El Largo Siglo XX: Introducción - Giovanni Arrighi - PDF

Summary

This introduction to Giovanni Arrighi's book "El Largo Siglo XX" discusses the fundamental changes in the functioning of capitalism during the last quarter of the 20th century and the possibility that the modern system is entering a new phase of crisis. The text describes different phases of capitalist development and the role of systemic factors in economic transformations.

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# Introducción Algo fundamental parece haber cambiado en el funcionamiento del capitalismo durante el último cuarto de siglo. En la década de 1970, se habló mucho de crisis. En la de 1980, se habló básicamente de reestructuración y reorganización. En la de 1990, ya no estábamos seguros de que la cr...

# Introducción Algo fundamental parece haber cambiado en el funcionamiento del capitalismo durante el último cuarto de siglo. En la década de 1970, se habló mucho de crisis. En la de 1980, se habló básicamente de reestructuración y reorganización. En la de 1990, ya no estábamos seguros de que la crisis de la década de 1970 se hubiese realmente resuelto y ha comenzado a extenderse la opinión de que la historia del capitalismo pudiera encontrarse en un punto de inflexión decisivo. Nuestra tesis es que la historia del capitalismo se halla con toda probabilidad experimentando tal punto de inflexión, pero que la situación no es tan inaudita como pudiera parecer a primera vista. A lo largo de la historia del capitalismo, los períodos dilatados de crisis, reestructuración y reorganización, en resumen, de cambio discontinuo, han sido mucho más habituales que los breves lapsos de expansión generalizada de acuerdo con una senda de desarrollo definida, como aconteció durante las décadas de 1950 y 1960. En el pasado, estos largos períodos de cambio discontinuo finalizaron con la reconstitución de la economía-mundo capitalista a partir de nuevos y más ambiciosos fundamentos. Nuestra investigación pretende, en primer lugar, identificar las condiciones sistémicas en las que puede producirse una reconstitución de este tipo y, si realmente se produce, definir cual sería su configuración. Los cambios que se han producido alrededor de 1970 en el modo de funcionamiento local y global del capitalismo se han examinado prolijamente, aunque todavía sea objeto de debate la naturaleza exacta de tales cambios. El carácter fundamental de los mismos constituye, no obstante, el tema recurrente de una literatura que está creciendo rápidamente. Se han producido cambios en la configuración espacial de los procesos de acumulación de capital. Durante la década de 1970, la tendencia predominante pareció apuntar a la reubicación de estos procesos desde los países de renta elevada a los países y regiones de renta baja (Fröbel, Heinrichs y Kreye, 1980; Bluestone y Harrison, 1982; Massey, 1984; Walton, 1985). Durante la década de 1980, por el contrario, la tendencia predominante pareció apuntar a la re-centralización del capital en los países y regiones de renta elevada (Gordon, 1988). En todo caso, cualquiera que sea la dirección de este movimiento, la tendencia observable desde 1970 indica una mayor movilidad geográfica del capital (Sassen, 1988; Scott, 1988; Storper y Walker, 1989). Estas tendencias se han hallado estrechamente vinculadas con los cambios producidos en la organización de los procesos de producción e intercambio. Algunos autores han afirmado que la crisis de la producción en masa «fordista», basada en sistemas de máquinas especializadas que operan en entornos organizativos de corporaciones gigantes, integradas verticalmente y administradas burocráticamente, ha creado oportunidades únicas para la revitalización de los denominados sistemas de «especialización flexible», basados en la producción artesanal de pequeñas series, realizadas en unidades empresariales de tamaño pequeño y medio, coordinadas mediante procesos de intercambio definidos por el mercado (Piore y Sable, 1984; Sable y Zeitlin, 1985; Hirst y Zeitlin, 1991). Otros autores han puesto de relieve la regulación legal de las actividades generadoras de renta y han observado como la «formatización» cada vez mayor de la vida económica, es decir, la proliferación de restricciones legales sobre los procesos de producción e intercambio, ha dado lugar a la tendencia opuesta, a la «informalización», esto es, a la proliferación de actividades generadoras de renta que eludan la regulación legal mediante un tipo u otro de modelo empresarial «personal» o «familiar» (Lomnitz, 1988; Portes, Castells y Benton, 1989; Feige, 1990; Portes, 1994). Coincidiendo parcialmente con esta literatura, numerosos estudios han seguido los pasos de la escuela de la regulación» francesa y han interpretado los cambios actuales en el modo de funcionamiento