TEMA 3: Habilidades específicas para la ayuda profesional PDF

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Este documento trata sobre las habilidades específicas en la ayuda profesional, centrándose en la autorrevelación. Se explora cómo la autorrevelación puede ser positiva o negativa, y cómo se aplica a distintos tipos de información, como la demográfica y la personal. Ofrece ejemplos de cómo se puede usar la autorrevelación en el contexto de la ayuda profesional. Se analizan las reglas y los factores influyentes en las interacciones.

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TEMA 3. HABILIDADES ESPECÍFICAS PARA LA AYUDA PROFESIONAL. 1. APERTURA PERSONAL: LA AUTORREVELACIÓN. La autorrevelación podemos definirla como la acción de compartir de forma controlada información sobre uno mismo (Bados López y García Grau, 2011; Cormier y Cormier, 2000; Will...

TEMA 3. HABILIDADES ESPECÍFICAS PARA LA AYUDA PROFESIONAL. 1. APERTURA PERSONAL: LA AUTORREVELACIÓN. La autorrevelación podemos definirla como la acción de compartir de forma controlada información sobre uno mismo (Bados López y García Grau, 2011; Cormier y Cormier, 2000; Willems et al., 2020). En la Unidad didáctica 1 mencionábamos la autorrevelación en dos puntos: por un lado, indicamos que era un factor que influye en cómo de atractivo resulta el psicólogo al consultante; por otro lado, constituye un elemento central de la actitud básica de autenticidad: los/as consultantes nos perciben como más genuinos cuando proporcionamos algún dato sobre nosotros mismos o nuestra vida. La autorrevelación puede tomar la forma de conducta verbal o de conducta no verbal, lo que quiere decir que también comunicamos información a través de nuestras acciones y de canales no verbales como los gestos, la expresión facial, la postura, etc. (Cormier y Cormier, 2000; Willems et al., 2020). Por ejemplo, si una mujer nos está relatando una agresión sexual sufrida, puede ser complicado mantenernos impasibles y, en alguna parte especialmente cruenta del relato, nuestros ojos pueden mostrarse acuosos. En ese momento estaríamos comunicando información sobre nosotros mismos, concretamente lo que sentimos, la reacción que nos produce escuchar el relato de su historia. Por ello, es importante trabajar la expresión no verbal en la misma medida que la verbal. No obstante, y aunque te animamos a prestar atención a los aspectos no verbales de la autorrevelación, nos vamos a centrar en el uso consciente y voluntario de la autorrevelación a nivel verbal. La información propia que podemos revelar puede ser de diferentes tipos (Cormier y Cormier, 2000). En primer lugar, puede ser información positiva o negativa; en segundo lugar, puede ser información demográfica o personal. La figura 1 muestra cómo se combinan esos tipos de información. 1.1. TIPO DE INFORMACIÓN. Según su valencia: - La autorrevelación puede ser positiva o negativa. La primera proporciona información sobre experiencias positivas y puntos fuertes semejantes a los de la persona en consulta. La segunda, por el contrario, revela información sobre experiencias de fracaso y limitaciones propias similares a las del consultante, así como también experiencias diferentes. Ambas pueden resultar útiles en función de la situación concreta, como veremos más adelante. Según el grado de intimidad: 1 - El grado de intimidad de la información revelada puede variar también. Así, se puede referir a sucesos poco íntimos, realizando una autorrevelación demográfica, o a sucesos íntimos y sentimientos, llevando a cabo una autorrevelación personal. Ejemplos de autorrevelación demográfica serían la experiencia profesional, edad, estado civil, número de hijos y lo que sucede dentro de la relación de ayuda (p. ej., estar contento con los progresos). Ejemplos de autorrevelación personal serían las experiencias personales de determinados problemas o formas de sentir. Ejemplos: - Autorrevelación demográfica: «¿Estuviste viviendo en Cantabria? ¡Anda! Yo estuve veraneando varias veces allí hace algunos años». - Autorrevelación personal: «Pasé por un proceso de divorcio hace algunos años y sé lo difícil que es y los desafíos tan grandes que a veces suponen las cosas aparentemente más pequeñas». - Autorrevelación positiva: «Yo también tuve una experiencia de vivir fuera, estuve haciendo el Erasmus en Reino Unido y también fue una experiencia que me marcó muchísimo y me hizo aprender mucho de mí». - Autorrevelación negativa: «A veces es complicado recibir críticas de la gente que nos importa. A mí, en ocasiones, las críticas o puntos de vista diferentes de mis padres me han hecho sentir mal y me costó un tiempo aprender a aceptarme sin que ellos aprobaran algunas de mis decisiones». En cuanto a las funciones que puede cumplir la autorrevelación (la autorrevelación también ayuda a validar la biografía de otra persona. Revelar los aspectos y experiencias de vida que compartimos ayuda a expresar aceptación y normalizar experiencias que la persona puede considerar extrañas y atípicas.), son las siguientes (Bados López y García Grau, 2011; Cormier y Cormier, 2000; Willems et al., 2020): - Generar una atmósfera de trabajo abierta y favorecedora. - Aumentar la confianza en el psicólogo y, por tanto, la capacidad de influencia. - Estimular las revelaciones recíprocas del consultante y la expresión de sentimientos. - Suscitar esperanza y percepción de control. - Servir de ejemplo en el uso de estrategias. - Provocar el desarrollo de nuevas perspectivas que favorezcan el establecimiento de metas y el proceso de cambio. 1.2. REGLAS BÁSICAS PARA LA AUTORREVELACIÓN. Existen diferentes reglas básicas que son de ayuda para decidir cuándo realizar una autorrevelación (la autorrevelación es una destreza compleja que requiere de un uso preciso. Siempre ha de cumplir una función en la relación de ayuda; si no lo hace, entonces la autorrevelación se está usando no como herramienta profesional, sino para satisfacer necesidades personales del psicólogo.), qué revelar y cuánto (Bados López y García Grau, 2011; Cormier y Cormier, 2000; Costa Cabanillas y López Méndez, 2006): - Motivación para realizar la autorrevelación: Esta regla se refiere a la necesidad de que valoremos por qué o para qué estamos realizando la autorrevelación, qué función esperamos que cumpla. Puede suceder que a veces se sientan deseos de llevar a cabo una 2 autorrevelación porque el psicólogo se identifica demasiado con el consultante o su problemática, o porque le ayude a reducir la ansiedad. Si no podemos explicar qué efecto beneficioso va a tener para el consultante y el objetivo de por qué la hacemos, entonces no es conveniente realizarla. - Cantidad acumulativa de información revelada: Esta regla hace referencia a la cantidad de revelaciones de