t1? Color de la alegría y, especialmente, de las bodas. Especie de ungúento que se hacía de los frutos maduros del amomo, cf. PLI- NIO, XII 13. Se frota para quitárselo. 3 La pbharetra de Diana, prcta como en Met, Il 421. *% Apolo, como dios de la medicina. 5 Como Acteón. 6 Como Eneo. 7? Como hizo Níobe. CIDIPE A ACONCIO Y no creas que ese a quien se me destina por esposa, po- niendo su mano en mi cuerpo, acaricia mis debilitados miembros. Se sienta, es verdad, cerca, cuanto le es permitido, 195 pero no olvida que mi lecho es el de una doncella. / También parece que ya ha sentido no sé qué acerca de mí; en efecto, sus lágrimas resbalan a menudo sin causa aparente; y me acaricia con menos libertad y admite escasos besos y me llama «suya» con tímida voz. Y no me extraña que lo haya sentido cuando 200 me traicionan señales tan evidentes. / Me vuelvo del lado de- recho cuando viene, y no hablo, y cerrados mis ojos simulo dor- mir, y rechazo la mano que desea el contacto. Gime y suspira en su callado corazón y me cree ofendida, aunque él no lo me- 205 rezca. / ¡Ay de mí porque te alegras y te deleita ese placer! ¡Ay de mí por confesarte mis sentimientos! Si quisiese hablar, tú, que me tendías redes, serías con razón digno de mi ira. Me escribes que se te permita contemplar mi 210 cuerpo sin fuerzas. / Estás lejos de mí y desde allí, sin embargo, me hieres. Me sorprendía que te llamaras Aconcio!. Tienes un aguijón que puede vulnerar de lejos. En verdad no me he res- tablecido todavía de una herida tal, cuando tu carta me ha heri- 215 do a distancia como un dardo. / ¿Para qué vas a venir aquí? ¡Contemplarías la miseria de mi cuerpo, doble? trofeo de tu 1n- l Esto es, «Venablo». 2 Su «espíritu» o su «voluntad» ligada por juramento, y su «Cuerpo» que está en- fermo (cf. LOERS ad loc.). Pero, mejor, dos heridas: la primera, la que le produjo con la lectura de la manzana, y la segunda, con la de su carta (v. 210). Si está convalecien- te de una herida, le ha producido otra. CIDIPE A ACONCIO genio! Sucumbo en la escualidez; sin sangre está mi color, cual recuerdo que había en tu manzana. Y no luce la blancura de 220 mis mejillas matizadas por el rubor. / Suele ser tal la aparien- cia del mármol nuevo. Tal es en los banquetes el color de la plata que palidece al contacto del frío del agua helada. Si me ves ahora, negarás haberme visto antes, y dirás: «No debió bus- 225 car a ésta mi ardid». / Me devolverás la palabra de compromiso para no tenerme a ti ligada, y desearás que mo se acuerde de aquello la diosa. Quizá harás que jure de nuevo lo contrario, y me enviarás para que lea otras palabras. Pero, sin embargo, desearía que me vieses, como pedías, / 230 y que contemplases la languidez de los miembros de tu prome- tida. Aun teniendo, Aconcio, el pecho más duro que el hierro, tá mismo pedirías perdón en mi nombre. Para que no lo ignores, he tratado de saber por el dios que pronuncia sus oráculos en Delfos con qué remedio podría resta- 235 blecerme. / Éste también, como la errante Fama susurra, se queja, como testigo!, de que una no sé quién no cumplió su compromiso. Esto dice el dios, esto dice el adivino y esto dicen mis versos. Y, así, versos ningunos faltan a tus deseos?. ¿De 240 dónde a ti este favor, / sí es que no has encontrado por azar algunas letras muevas cuya lectura sorprenda a los dioses pode- rosos? Al poseer tú a los dioses, sigo ya la voluntad de los dioses y entrego con agrado a tus deseos mis manos vencidas; ya he con- tado a mi madre la promesa de mi engañada lengua, teniendo, 1 El templo de Diana y Apolo era común. 2 Los «versos» que escribió en la manzana, los «versos» de Apolo en el oráculo. Todo está a favor de Aconcio. CIDIPE A ACONCIO 245 llena de vergiienza, mis ojos clavados en el suelo. / Lo demás es preocupación tuya; he hecho más de lo que conviene a una doncella, pues mi carta no tuvo miedo de conversar contigo. He fatigado con el cálamo! mis miembros ya bastante cansados y mi enferma mano rehúsa un trabajo más largo. ¿Qué me resta sino que deseo que me alcance la dicha con- 250 tigo? Escriba mi carta el «adiós». 1 En pergamino se escribía con cálamo, mo con pluma de ave.

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