del capitalismo como una crisis estructural de lo que ellos denominan «régimen de acumulación» fordista-keynesiano (para un análisis de esta escuela, véase Boyer, 1990; Jessop, 1990; Tickell y Peck, 1992). Este régimen se conceptualiza como una particular fase constitutiva del desarrollo capitalista, caracterizada por inversiones en capital fijo que crean el potencial para obtener incrementos regulares de productividad y generar el consumo de masas correspondiente. Para que este potencial se materialice, se requieren políticas e intervenciones públicas adecuadas, instituciones sociales, normas y hábitos de comportamiento (el «modo de regulación»). El «keynesianismo» se describe como el modo de regulación que posibilitó al emergente régimen fordista la completa realización de su potencial. A su vez, este modo de regulación se concibe como la causa subyacente de la crisis de la década de 1970 (Aglietta, 1979b; De Vroey, 1984; Lipietz, 1987, 1988). En general,» los regulacionalistas» se muestran agnósticos en cuanto al régimen de acumulación/modo de regulación que podría suceder al fordismo-keynesianismo o, más exactamente, dudan de si en algún momento podrá conformarse tal régimen de acumulación con su correspondiente modo de regulación. En una línea similar, pero utilizando un aparato conceptual diferente, Claus Offe (1985) y, más explícitamente, Scott Lash y John Urry (1987) han hablado del fin del «capitalismo organizado y de la emergencia de un «capitalismo desorganizado». Estos autores constatan que la característica esencial de aquél, la administración y la regulación consciente de las economías nacionales por medio de jerarquías empresariales y funcionarios públicos, está siendo puesta en peligro por la creciente desconcentración y descentralización espacial y funcional de los poderes empresariales, lo cual deja a los procesos de acumulación de capital en un estado de «desorganización» aparentemente irremediable. Analizando esta insistencia en la desintegración más que en la coherencia del capitalismo contemporáneo, David Harvey (1989) sugiere que, en realidad, el capitalismo puede hallarse en el centro de una transición histórica del fordismo-keynesianismo a un nuevo régimen de acumulación que él denomina provisoriamente «régimen de acumulación flexible». Entre 1965 y 1973, prosigue este autor, las dificultades encontradas por el fordismo y el keynesianismo para contener las contradicciones inherentes del capitalismo se hicieron cada vez más evidentes: «Superficialmente, estas dificultades podrían conceptualizarse mejor con una sola palabra: rigidez». Surgieron problemas con la rigidez de las inversiones a largo plazo y a gran escala en los sistemas de producción en masa; con la rigidez de los mercados de trabajo y de los contratos laborales regulados, y con la rigidez de los compromisos del Estado frente a los programas de bienestar y los gastos de defensa. Tras estas rigideces específicas se hallaba una configuración del poder político y de las relaciones que vinculaban a las grandes organizaciones sindicales, al gran capital y al Estado tremendamente difícil de manejar y ostensiblemente solidificada, la cual se mostraba cada vez más como un conglomerado disfuncional de intereses adquiridos, que se hallaban definidos de un modo tan estrecho que erosionaban, en vez de asegurar, la acumulación de capital. (Harvey, 1989: 142.) Los intentos efectuados por los gobiernos estadounidense y británico para conservar el ímpetu de la expansión económica de postguerra mediante una política monetaria extraordinariamente laxa tuvieron cierto éxito a finales de la década de 1960, pero desplegaron sus efectos perversos a principios de la década de 1970. Las rigideces se incrementaron todavía más, cesó el crecimiento real, las tendencias inflacionistas se hicieron incontrolables y colapsó el sistema de tipos fijos de cambio, que había sostenido y regulado la expansión económica de posguerra. Desde entonces, todos los Estados han quedado a merced de la disciplina financiera, bien mediante los efectos de la huida de capitales o en virtud de presiones institucionales directas. «Siempre ha existido en el capitalismo, por supuesto, un delicado equilibrio entre el poder estatal y el poder financiero, pero la ruptura del fordismo-keynesianismo indica evidentemente un aumento del poder del capital financiero frente al Estado-nación» (Harvey, 1989: 145, 168). Este cambio, a su vez, ha generado una «explosión de nuevos instrumentos y mercados financieros y el surgimiento de sistemas de coordinación financiera a escala global altamente sofisticados». Harvey considera, no sin vacilación, este «extraordinario florecimiento y transformación de los mercados financieros» como la novedad radical del capitalismo de las décadas de 1970 y 1980 y la característica