información que realizamos, y lo ideal es que sea moderada, ya que es la que más efectos positivos tiene. Una cantidad moderada ayuda a generar una buena alianza de trabajo, mientras que una cantidad baja genera distancia en la relación, y el exceso de revelación puede llevar al consultante a percibir al psicólogo como indiscreto, de poca confianza, muy centrado en sí mismo o, incluso, como necesitado de recibir ayuda profesional. - Duración de la autorrevelación: Esta regla se refiere a la cantidad de tiempo empleada por el psicólogo para realizar la autorrevelación. Lo recomendable es ser conciso en las revelaciones, ya que el uso de un periodo de tiempo prolongado consume tiempo de la sesión que podría destinarse a otras cuestiones y roba protagonismo al consultante. - Profundidad o intimidad: Esta regla hace referencia a la naturaleza más demográfica o personal de las autorrevelación. La regla básica es que las relevaciones han de ser similares en contenido y forma a las del consultante. Si el consultante revela un suceso poco íntimo, será más apropiado revelar algo no íntimo (p. ej., ante la revelación de que la persona tiene dos hijos, podemos revelar que nosotros tenemos también dos, mientras que no será apropiado revelar: «Yo tengo un hijo adolescente que me trae por la calle de la amargura, estoy teniendo muchos problemas con él»). Sin embargo, si revela algo íntimo, nuestra autorrevelación puede tomar un cariz más personal, intentando no dar demasiados detalles ni alargarnos mucho. Además, si la persona revela una experiencia negativa, entonces lo apropiado sería una autorrevelación negativa, no positiva. Imagina que la persona nos cuenta que tiene problemas con su hijo adolescente, sería poco sensato contestar: «Pues yo, la verdad, es que con el mío ni un problema, es un hijo modelo». Sería más apropiado contestar (siempre que sea cierto): «En ocasiones yo lo pasé mal también cuando mi hijo era adolescente, es un periodo que plantea muchos desafíos a los que a veces uno no sabe cómo responder…». Eso sí, es importante en la revelación negativa que esta sea sobre un problema previo similar al de la persona y que esté actualmente resuelto, no un problema con el que tenemos dificultades en la actualidad. Asimismo, es recomendable indicar en la autorrevelación el modo en que se logró superar el problema. Esto fomenta la impresión de credibilidad y pericia del psicólogo, ya que el consultante percibe que conoce y comprende sus problemas y que sabe manejarlos. - Etapa del proceso y de la alianza: La profundidad de la autorrevelación tiene que adaptarse a la etapa del proceso de ayuda y de la alianza de trabajo. Es más útil realizar autorrevelaciones no íntimas en las primeras sesiones e ir introduciendo autorrevelaciones íntimas en sesiones posteriores, todo ello en función también del nivel de intimidad de las revelaciones que haga el consultante. 3 - Efectos de la autorrevelación: Esta regla se refiere a la necesidad de ser consciente de las consecuencias que va a tener la autorrevelación en un momento dado del proceso de ayuda. Hay que realizar una ponderación de estos aspectos antes de «lanzarse a la piscina». 2. MANEJO DE LAS EMOCIONES DISPLACENTERAS. Frecuentemente, uno de los mayores miedos del psicólogo sanitario al inicio de su andadura profesional tiene que ver con el manejo de las emociones negativas del consultante en las sesiones. Esta situación tan habitual (recordemos que si las personas acuden a nosotros o nosotros a ellas es porque se encuentran en un momento difícil) supone un desafío cuando la experiencia es limitada (incluso a veces cuando es amplia) y es, por tanto, una parte fundamental del trabajo que realizar. (Las emociones básicas o primarias, habitualmente presentes en todas las culturas y desde muy corta edad, son el miedo, el enfado, la tristeza, la alegría, el asco y la sorpresa. La expresión facial de estas suele ser común en las diferentes culturas y no son exclusivas del ser humano.). Para poder manejar de forma eficaz las emociones en sesión, lo primero es tener claro qué es una emoción. Aunque desde la perspectiva cognitivo-conductual se contempla la emoción como algo fundamentalmente «posterior» al pensamiento y que es consecuencia de este, lo cierto es que desde la investigación psicobiológica se ha mostrado que, ante un estímulo, muchas veces las respuestas emocionales más básicas surgen de forma casi automática, sin que medie el pensamiento en su origen (Bárez Palomo, 2016). De esta forma, aunque la tradicional secuencia A-B-C (pensamiento-emoción-conducta) es indudablemente habitual, también es usual que se dé la secuencia B-C-A, en la que mediante el pensamiento aparentemente automático damos una explicación a las experiencias emocionales que ya estábamos sintiendo. Las emociones, por tanto, son en realidad algo complejo que, además, cumple una importante función, ya que ayuda al organismo a adaptarse al medio, como ya teorizó Charles Darwin en su texto La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1852). En su forma más básica, como veíamos, las emociones ocurren de forma automática, tienen una manifestación física (gestos, expresiones faciales…) y son comunes a las diferentes culturas existentes, estando presentes también en mamíferos y aves. Tienen, por tanto, un componente innato no aprendido (Bárez Palomo, 2016). Resulta de utilidad tener en cuenta algunos aspectos relativos a las emociones, tal y como exponen Greenberg y Paivio (2012): - Se originan a partir de diversas fuentes, tanto estímulos externos como procesos internos conscientes e inconscientes. - Nos preparan y organizan para la acción, ayudando a priorizar las metas, por ejemplo, facilitando la toma de decisiones en momentos cruciales. - Son adaptativas para la supervivencia, así que no tiene sentido hablar de si son racionales o irracionales o realizar la distinción entre positivas y negativas. - Las emociones placenteras nos dirigen hacia la aproximación y exploración, mientras que las displacenteras nos ayudan a defendernos y afrontar situaciones potencialmente peligrosas. - Motivan nuestra conducta, de forma que tendemos a lograr los estados emocionales placenteros y evitar los displacenteros. 4 - Nos dirigen a actuar de tal manera que produzcamos cambios en nuestra relación con el entorno, de forma que la emoción deje de ser necesaria. - Ejercen influencia sobre nuestro pensamiento y sobre la memoria, y nos informan de nuestras propias reacciones a los acontecimientos. - Comunican a los demás, información sobre nuestra intención y nuestra disponibilidad para actuar. No obstante, pese a estas características comunes en términos generales a las emociones, es importante tener en cuenta que las personas responden de forma diferente ante la misma situación y que cada persona tiene una historia de aprendizaje propia que influye en las respuestas emocionales que tenga (Bárez Palomo, 2016). Relacionado con la historia diferencial de aprendizaje que tiene cada persona, cabe realizar la distinción entre emoción primaria y emoción secundaria (Bárez Palomo, 2016). Esta segunda hace referencia a las emociones que, por nuestro aprendizaje previo, sentimos como respuesta a la experimentación previa de una emoción primaria. Por ejemplo, alguien que ha aprendido que llorar es de débiles y no debe hacerlo, probablemente sentirá vergüenza o enfado consigo mismo si llora. La vergüenza o el enfado sería la emoción secundaria. Por otro lado, otro concepto sobre el que merece la pena detenernos un momento es el de la emoción instrumental. Esta sería la emoción que se siente y se expresa fundamentalmente porque su expresión produce un efecto deseado. Por ejemplo, una persona que suele sentirse muy desgraciada (y objetivamente no le ocurren grandes desgracias) y lo expresa porque le granjea la atención, el cariño y la ayuda de los demás (Bárez Palomo, 2016). 2.1. REGULACIÓN EMOCIONAL. La regulación emocional (Conjunto de estrategias o habilidades que tiene la persona para modular las emociones, esto es, para cambiar la ocurrencia, intensidad o duración de las mismas y utilizarlas de la manera más adaptativa, consiguiendo orientarlas a la consecución de sus metas (Bárez Palomo, 2016, p. 121)) ha sido definida de múltiples formas en la literatura. La definición más extendida hace referencia al conjunto de estrategias o habilidades que tiene la persona para modular las emociones y así conseguir la consecución de sus metas (ver secuencia ABC). Siguiendo a Bárez Palomo (2016), la regulación emocional va a venir dada por fuentes externas e internas que van a contribuir a facilitarla o dificultarla. - Fuentes externas: Inicialmente, la regulación emocional es un proceso interrelacional, es decir, son los cuidadores los que se encargan de modular las emociones del niño o niña hasta que este va creciendo y, tanto por maduración de estructuras biológicas como por aprendizaje social, aprende a regularse de forma autónoma. Es decir, que la regulación emocional comienza siendo un proceso interpersonal y poco a poco se va volviendo autogenerado. Dentro de las fuentes externas de regulación tendríamos, por tanto, los patrones de cuidados interactivos: responsividad, cooperación, reciprocidad, accesibilidad, apoyo y aceptación. Además, también constituiría una fuente de regulación emocional el entrenamiento explícito en ella mediante modelado, refuerzo o disciplina. 5 - Fuentes internas: Dentro de las fuentes internas de regulación emocional, adquiridas por la práctica prolongada y la maduración de estructuras biológicas, están las estructuras neurorregulatorias (sistema neuroendocrino, sistema autónomo, lóbulo frontal), los rasgos conductuales (disposición, adaptabilidad, reactividad, sociabilidad) y los componentes cognitivos (referenciación social, creencias y expectativas, conciencia de la necesidad de regulación, habilidad para aplicar estrategias). De acuerdo con el modelo de procesamiento emocional de Hervás (2011), existen unos elementos que son necesarios para que se pueda llevar a cabo la regulación. Se trata de una serie de tareas que han de completarse, no necesariamente de forma secuencial, para poder procesar una emoción cuando aparece y poder regularla: - Apertura emocional: consiste en ser consciente de las emociones. - Atención emocional: consiste en dedicar recursos atencionales a la emoción. Ni la desatención absoluta ni la hipervigilancia o atención excesiva resultan positivas. - Etiquetado emocional: consiste en poner nombre o simbolizar de alguna forma (p. ej., metáforas, dibujos…) las emociones. - Aceptación emocional: consiste en adoptar una actitud no valorativa ante la propia emoción, es decir, no juzgarla. Algunos aprendizajes llevan a rechazar o invalidar ciertas emociones, generando habitualmente las mencionadas emociones secundarias. - Análisis emocional: consiste en la reflexión en torno a la emoción, entendiendo su significado e implicaciones. - Regulación emocional: consiste en la modulación de la respuesta emocional a través de diferentes estrategias cognitivas, emocionales o conductuales. La regulación emocional, según este modelo, se vería frustrada cuando se utilizan estrategias inadecuadas o cuando no se utiliza ninguna estrategia. Como psicólogos, en numerosas ocasiones surgirán situaciones emocionales en sesión donde podremos observar cuáles de estas tareas se realizan y cuáles no, de forma que podremos ayudar a la persona a regular sus emociones de forma más eficaz. 2.2. HABILIDADES PARA FACILITAR LA REGULACIÓN EMOCIONAL. Como decíamos, es usual como psicólogos tener miedo a que haya un desbordamiento emocional en la sesión y a no saber cómo integrar o manejar la aparición de expresiones emocionales (Bárez Palomo, 2016). Esto a veces lleva a realizar acciones contraproducentes, como evitar o ignorar la emoción, castigarla, invalidarla, tratar de eliminarla racionalizando en exceso…, situaciones donde el objetivo pasa a ser eliminar nuestra propia incomodidad (Las emociones placenteras también pueden generar problemas cuando la persona no ha experimentado el afecto positivo como algo habitual y sano, de forma que pueden desbordarse ante emociones como amor o alegría y situaciones generadoras de estas, como recibir un halago, un beso o un abrazo). 6 No obstante, una parte fundamental de la ayuda psicológica supone fomentar la integración de las experiencias afectivas, favoreciendo la aparición de la emoción, su detección e identificación, su aceptación, su experimentación sin un control ni descontrol excesivo, su expresión verbal y/o no verbal y su utilización adaptativa. Para ello algunos autores indican que resulta útil fomentar un ambiente óptimo durante el proceso de ayuda psicológica que facilite dicha regulación emocional, algo que se puede lograr mediante las siguientes estrategias (Bárez Palomo, 2016): - Ser una base segura: ¿Cómo hacemos para ser una base segura? Lo fundamental es no huir de la emoción, quedarnos, estar ahí para la persona, manteniendo una postura tranquila, firme y segura, permitiendo y favoreciendo la expresión emocional. Esto va a permitir que la persona se sienta íntegra en nuestra compañía y nuestra aceptación de su emoción va a ser un modelo para que ella pueda aceptarla y avanzar hacia la regulación emocional. Esto va a requerir por nuestra parte perder el miedo a esos momentos y entender que, a veces, no tenemos que hacer o decir nada, solo estar ahí, escuchando, sin meter prisa y entendiendo que nuestra incomodidad no debe suponer un obstáculo en el proceso de