esencial del régimen emergente de acumulación flexible». La remodelación espacial de los procesos de producción y acumulación, la reaparición de la producción artesanal y de las redes empresariales personales/familiares, la difusión de las coordinaciones a través del mercado a expensas de la planificación realizada por los poderes públicos y por las grandes empresas: todos estos procesos, en opinión de Harvey, constituyen diferentes aspectos de la transición al nuevo régimen de acumulación flexible. No obstante, Harvey se inclina a considerarlos como expresiones de la búsqueda de soluciones financieras a las tendencias a la crisis del capitalismo (Harvey 1989: 191-194). Harvey es totalmente consciente de las dificultades que encierra la teorización de la transición a la acumulación flexible, aceptando que ello sea lo que le esté sucediendo realmente al capitalismo, y señala diversos «dilemas teóricos». ¿Podemos captar la lógica, si no la necesidad, de la transición? ¿En qué grado tienen que modificarse las formulaciones teóricas, pasadas y presentes, de la dinámica del capitalismo, dadas las reorganizaciones y reestructuraciones radicales que están teniendo lugar tanto en el ámbito de las fuerzas productivas como en el de las relaciones de producción? ¿Y disponemos de una conceptualización del actual régimen suficientemente correcta que nos permita predecir de algún modo el curso y las implicaciones de lo que parece ser una revolución en marcha? La transición del fordismo al régimen de acumulación flexible ha planteado serias dificultades para todo tipo de teorías... El único punto de acuerdo general es que algo significativo ha cambiado en el modo de funcionamiento del capitalismo desde 1970. (Harvey, 1989: 1973.) Las cuestiones que han inspirado este libro son similares a las de Harvey. Pero las respuestas se construyen mediante la investigación de las tendencias actuales a partir de las pautas de recurrencia y evolución que han acompañado al capitalismo histórico como sistema-mundo durante toda su existencia. Una vez ampliado el horizonte espacio-temporal de nuestras observaciones e hipótesis teóricas, tendencias que parecían novedosas e impredecibles comienzan a adquirir un mayor grado de familiaridad. De modo más específico, el punto de partida de nuestra investigación ha sido la afirmación efectuada por Fernand Braudel de que la característica esencial del capitalismo histórico en su *longue durée*, es decir, a lo largo de toda su existencia, ha sido la «flexibilidad y el «eclecticismo» del capital y no las formas concretas asumidas por este último en diferentes lugares y momentos: > Permitaseme subrayar la cualidad que me parece ser un rasgo esencial de la historia general del capitalismo: su flexibilidad ilimitada, su capacidad de cambio y de adaptación. Si existe, como yo creo, una cierta unidad en el capitalismo, desde la Italia del siglo XIII al mundo occidental actual, ésta debe localizarse y observarse sobre todo en tal capacidad. (Braudel, 1982: 433; cursivas en el original) En ciertos periodos, incluso dilatados, el capitalismo pareció «especializarse», como en el siglo XIX, cuando se desplazó de modo tan espectacular hacia el nuevo mundo de la industria». Esta especialización ha inducido a los historiadores en general a contemplar la industria como la floración final que dio al capitalismo su "verdadera” identidad». Pero se trata de una opinión limitada temporalmente: > [Después de la] expansión inicial de la mecanización, el tipo más avanzado de capitalismo volvió al eclecticismo, a la indivisibilidad de intereses por decirlo así, como si la ventaja característica de estar en los puestos de mando de la economía, hoy al igual que en los dias de Jacques Coeur (el millonario del siglo XIV), consistiese precisamente en no tener que confinarse en una única opción, en ser eminentemente adaptable y, por lo tanto, no especializado. (Braudel, 1982: 381; cursivas en el original) Creo que estos fragmentos pueden leerse como una reafirmación de la fórmula general del capital pergeñada por Karl Marx: *DMD'*. Capital-dinero (*D*) significa liquidez, flexibilidad, libertad de elección. Capital-mercancía (*M*) significa capital invertido en una combinación particular input-output en función de un beneficio. Por consiguiente, significa concretización, rigidez y reducción o cierre de las opciones. *M'* significa liquidez, flexibilidad y libertad de elección expandidas. Así comprendida, la fórmula de Marx nos dice que las agencias capitalistas no invierten dinero en combinaciones input-output particulares, con toda la correspondiente pérdida de flexibilidad y libertad de elección, como un fin en sí mismo. Por el contrario, lo hacen como un medio para obtener el fin de asegurarse una flexibilidad y una libertad de elección en el futuro siempre