ayuda. Dicha incomodidad, además, irá desapareciendo. El hecho de estar ahí puede parecer sencillo e irrelevante, pero es una de las actitudes más importantes en las sesiones. - Reestructurar creencias disfuncionales: Como hemos mencionado, las personas muchas veces han adquirido durante su socialización creencias sobre la expresión de las emociones (p. ej., «debo ser fuerte y que los demás me vean bien») o sobre las emociones mismas (p. ej., «no debo sentir miedo, asustarse es de débiles», «debo ser capaz de controlar lo que siento»); por ello, algunos autores indican que es importante detectarlas para, partiendo de la validación de estas, cuestionarlas. Poco a poco, la persona idealmente irá validando sus propias emociones, sin que experimentarlas o expresarlas suponga una amenaza a su autoestima, y para eso es importante que seamos una base segura. - Psicoeducación: Muy relacionado con lo anterior está el hecho de que muchas personas no han tenido una educación formal sobre las emociones. En este sentido, puede resultar útil realizar una psicoeducación sobre estas explicando qué son y para qué sirven, y poniendo ejemplos concretos extraídos de la vida de la persona. Algunas ideas centrales sobre las emociones que conviene transmitir son su carácter universal común a todas las personas, que son innatas, biológicas, que tienen una base fisiológica y que no son ni buenas ni malas, sino que, dependiendo de cómo reaccionamos a ellas, pueden ser adaptativas o desadaptativas. - Etiquetado y simbolización: En ocasiones, las personas no expresan sus emociones verbalmente porque les faltan palabras, es decir, les falta un repertorio de vocabulario adecuado. Para fomentar ponerle nombre y/o simbolizar de alguna forma la emoción en esos casos, es útil realizar preguntas que favorezcan la descripción de lo que siente y también realizar señalamientos, es decir, indicar la emoción que podría ser, en qué parte del cuerpo la siente (p.ej., en el estómago, en la garganta, o cualquier otra parte), de forma que la persona vaya aprendiendo a nombrar y discriminar sus emociones. - Reflexión: Otra estrategia para fomentar la regulación emocional es reflexionar con la persona sobre los motivos y objetivos de las emociones que siente, ayudando a desgranar qué significa esa emoción para esa persona y qué le ha llevado a sentirla. Para ello se pueden 7 lanzar hipótesis de forma tentativa (p. ej., «quizá tu enfado tenga sentido si pensamos en cosas que tú esperabas que Laura hiciera, pero no hizo, ¿qué expectativas tenías?»). Este trabajo de reflexión es apropiado cuando la emoción ya ha pasado, dado que en un momento de elevada activación emocional resulta mucho más complicado. - Fomento de la auto empatía: De alguna manera, al psicoeducar sobre las emociones, ayudar a identificarlas y etiquetarlas, y reflexionar sobre sus funciones y validarlas, estamos contribuyendo a que la persona desarrolle una actitud empática y autocompasiva consigo misma, menos cargada de juicios valorativos y autocrítica, desarrollando una forma diferente de relacionarse con sus emociones a la que usaba anteriormente. Esto es fundamental para la regulación emocional. - Ventana de tolerancia: Cada persona tiene una horquilla diferente en la que puede tolerar y procesar una emoción intensa sin que ello interrumpa su nivel de funcionamiento. Cuando se excede el límite, la persona puede bloquearse, paralizarse o sufrir un desbordamiento emocional. Por ello, va a ser necesario que busquemos la expresión emocional en el consultante, pero con precaución, tratando de que no la sienta en una intensidad que no pueda manejar aún. Para ello, habremos de estar atentos tanto a los cambios y expresiones en el lenguaje verbal como en el no verbal. 3. EL AUTOCUIDADO DEL PSICÓLOGO/A. El trabajo con personas y sus problemas, especialmente si trabajamos desde la empatía, puede ocasionar que nuestro propio bienestar físico y psicológico se vea afectado, ya que las propias características de la profesión pueden conllevar un desgaste emocional y personal que hay que evitar. Por ello, es necesario no solo que ayudemos a los demás, sino que nos cuidemos a nosotros mismos, como mínimo, por dos motivos: 1. Nuestro bienestar también es importante. 2. Necesitamos tener un ajuste psicológico adecuado para poder ayudar. Con respecto al primer motivo, desde la psicología hacemos mucho hincapié siempre, sobre todo desde el punto de vista ético, en que trabajamos con personas y que, por ello, hemos de tener siempre sumo cuidado, ya que las personas son un bien muy preciado al que hay que cuidar y dar valor. A veces puede que olvidemos que los propios psicólogos somos también personas y que, por lo tanto, también somos un bien preciado y debemos cuidarnos. (El burnout consiste en un estrés laboral crónico caracterizado por agotamiento emocional, despersonalización (irritabilidad y respuesta fría e impersonal) y baja realización personal. La prevalencia es mucho mayor en profesiones vocacionales y de alta implicación emocional, como es la de psicólogo sanitario.). Con respecto al segundo motivo, es de vital importancia gestionar adecuadamente el estrés que surge durante el ejercicio de nuestra profesión, de forma que nos sea posible mantener una estabilidad física y psicológica adecuada, lo cual redunda directamente en la calidad de nuestro trabajo (Cervantes et al., 2005). Así, una inadecuada gestión del estrés y una sobreimplicación en nuestro trabajo pueden llevarnos al síndrome del desgaste profesional o burnout, del que, seguro que has oído hablar, o a la fatiga de compasión, que se manifiesta en una falta de recursos para gestionar tanto el sufrimiento ajeno como el propio. Excede con mucho los objetivos de esta asignatura, pero probablemente sabes ya que el estrés se relaciona con multitud de problemas, 8 tanto psicológicos como físicos (p. ej., cardiopatías, cáncer, problemas dermatológicos…), por lo que no es algo para tomar a la ligera. Para gestionar adecuadamente el estrés, como señalan Cervantes et al. (2005), es importante determinar los potenciales factores estresores, como la presión de tiempo, la incertidumbre económica, la carga de trabajo excesiva, las jornadas laborales largas, etc. Estos mismos autores señalan algunas maneras para prevenir el estrés que tienen que ver con el hecho de controlar dichos factores: - Poner límites y decir que no a determinadas demandas. - Establecer objetivos que sean realistas en cuanto al tiempo que vamos a dedicar a la vida profesional y a la personal, buscando que exista un equilibrio entre ambas. - Rodearnos de personas que nos presten apoyo social y evitar aislarnos. - Mejorar continuamente en nuestro trabajo, ya que esto nos dará seguridad y reducirá nuestra ansiedad y estrés. - Gestionar adecuadamente el tiempo y organizar el trabajo de forma eficaz. - Evitar la monotonía, trabajando con temas variados. Además, de cara a favorecer las acciones de autocuidado y prevenir las experiencias de desbordamiento personal, algo también necesario en nuestro trabajo va a ser lograr un grado de implicación ajustado que nos permita preservar la distancia y objetividad adecuadas para analizar el problema y monitorizar nuestra intervención (López y Costa, 2014). Compartir el dolor de los consultantes conlleva un cierto riesgo personal para el profesional, por lo que va a ser fundamental mantenernos alerta y ser conscientes de qué pensamientos, emociones y sensaciones físicas nos está generando el trabajo con la persona (Vallejo, 2015). Va a ser importante reflexionar sobre si tenemos algún miedo relacionado con la problemática que estamos trabajando, o si esta conecta de alguna forma con nuestra propia vida, situación que abordaremos en la Unidad didáctica 6. 3.1. PAUTAS DE AUTOCUIDADO. Por otro lado, Bárez Palomo (2016) proporciona algunas pautas de autocuidado que divide en estrategias profesionales, estrategias personales y estrategias organizacionales. Por lo general, las pautas de autocuidado son de aplicación siempre, ya que la idea es prevenir la aparición de problemas, pero deberemos tener cuidado de reforzarlas cuando consideremos que es necesario hacerlo (por ejemplo, una semana complicada). Veamos las pautas que expone esta autora: 3.1.1. ESTRATEGIAS PROFESIONALES. Las estrategias profesionales son aquellas que desarrollar dentro del propio contexto laboral. Son las siguientes: - Realizar actividades variadas diferentes a la ayuda psicológica: Aunque al principio de la carrera profesional atendiendo demandas de ayuda psicológica, pueda no parecer necesario variar, ya que es un trabajo que puede resultar muy estimulante, mantener durante un tiempo prolongado muchos procesos de ayuda paralelos o realizar únicamente este tipo de trabajo puede incrementar el desgaste profesional o burnout. Por ello, resulta conveniente compaginarlo con otras tareas, siempre que exista la posibilidad. El burnout o desgaste profesional tiende a darse más en aquellas personas que se encuentran más entusiasmadas 9 e implicadas emocionalmente al inicio de su carrera profesional, probablemente porque priorizan a los demás sobre sí mismas y se descuidan. - Obtener supervisión para los casos: Entre otras razones, la supervisión de casos va a ayudar a nuestro autocuidado, ya que nos ayudará y tranquilizará cuando nos «atasquemos», mejorará nuestras habilidades y permitirá intercambiar conocimientos y obtener retroalimentación. La supervisión puede ejercerla otro psicólogo sanitario o un grupo de supervisión. A veces los colegios profesionales ofrecen grupos de discusión de casos que pueden cumplir la función de supervisión de casos, por lo que resulta útil informarse en el organismo colegial territorial sobre esta posibilidad. - Compartir con otros psicólogos nuestras experiencias personales en el trabajo de ayuda psicológica: Además de la supervisión formal de casos, es de gran ayuda hablar con otros colegas de profesión sobre lo que vivimos en nuestro trabajo, cómo nos sentimos, las dificultades que tenemos, etc. Esto permite que nos desahoguemos y que podamos aprender de las estrategias utilizadas por otras personas en situaciones parecidas a la nuestra, evitando, además, la tentación de comentar aspectos de los casos con personas ajenas a la profesión. - Limitar el número de casos que tenemos: En la misma línea de lo que comentábamos sobre compaginar la ayuda psicológica con otras tareas, resulta conveniente establecer un límite de personas que atenderemos en un mismo día y un límite de personas que atender a la vez. Este resulta complicado de determinar, pero cada profesional debería prestar atención para conocer su límite y no sobrepasarlo, asegurando que la carga de trabajo es sostenible. No obstante, puede ser más complicado de hacer que de decir, ya que en el ámbito público no existe, a menudo, la posibilidad de decidir a cuántas personas vamos a atender, y en el ámbito privado el número de casos va generalmente asociado al salario, lo cual se relaciona inevitablemente con la necesidad personal de percibir un salario que permita dar respuesta a las demandas de la vida personal (el coste de la vida, de una vivienda, de mantener una familia, etc.). No obstante, dentro de lo posible, es un factor para tener en cuenta. - Mantenernos actualizados: De forma similar a lo que comentaban Cervantes et al. (2005), la necesidad de formación continua es una realidad profesional, ya que ante cada caso nuevo surgen desafíos que habitualmente generan la necesidad de actualizarse. Además, la actualización constituye un factor relacionado con la ética profesional y también nos ayuda a incrementar nuestra seguridad en nosotros mismos y nuestra autoestima. Los colegios profesionales ofrecen formación continua presencial y online, de duraciones y precios variables (algunas son incluso gratuitas), sobre una gran variedad de temáticas, por lo que siempre vamos a encontrar algo en lo que actualizarnos. 3.1.2. ESTRATEGIAS PERSONALES. Las estrategias personales son aquellas que se llevan a cabo en la propia vida privada del psicólogo. Son las siguientes: - Autocuidado básico de la salud: Para cuidar de nuestro bienestar es necesario mantener unas pautas básicas de alimentación, sueño y ejercicio. Durante este máster aprenderás 10 bastante sobre estos asuntos, pero siempre puedes ampliar tu formación sobre estos aspectos mediante cursos de formación continua o consultar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud u otras agencias públicas de salud. La OMS define la salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», y esta definición no ha cambiado desde 1948. - Recibir ayuda psicológica: Como ya comentamos en la Unidad didáctica 1, iniciar un proceso de ayuda psicológica en el rol de consultante es algo que, si bien no es una obligación, puede tener muchos beneficios, resultando una pauta de autocuidado recomendable. En este sentido, existen prejuicios con respecto a «ir al psicólogo» no solo en la sociedad en general, sino entre los propios profesionales muchas veces, prejuicios que conviene desterrar. - Dedicarse espacio personal donde entre la psicología: Por cómo se desarrolla este tipo de trabajo, en ocasiones puede resultar complicado establecer un límite de dónde termina nuestro trabajo y dónde empieza nuestra vida personal. Esto resulta especialmente complicado cuando vemos personas en nuestro entorno privado que tienen algunos problemas y, por cercanía emocional y «deformación profesional», queremos ayudarlas. Es necesario que nos demos permiso para no ser psicólogos fuera del trabajo y que cuidemos nuestras relaciones personales y nuestro ocio; en definitiva, que no nos olvidemos de dedicarnos tiempo a nosotros mismos. 