mayores. La fórmula de Marx nos dice también que, si no existe expectativa alguna por parte de las agencias capitalistas sobre este incremento futuro de su libertad de elección o si esta expectativa se incumple de modo sistemático, el capital tiende a reorientarse hacia formas más flexibles de inversión, sobre todo, a su forma-dinero. En otras palabras, las agencias capitalistas «prefieren» la liquidez y una parte considerablemente alta de su flujo de tesorería tiende a permanecer en forma líquida. Esta segunda lectura se halla implícita en la caracterización efectuada por Braudel de la «expansión financiera» como síntoma de madurez de un modelo particular de desarrollo capitalista. Al discutir el abandono del comercio efectuado por los holandeses a mediados del siglo XVIII para convertirse en «los banqueros de Europa», Braudel sugiere que tal abandono constituye una tendencia sistemática recurrente en el sistema-mundo. Esta misma tendencia se había manifestado anteriormente en la Italia del siglo XV, cuando la oligarquía capitalista genovesa se desplazó del tráfico de mercancías al negocio bancario, y en la segunda mitad del siglo XVI, cuando los nobili vecchi genoveses, los prestamistas oficiales del rey de España, se retiraron gradualmente del comercio. Siguiendo a los holandeses, la tendencia fue repetida por los ingleses a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el fin de la fantástica aventura de la Revolución Industrial» creó una hiperoferta de capital-dinero (Braudel, 1984: 242-243, 246). Tras la igualmente fantástica aventura del denominado fordismo-keynesianismo, el capital estadounidense siguió una pauta similar durante las décadas de 1970 y 1980. Braudel no discute la expansión financiera de nuestros días, que adquirió su impetu después de que él concluyera su trilogía *Civilización material, economía y capitalismo*. No obstante, podemos reconocer fácilmente en este último «renacimiento del capital financiero otro ejemplo de esa vuelta al «eclecticismo» que ha estado asociada en el pasado con la madurez de los modelos fundamentales del desarrollo capitalista: «[Cada] modelo de desarrollo capitalista de este orden, al alcanzar la etapa de expansión financiera, está anunciando de algún modo su madurez; [constituye] un signo otoñal» (Braudel, 1984: 246; cursivas añadidas). La fórmula general del capital acuñada por Marx (*DMD'*) puede interpretarse, por consiguiente, como la descripción no únicamente de la lógica de las inversiones de los capitalistas individuales, sino también como la pauta de comportamiento recurrente de capitalismo histórico como sistema-mundo. El aspecto central de la mencionada pauta radica en la alternancia de épocas de expansión material (fases *DM* de acumulación de capital) con fases de renacimiento y expansión financieros (fases *MD'*)). En las fases de expansión material, el capital-dinero «pone en movimiento una creciente masa de mercancías (incluidas la fuerza de trabajo mercantilizada y los recursos naturales), y en las fases de expansión financiera, una creciente masa de capital-dinero «se libera» de su forma de mercancía, y la acumulación se realiza mediante procedimientos financieros. En su conjunto, las dos épocas o fases constituyen un ciclo sistémico de acumulación completo (*DMD'*)). Nuestra investigación consiste esencialmente en un análisis comparativo de los sucesivos ciclos sistémicos de acumulación para intentar identificar (1) las pautas de recurrencia y evolución que se están reproduciendo en la actual fase de expansión financiera y reestructuración sistémica, y (2) las anomalías de esta actual fase de expansión financiera que pueden conducir a una ruptura con las pautas anteriores de recurrencia y evolución. Pueden identificarse cuatro ciclos sistémicos de acumulación, cada uno de ellos definido por una unidad fundamental de la agencia primaria y de la estructura de los procesos de acumulación de capital a escala mundial: un ciclo genovés, que se extendió desde el siglo XV hasta principios del siglo XVII; un ciclo holandés, que duró desde finales del siglo XVI hasta finales del siglo XVIII; un ciclo británico, que abarcó la segunda mitad del siglo XVIII, todo el siglo XIX y los primeros años del siglo XX, y un ciclo americano, que comenzó a finales del siglo XIX y que ha continuado hasta la fase actual de expansión financiera. Como se desprende de esta aproximada periodización preliminar, los ciclos sistémicos de acumulación consecutivos se solapan y, aunque su duración se reduce progresivamente, todos ellos duran más de un siglo: por tanto, la noción de «siglo largo» se tomará como unidad temporal básica en el análisis de los procesos de acumulación capital a escala mundial. Estos ciclos son totalmente diferentes de los «ciclos seculares» (o ciclos logísticos de precios) y de los más reducidos ciclos de *Kondratieff*, a los cuales Braudel ha concedido tanta importancia. Estos dos tipos de ciclos son constructos empíricos de incierto status teórico, derivados de las fluctuaciones a largo plazo observadas en los precios de las mercancías (para un análisis de la literatura pertinente, véase Barr, 1979; Goldstein, 1988). Los ciclos seculares presentan ciertas notables similitudes con nuestros ciclos sistémicos. Son cuatro, duran más de un siglo y paulatinamente han reducido su duración (Braudel, 1984: 78). Los ciclos de precios seculares y los ciclos sistémicos de acumulación se hallan, sin embargo, absolutamente desincronizados entre si. Una expansión financiera es igualmente posible que se produzca al principio, en un momento intermedio o al final de un ciclo (de precios) secular (véase la Figura 10 en este volumen). Braudel no intenta reconciliar esta discrepancia entre su datación de las expansiones financieras, sobre la cual se basa nuestra periodización de los ciclos sistémicos de acumulación, y su datación de los ciclos (de precios) seculares. Y tampoco lo haremos nosotros. Teniendo que elegir entre estos dos tipos de ciclos, hemos optado por los ciclos sistémicos porque constituyen indicadores mucho más válidos y fiables del núcleo específicamente capitalista del moderno sistema-mundo que los ciclos seculares o los ciclos de Kondratieff. En realidad, no existe acuerdo en la literatura que aborda las fluctuaciones a largo plazo de los precios, sean de tipo logistico o de Kondratieff, sobre lo que és tas indican. Ciertamente, no son indicadores fiables de las contracciones y expansiones del núcleo específicamente capitalista del moderno sistema-mundo. La rentabilidad y el dominio del capital sobre los recursos humanos y naturales puede decrecer o incrementarse tanto en una recesión como en un momento de auge. Todo depende de quienes sean los sujetos cuya competencia está provocando la subida o la reducción de precios. Si se trata de «capitalistas», como quiera que éstos se definan, que están compitiendo más (menos) intensamente que sus proveedores y clientes «no-capitalistas», la rentabilidad caerá (aumentará) y el dominio del capital sobre los recursos disminuirá (se incrementará), con independencia de si la tendencia global de los precios es al alza o a la baja. La logística de precios y los ciclos de Kondratieff tampoco parecen ser un fenómeno específicamente capitalista. Es interesante observar que en un resumen elaborado por Joshua Goldstein sobre los hallazgos empíricos y las premisas subyacentes de los estudios sobre las ondas largas, la noción de «capitalismo» no juega en absoluto ningún papel. Goldstein, tras el análisis de series estadísticas, concluye que las ondas largas en los precios y la producción se «explican», en primer término, por la severidad de las que él denomina «guerras de las grandes potencias». El problema de la emergencia y expansión del capitalismo se excluye totalmente del objeto de su investigación (Goldstein, 1988: 258-274, 286). El problema de la relación existente entre el surgimiento del capitalismo y las fluctuaciones de los precios a largo plazo ha preocupado a los estudiosos del sistema-mundo realmente desde sus inicios. Nicole Bouquet (1979: 503) consideró «embarazoso» que la logística de precios fuera muy anterior a 1500. Por la misma razón, Albert Bergesen (1983; 78) se preguntaba si la logística de precios «representaba la dinámica del feudalismo, la del capitalismo o la de ambos». Incluso la China imperial parece haber conocido fenómenos similares a las ondas experimentadas en Europa (Hartwell, 1982; Skinner, 1985). Y todavía más perturbado ra resulta la afirmación de Barry Gills y André Gunder Frank (1992: 621-622) de que los ritmos cíclicos y las tendencias seculares del sistema-mundo deben reconocerse desde hace aproximadamente 5.000 años y no en los últimos 500 años como ha sido habitual en los análisis del sistema-mundo y de las ondas largas». En resumen, la conexión existente entre los ciclos seculares de Braudel y la acumulación capitalista de capital no tiene una clara fundamentación lógica o histórica. La noción de ciclos sistémicos de acumulación, por el contrario, deriva directamente de la noción de capitalismo elaborada por Braudel como el estrato superior «no especializado en la jerarquía del mundo del comercio. Es en este estrato superior en donde se obtienen los «beneficios a gran escala». Aquí los beneficios son enormes, no únicamente porque el estrato capitalista «monopolice» las actividades comerciales más rentables; lo realmente importante es que el estrato capitalista goza de la flexibilidad necesaria para desplazar continuamente sus inversiones desde las actividades comerciales que se enfrentan a rendimientos decrecientes hacia aquellas que