3.1.3. ESTRATEGIAS ORGANIZACIONALES. Finalmente, las estrategias organizacionales son las que desarrolla la institución en la que trabaja el profesional, en caso de que no trabaje por cuenta propia. Muchas veces pueden estar fuera del control del propio psicólogo, lo cual las convierte en un factor que puede tener importantes repercusiones. Son ejemplos de estrategias organizacionales: - Mantener un espacio laboral adecuado a las necesidades del trabajo desarrollado, con buena luz, un equipamiento cómodo, etc. - Evitar la ambigüedad de rol, de forma que la persona tenga claro qué entra dentro de sus labores y qué no, y que esto no se solape con las funciones de otras personas. - Reconocer positivamente e incentivar el trabajo. - Fomentar un buen ambiente de trabajo donde se priorice la lealtad, la comunicación no hostil, etc. Aunque en muchas ocasiones no dependa de nosotros, sino de la institución, en la medida que resulte posible, tratar de mejorar el espacio y ambiente de trabajo redundará en nuestro propio beneficio. 4. HABILIDADES DE COMUNICACIÓN INTERPROFESIONAL. Como profesionales de la psicología sanitaria, en ocasiones vamos a tener que coordinarnos con otros profesionales, sanitarios o no, que van a estar también involucrados en la intervención con el consultante. Entre los profesionales más habituales con los que habremos de coordinarnos se 11 encuentran psiquiatras, neurólogos y neuropsicólogos, profesionales de la educación (maestros, educadores infantiles, orientadores…) y trabajadores sociales. En algunas ocasiones, la coordinación consistirá en obtener información para nuestra evaluación; en otras, en proporcionar informes sobre nuestra evaluación, intervención y/o resultados, y en otras consistirá en establecer una colaboración de tal forma que se alcancen los objetivos de la intervención. Además, en otros casos, el contacto con otros profesionales tendrá por objetivo la derivación del consultante a un servicio o recurso concreto. En cualquiera de estas circunstancias, es importante establecer adecuadamente las expectativas respecto del proceso de colaboración (Kreps, 2016). En algunos casos, como el trabajo en hospitales, residencias de personas mayores, etc., la coordinación interprofesional va a formar parte del día a día, con reuniones habituales para discutir el abordaje interdisciplinar de cada caso. Dichas reuniones son una excelente oportunidad para promover la estrecha colaboración con base en unas metas compartidas. En otros casos, la coordinación se va a producir de manera más aislada, por ejemplo, cuando tenemos que coordinarnos con el psiquiatra del consultante que estamos viendo, o cuando tenemos que recoger información, o dar pautas a profesionales educativos del centro escolar donde cursa estudios un niño con el que estamos en un proceso de ayuda. Dado que en la comunicación interprofesional se produce un flujo de información relativa al consultante, es importante observar con rigurosidad los aspectos deontológicos implicados (Bárez Palomo, 2016), aspectos que estás estudiando paralelamente en la asignatura de Fundamentos Científicos y Profesionales de la Psicología Sanitaria. Salvo en aquellas circunstancias que así lo exijan (p. ej., informes periciales), la comunicación interprofesional ha de ser muy fluida, para lo cual se recomienda evitar la jerga y terminología específica de nuestra disciplina, usando un lenguaje que los diversos profesionales puedan comprender fácilmente, así como ejemplos. Además, la comunicación de conocimientos y opiniones tendremos que realizarla de forma clara y respetuosa. Por supuesto, va a ser necesario practicar la escucha activa y animar al resto de profesionales a compartir sus ideas y opiniones (Kreps, 2016; Larkin y Klonoff, 2014). Cuando, inevitablemente, ocurran conflictos en la comunicación interprofesional, tenemos un papel muy importante, ya que nuestras habilidades de escucha activa y realización de preguntas, aunque siempre van a ser importantes, en este caso serán cruciales para la resolución del conflicto. Además, será muy importante también reconocer la valiosa contribución que implica el punto de vista de cada profesional (Larkin y Klonoff, 2014). Otra cuestión relevante en la comunicación del psicólogo sanitario es la habilidad de comunicar a otros profesionales de forma muy clara qué es lo que hacemos, qué aporta nuestra profesión, tanto de manera verbal como a través del trabajo realizado con las personas implicadas y los progresos alcanzados. Debido al desconocimiento o ideas poco ajustadas a la realidad que puedan tener otros profesionales sobre nuestro papel como profesionales, va a ser importante que una de nuestras metas de la comunicación interprofesional sea precisamente educar sobre la importante labor de la psicología sanitaria, proporcionar evidencias del valor que nuestra disciplina reviste (Larkin y Klonoff, 2014). 12 Igual que ocurre en la relación con el consultante, el vínculo establecido con otros profesionales también va a tener un papel muy relevante. La interacción, en este sentido, nos tiene que ayudar a construir una relación de colaboración fuerte y cooperativa. Una de las habilidades trabajadas que nos puede ayudar en este aspecto es la autorrevelación, comenzando, como siempre, por revelación de información básica (nombre, profesión, dónde trabajamos) y profundizando cuando se perciba como adecuado con información más personal (dónde vivimos, actividades de ocio…) (Kreps, 2016). Una dificultad habitual en la coordinación con otros profesionales consiste en encontrar el tiempo para hacerlo y que dicho hueco en el horario también exista en la agenda de dichos profesionales. En los casos donde resulte especialmente complicado, cabe recordar la posibilidad de reunirse de forma remota a través de llamadas de teléfono o videoconferencias en línea (Kreps, 2016). En resumen, la buena comunicación interprofesional pasa por tener una actitud abierta a la colaboración con otros profesionales (minimizando las jerarquías interprofesionales que a menudo se establecen), tener una actitud abierta a la información (iniciando la comunicación con otros profesionales y siendo asertivos) y tener una actitud abierta a la discusión de ideas (compartiendo información y decisiones con el resto de los profesionales) (Claramita et al., 2019). Más específicamente, las habilidades que facilitan la comunicación interprofesional efectiva incluyen, entre otras, la escucha activa, la atención, la exploración, la apertura, el respeto, la confianza, la disposición a colaborar, el intercambio de información tanto básica como complementaria y el debate o discusión de ideas (Claramita et al., 2019). 