no los tienen (Braudel, 1982: 22, 231, 428-430). Al igual que en la fórmula general del capital acuñada por Marx (*DMD'*)), también en la definición de capitalismo de Braudel lo que define como capitalista a una agencia o un estrato social no es su predisposición a invertir en una mercancía particular (por ejemplo, fuerza de trabajo) o en una esfera de actividad especifica (por ejemplo, la industria). Una agencia es capitalista siempre que su dinero este dotado del «poder de reproducirse» (la expresión es de Marx) de modo sistemático y persistente, con independencia de la naturaleza de las mercancías y actividades particulares que sean, incidentalmente, el medio para ello en un momento dado. La noción de ciclos sistémicos de acumulación que nosotros hemos extraído de las observaciones históricas de Braudel sobre las expansiones financieras recurrentes, subraya y se deriva lógicamente de esta estricta relación instrumental del capitalismo con el mundo del comercio y de la producción. Esto significa que las expansiones financieras se consideran como sintomáticas de una situación en la que la inversión de dinero en la expansión del comercio y la producción no cumple ya el objetivo de incrementar el flujo de tesorería del estrato capitalista de modo tan efectivo como pueden hacerlo las operaciones puramente financieras. En tal situación, el capital invertido en el comercio y la producción tiende a revertir a su forma-dinero y a acumularse más directamente, como sucede en la fórmula abreviada de Marx *DD'*. Los ciclos sistémicos de acumulación, a diferencia de la logística de precios y de los ciclos de Kondratieff, constituyen por lo tanto un fenómeno inherentemente capitalista. Apuntan a la continuidad fundamental de los procesos de acumulación de capital a escala mundial en los tiempos modernos. Pero constituyen también rupturas fundamentales en las estrategias y estructuras que han conformado estos procesos a lo largo de los siglos. Al igual que en algunas de las conceptualizaciones de los ciclos de Kondratieff, como las de Gerhard Mensch (1979), David Gordon (1980) y Carlota Pérez (1983), nuestros ciclos destacan la alternancia de fases de cambio continuo con fases de cambio discontinuo. Así pues, nuestra secuencia de ciclos sistémicos, que se solapan parcialmente, presenta un estrecha semejanza formal con el «modelo de metamorfosis» del desarrollo socioeconómico elaborado por Mensch. Este autor (1979: 73) abandona «la noción de que la economía se ha desarrollado en ondas, optando por la teoría de que ha evolucionado a través de series de impulsos innovadores intermitentes que asumen la forma de ciclos sucesivos en forma de *S*» (véase la Figura 1). Su modelo describe fases de crecimiento estable en virtud de sendas bien definidas, que se alternan con fases de crisis, reestructuración y turbulencia, las cuales finalmente recrean de nuevo condiciones de crecimiento estable. [Imagen de la Figura 1. Modelo de metamorfosis de Mensch. (Fuente: Mensch, 1979: 73.)] El modelo de Mensch se refiere principalmente al crecimiento y a las innovaciones en industrias particulares o en economías nacionales específicas y, como tal, no presenta un interés inmediato para nuestra investigación. Sin embargo, la idea de ciclos consistentes en fases de cambio continuo en virtud de una senda única que se alternan con fases de cambio discontinuo que explican el desplazamiento de una senda a otra apoya nuestra secuencia de ciclos sistémicos de acumulación. La diferencia radica en que lo que se desarrolla» en nuestro modelo no es una industria o una economía nacional particulares, sino la economía-mundo capitalista en su conjunto a lo largo de toda su existencia. Así, las fases de expansión material (*DM*) se caracterizarán por ser fases de cambio continuo durante las cuales la economía-mundo capitalista crece en virtud de una senda única de desarrollo. Y las fases de expansión financiera (*MD'*) se caracterizarán por ser fases de cambio discontinuo durante las cuales el crecimiento en virtud de la senda establecida ha alcanzado o está alcanzando sus límites, y la economía-mundo capitalista «se desplaza» a otra senda mediante reestructuraciones y reorganizaciones radicales. Históricamente, el crecimiento en virtud de una única senda de desarrollo y los desplazamientos de una senda a otra no han sido simplemente el resultado inesperado de las innumerables acciones realizadas autónomamente en un momento dado por los individuos y las múltiples comunidades en las que se divide la economía-mundo capitalista. Por el contrario, las expansiones y reestructuraciones recurrentes de ésta última se han producido bajo el liderazgo de comunidades y bloques de agencias gubernamentales y empresariales particulares que se hallaban en una posición única para sacar provecho de las