5. PREVENCIÓN Y MANEJO DE RECAÍDAS. En la Unidad didáctica 1 recapitulábamos las diferentes fases del proceso de ayuda. En la última fase, la fase de alta, hablábamos de la necesidad de terminar la intervención cuando se han alcanzado los objetivos marcados. Es importante que los cambios logrados no ocurran solo en el contexto donde se desarrolla la relación de ayuda, sino que se generalicen a los escenarios de la vida diaria del consultante, aquellos donde se producía el problema, e incluso a otros distintos. Además de la generalización de los cambios, también es necesario el mantenimiento de estos en el tiempo, es decir, que se consoliden de tal forma que la persona pueda continuar con esa mejoría en su vida sin necesidad de recurrir a la relación de ayuda. Recordemos que el objetivo es dotar de recursos a las personas y hacerlas así más autónomas para resolver sus propias dificultades (López y Costa, 2014). No obstante, los escenarios de la vida diaria de la persona no serán tan controlados como aquellos escenarios donde se han practicado las nuevas habilidades, y puede que la práctica de dichas habilidades no sea facilitada por dichos contextos o no sea reforzada, o incluso puede que sea castigada (López y Costa, 2014). Además, las personas no nos encontramos igual de bien todos los días, tenemos variaciones en nuestro estado de ánimo, nuestra autoeficacia percibida, etc. Por otro lado, pueden ocurrir acontecimientos vitales estresantes o crisis no previstas que pueden alterar nuestra capacidad para manejar los problemas. Por ello, las recaídas son algo habitual y para lo que también debemos preparar a la persona. 13 Como veremos con mayor detenimiento en la próxima unidad didáctica, el proceso de cambio se puede resumir en varias fases. Cuando la persona comienza a implementar acciones de cambio de forma sostenida en el tiempo, se encuentra en la fase de mantenimiento. Esta puede ser interrumpida cuando ocurre algo que hace que la persona entre en la fase de recaída y tenga que volver a iniciar el proceso y pasar por las distintas fases del cambio. El objetivo de la prevención de recaídas va a ser lograr que la persona se mantenga indefinidamente en la fase de mantenimiento, sin entrar en la fase de recaída. Especialmente importante es evitar el denominado fenómeno de «puerta giratoria», que se da cuando no se consigue un cambio estable y se producen entradas y salidas consecutivas en las distintas fases del cambio. Para ello, además de prevenir las recaídas y trabajarlas cuando ocurran, es necesario realizar una preparación en la cual se trabaje la adquisición de importantes habilidades, como veremos a continuación. 5.1. PREVENCIÓN DE RECAÍDAS. La idea de la prevención de recaídas y el consiguiente modelo de trabajo se desarrollaron originalmente en el contexto de las adicciones a sustancias. No obstante, los procedimientos útiles para prevenir las recaídas en la adicción a las drogas son también aplicables a adicciones comportamentales y, en general, a cualquier programa de intervención sobre la conducta (DiClemente y Crisafulli, 2022; Milan y Mitchell, 2008). Los programas de prevención de recaídas hacen fuerte hincapié en los componentes de autovigilancia y puesta en práctica de habilidades de afrontamiento (DiClemente y Crisafulli, 2022; Milan y Mitchell, 2008), como veremos a continuación. Una buena prevención de recaídas va a permitir que la persona asiente los cambios logrados y sea consciente del repertorio de estrategias que tiene a su disposición para utilizarlas en situaciones clave en el futuro, de forma que se eviten las recaídas (Bados López y García Grau, 2011). La prevención de recaídas consiste en lograr que la persona se dé cuenta de que puede funcionar perfectamente sin nuestro apoyo y se suele realizar en torno al alta, al entrar en la fase de seguimiento. En este periodo, como veíamos en la Unidad didáctica 1, tienden a espaciarse las sesiones, de tal forma que se comprueba la estabilidad y generalización de los cambios, a la vez que se evita un distanciamiento abrupto, el cual en algunos casos puede ser contraproducente (Bados López y García Grau, 2011). Este seguimiento puede realizarse, por ejemplo, de tal forma que el consultante acuda a sesión una vez tras el alta, otra a los tres meses y otra a los seis meses. El trabajo en prevención de recaídas comienza «mirando hacia atrás para seguir adelante». En primer lugar, hemos de revisar los logros alcanzados hasta el momento, con un especial énfasis en los conocimientos aprendidos y las habilidades adquiridas, y en la necesidad de seguir practicando dichas habilidades, así como de autorrecompensarse por cada logro y por su mantenimiento (DiClemente y Crisafulli, 2022; López y Costa, 2014; Vallejo, 2015). El objetivo de esto es potenciar los progresos realizados y promover la automatización de las habilidades adquiridas mediante la práctica continuada, así como aumentar la conciencia de que dichos progresos se deben a esa adquisición de habilidades realizada. De esta forma, se potencia la percepción de autoeficacia de la persona y la atribución interna del éxito, lo cual va a desembocar en altas expectativas futuras de autoeficacia (DiClemente y Crisafulli, 2022; López y Costa, 2014). Esto es 14 importante porque un elevado nivel de expectativas de autoeficacia al término de la intervención psicológica se relaciona con una menor probabilidad de recaída (Bados López y García Grau, 2011). 5.1.1. ANTICIPARSE A SITUACIONES. En segundo lugar, además de repasar las habilidades aprendidas y establecer un plan para seguir poniéndolas en práctica y autorrecompensarse por ello, también es necesario hablar con el consultante de esos momentos de la vida donde las cosas se nos van a complicar. Habrá ocasiones en las que se experimentarán algunos síntomas relacionados con el problema (pensamientos, emociones, conductas…) y es completamente normal, ya que son reacciones naturales cuando se dan situaciones estresantes en nuestra vida (DiClemente y Crisafulli. 