inesperadas consecuencias de las acciones de otras agencias. Las estrategias y las estructuras mediante las que estas agencias líderes han promovido, organizado y regulado la expansión o la reestructuración de la economía-mundo capitalista es lo que conceptualizaremos como régimen de acumulación a escala mundial. El objetivo principal del concepto «ciclos sistémicos» es describir y elucidar la formación, consolidación y desintegración de los sucesivos regímenes mediante los que la economía-mundo capitalista se ha expandido desde su embrión medieval subsistémico a su actual dimensión global. Toda la construcción reposa sobre la opinión poco convencional de Braudel sobre la relación que vincula la formación y la reproducción ampliada del capitalismo histórico como sistema-mundo a los procesos de formación de Estados, por un lado, y a la formación de mercados, por otro. La opinión convencional en las ciencias sociales, en el discurso político y en los medios de comunicación de masas es que capitalismo y economía de mercado son más o menos idénticos, y que el poder estatal es antitético a ambos. Braudel, por el contrario, contempla el capitalismo como absolutamente dependiente del poder del Estado en su emergencia y en su expansión y como antitético a la economía de mercado (cfr. Wallerstein, 1991: caps. 14-15). De modo más específico, Braudel concibe el capitalismo como el estrato superior de una estructura de tres niveles; una estructura en la que, como en todas las jerarquías, los [estratos] superiores no podrían existir sin los inferiores de los cuales dependen». El estrato inferior y hasta muy recientemente el más amplio es el de la más extremadamente elemental y en gran medida autosuficiente economía de subsistencia. Buscando una expresión más. adecuada, Braudel denominó este estrato «el de la vida material, el estrato de la no-economía, el suelo en el que el capitalismo hunde sus raíces, pero en el que nunca puede realmente penetrar» (Braudel, 1982: 21-22, 229): > Sobre [este estrato inferior), se halla el terreno propicio de la economía de mercado con sus múltiples comunicaciones horizontales entre los diferentes mercados: aquí un grado de coordinación automática vincula habitualmente oferta, demanda y precios. A su lado, o mejor, sobre este estrato se halla la zona del antimercado, donde merodean los grandes depredadores y rige la ley de la selva. Éste, hoy como en el pasado, antes y después de la Revolución Industrial, constituye el hogar real del capitalismo. (Braudel, 1982: 229-230; cursivas añadidas.) Una economía de mercado a escala mundial, en el sentido de comunicaciones horizontales múltiples entre diferentes mercados, emergió de las profundidades del estrato de la vida material mucho antes de que surgiera el capitalismo como sistema-mundo sobre el estrato de la economía de mercado. Como ha mostrado Janet Abu-Lughod (1989), ya en el siglo XIII se hallaba en funcionamiento un sistema distendido, pero no por ello menos reconocible, de comunicaciones horizontales entre los principales mercados de Eurasia y África. Y dados nuestros conocimientos actuales, Gills y Frank pueden hallarse en lo cierto cuando afirman que este sistema de combinaciones horizontales emergió realmente varios milenios antes. Sea como fuere, la cuestión que afecta directamente a nuestra, investigación no es cuándo y cómo surgió una economía de mercado a escala mundial a partir de las estructuras primordiales de la vida cotidiana; en nuestro caso, se trata de analizar cuándo y cómo surgió el capitalismo a partir de la estructuras de la economía de mercado a escala mundial preexistente y cómo, con el paso del tiempo, se dotó del poder para reconfigurar los mercados y las vidas de todo el mundo. Como señala Braudel (1984: 92), la metamorfosis de Europa en el <monstruoso configurador de la historia mundial que llegó a ser después de 1500 no consistió en una simple transición. Por el contrario, se trató de una serie de etapas y transiciones, remontándose la primera de ellas mucho más atrás de lo que se conoce habitualmente como "el" Renacimiento de finales del siglo XV». El factor más decisivo de esta serie de transiciones no fue la proliferación de unidades de empresa capitalista a través de Europa. Unidades de este tipo habían existido a lo largo del sistema comercial eurasiático y no eran en modo alguno peculiares del mundo occidental: > En todas partes, desde Egipto hasta Japón, encontraremos capitalistas genuinos, vendedores al por mayor, comerciantes rentistas con sus miles de auxiliares: comisionistas, intermediarios, cambistas y banqueros. En lo que a las técnicas, las posibilidades o las garantías de cambio se refiere, cualquiera de tales grupos de mercaderes resistiría la comparación con sus homólogos occidentales. Tanto dentro como fuera de la India, mercaderes tamiles, bengalíes y guajeratis mantuvieron estrechas relaciones mediante empresas y contratos que se transmitían de un grupo a otro, al igual que sucedía en Europa entre los florentinos, los luqueses, los genoveses, los sudalemanes o los ingleses. Hubo, incluso, en la época medieval, reyes mercaderes en los puertos de El Cairo, Adén y el Golfo Pérsico. (Braudel, 1984: 486.) En ninguna otra parte, excepto en Europa, estos elementos constitutivos del capitalismo se fusionaron en la poderosa amalgama que impulsó a los Estados europeos hacia la conquista territorial del mundo y la formación de una poderosa economía-mundo capitalista verdaderamente global. Desde esta perspectiva, la transición realmente importante que debe dilucidarse no es la del feudalismo al capitalismo, sino la que se produjo desde un poder capitalista disperso a un poder capitalista concentrado. El aspecto esencial de esta transición, habitualmente no tenida en cuenta, es la fusión única del Estado y el capital, que en ningún otro lugar se realizó de modo más favorable para el capitalismo que en Europa: > El capitalismo tan sólo triunfa cuando llega a identificarse con el Estado, cuando es el Estado. En su primera gran fase, la de las ciudades-Estado de Venecia, Génova y Florencia, el poder se halla en manos de la elite adinerada. En la Holanda del siglo XVII, la aristocracia de los regentes gobernaba en beneficio de empresarios, comerciantes y prestamistas e incluso de acuerdo con sus directivas. De modo similar, en Inglaterra, al igual que en Holanda, la Revolución Gloriosa de 1688 marcó el acceso del mundo de los negocios al poder. (Braudel, 1977: 64-65; cursivas añadidas.) El anverso de este proceso ha sido la competencia interestatal por el capital en busca de inversión. Como señaló Max Weber en su *Historia económica general*, en la Antigüedad, como en la Baja Edad Media, las ciudades europeas habían sido semilleros de un «capitalismo político». En ambos periodos, la autonomía de estas ciudades fue progresivamente erosionada por estructuras políticas de mayor envergadura. No obstante, mientras que en la Antigüedad esta pérdida de autonomía significó el fin del capitalismo político, en el inicio de los tiempos modernos significó la expansión del capitalismo como un nuevo tipo de sistema-mundo: > En la Antigüedad, la libertad de las ciudades fue eliminada por un imperio mundial burocráticamente organizado, en el interior del cual ya no había espacio para el capitalismo político... [En] contraste con la Antigüedad, [en la era moderna las ciudades] se hallaron bajo el poder de Estados nacionales que competían, en una situación de lucha constante, por el poder mediante medios pacíficos o mediante la guerra. Esta lucha competitiva creó las mayores oportunidades para el moderno capitalismo occidental. Estos Estados independientes tenían que competir por un capital en busca de inversión que les dictaba las condiciones a tenor de las cuales les prestaría su apoyo en su lucha por el poder... El Estado nacional autosuficiente es, por lo tanto, el que brindó al capitalismo su oportunidad de desarrollo y, en tanto que el Estado-nacional no generó un capitalismo imperial de alcance mundial, de persistencia. (Weber, 1961: 247-249; cursivas añadidas.) Al abordar la misma cuestión en *Economía y sociedad*, Weber (1978: 353-354) sugiere además que esta competencia por el capital en busca de inversión entre «grandes estructuras puramente políticas y aproximadamente iguales» desembocó en esa memorable alianza entre los Estados emergentes y los codiciados poderes capitalistas privilegiados, que constituyó un factor esencial en la creación del capitalismo moderno. Ni el comercio, ni las políticas monetarias de los Estados modernos... pueden comprenderse sin esta peculiar competencia política y sin la situación de «equilibrio que perduró entre los Estados europeos durante los últimos quinientos años. Nuestro análisis dotará de contenido a estas observaciones, mostrando que la competencia interestatal ha sido un elemento clave de todas y cada una de las expansiones financieras y un factor esencial en la formación de esos bloques de organizaciones gubernamentales y económicas que han dirigido la economía-mundo capitalista a lo largo de sus sucesivas fases de expansión material. Nuestro análisis también mostrará, matizando parcialmente la tesis de Weber, que la concentración del poder en manos de bloques particulares de agencias gubernamentales y económicas ha sido tan esencial para las expansiones materiales recurrentes de la economía-mundo capitalista como la competencia que ha tenido lugar entre estructuras políticas aproximadamente iguales». Como regla, las expansiones materiales más importantes se han producido tan sólo cuando un

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