2022; López y Costa, 2014; Vallejo, 2015). Lo importante va a ser anticiparse a estas situaciones, planificando por adelantado cómo se van a manejar y lo primero que hacer en ese sentido es identificar precisamente cuáles pueden ser las situaciones de riesgo que se puedan presentar en el futuro y que son susceptibles de hacernos flaquear o generar una recaída. Con esa lista de situaciones problemáticas y un plan para el manejo de cada una de ellas, la persona incrementará sus expectativas de autoeficacia y tendrá más claro qué hacer en cada ocasión, previniendo así las recaídas (López y Costa, 2014; Vallejo, 2015). Un lapso o contratiempo consiste en fluctuaciones normales en los pensamientos, emociones y conductas, mientras que una recaída implica una vuelta al estado anterior a la terapia. En tercer lugar, va a ser también fundamental trabajar con la persona la diferencia entre un fallo, lapso o contratiempo y una recaída. Así, hay que trabajar con la persona el hecho de que experimentar ciertos síntomas o tener una conducta determinada no implica una «vuelta atrás», sino que se trata de una señal que nos indica que debemos parar y analizar lo que ha ocurrido para poner de nuevo en marcha las habilidades adquiridas, de tal forma que la siguiente vez que se dé esa situación o una similar detectemos esas señales y la abordaremos de forma eficaz (López y Costa, 2014; Vallejo, 2015). Además, suele ser útil también realizar un procedimiento de recaídas programadas, donde se pide a los consultantes que cesen la puesta en práctica de habilidades en lugares y momentos especificados previamente, de tal forma que comprueben que no pasa nada por tener momentos de flaqueza, ya que pueden volver a poner en práctica las habilidades. Esto sirve de entrenamiento para cuando ocurran situaciones similares en la vida cotidiana, de tal forma que la persona no lo interprete como una recaída y pierda la esperanza, sino que retome su planificación de estrategias habituales. Además, las recaídas programadas minimizan la dimensión de las recaídas y su duración, en caso de que se produzcan (Caballo, 2008; Milan y Mitchell, 2008). Por último, también conviene ayudar a la persona a fijarse metas a largo plazo y un plan de acción para alcanzarlas. Además, introducir cambios en el estilo de vida para que este sea más saludable (p. ej., ejercicio físico y alimentación, manejo de estrés y emociones…) y desarrollar intereses y actividades agradables (a nivel laboral, social, de ocio…) va a ser muy importante en la prevención de recaídas, ya que tienden a ser incompatibles con los antiguos estilos de comportamiento y alejan a la persona de las recaídas (Milan y Mitchell, 2008; Vallejo, 2015). 15 Conviene, además de todo lo anterior, dejar la puerta abierta al consultante a ayudas puntuales que pueda requerir si tiene dificultades en algún momento (López y Costa, 2014). De hecho, algunos profesionales negocian contratos de recaídas con sus consultantes, de tal forma que, si se produce la recaída, acudan a sesión con el objetivo de limitar el alcance de esta (Milan y Mitchell, 2008). 5.2. MANEJO DE RECAÍDAS. Las recaídas son un momento muy crítico en el proceso de cambio, ya que tienden a producir un gran desaliento en la persona, sensación de depresión y de indefensión aprendida, de encontrarse atrapado en el problema y no poder salir de él porque al final se vuelve a caer. Generan miedo a que se produzcan nuevas recaídas, disminuyen considerablemente las expectativas de autoeficacia, reducen la sensación de control sobre el problema y aumentan la percepción de la propia vulnerabilidad (López y Costa, 2014). Esta forma de experimentar la recaída que hemos descrito es problemática y, como psicólogos, vamos a tener que reencuadrarla de forma que la persona salga fortalecida de ella. Como siempre, lo primero de todo va a ser validar la recaída de la persona y su forma de experimentarla. Tras esto, llega el momento del reencuadre: lo primero va a ser ayudar a distinguir un lapso de una recaída, como veíamos en el apartado anterior, de forma que no se magnifique un fallo puntual que pueda haber ocurrido (DiClemente y Crisafulli, 2022). Lo segundo va a ser aplicar reestructuración cognitiva (Milan y Mitchell, 2008), la cual nos va a ayudar a contrarrestar las reacciones ya comentadas de culpa, indefensión y fracaso, así como nos va a permitir establecer un nuevo encuadre desde el que trabajar persiguiendo unos objetivos valiosos para la persona. Así, se trata de ver la recaída como una experiencia de aprendizaje, como un problema que resolver, como una fase más dentro del proceso de cambio. Es algo que nos ayuda a identificar en qué situaciones somos más vulnerables, de manera que podamos adquirir más habilidades y estrategias para manejarlas cada vez mejor. De esta forma, cada vez nos caeremos menos y nos levantaremos más fácilmente (López y Costa, 2014). Las recaídas, aunque desagradables y no bienvenidas, nos ayudan a seguir avanzando y nos acercan cada vez más al objetivo. Más que considerar la recaída como una falta de voluntad de la persona, podemos considerar la afectación emocional negativa que tiene la persona por haber recaído como una prueba de que no le da igual, de que los objetivos que persigue son valiosos para ella y alejarse de ellos le genera mucho malestar. El tercer paso en el reencuadre va a ser centrar la atención en los aspectos del ambiente y del estilo de vida de la persona que dispararon la recaída, de modo que se puedan introducir modificaciones en el plan de acción para manejar y prevenir adecuadamente futuras recaídas (Milan y Mitchell, 2008). Este análisis de la recaída va a ayudar a comprender el carácter contextual de esta y a redimensionarla como oportunidad para redoblar los esfuerzos para lograr los objetivos (DiClemente y Crisafulli, 2022; López y Costa, 2014), apoyando así la reestructuración cognitiva previa. 5.2.1. RAZONES. Al realizar el análisis de la recaída, los consultantes suelen aducir dos tipos de razones que han llevado a que esta se produzca (López y Costa, 2014). La primera tiene que ver con que una situación estresante ha precipitado la experimentación de emociones intensas por las que se han sentido dominados y no han podido ejercer control sobre su conducta (p. ej., «estaba tan mal que no me 16 podía levantar de la cama, si no lo hubiera hecho me hubiera dado algo, era superior a mis fuerzas y fumé, era incapaz de dejar de pensar en ello…»). La segunda razón tiene que ver con la detección de una falta de habilidades para hacer frente a una situación concreta (p. ej., «sé decir que no a mis familiares y amigos, pero no esperaba que fuera una autoridad la que me presionara para que me tomara una copa, y, cuando me lo dijo mi jefe, no supe cómo salir de esa situación»). En ambas situaciones, hay una cosa que va a ser especialmente importante para renovar el compromiso con los objetivos personales y el plan de acción (López y Costa, 2014): comprender que la recaída ha sido una decisión, que en realidad no ha habido ninguna obligación y se podía haber hecho otra cosa (p. ej., «aunque su jefe le presionó, la decisión final fue suya, la única forma en que hubiera sido obligado es si hubiera estado atado y le hubieran metido la bebida con un embudo»; «aunque se encontraba muy mal y sin ninguna gana de salir de la cama, al final la decisión fue suya, ya que nadie le había atado a la cama y podía levantarse de ella»). El objetivo de esto no es, ni mucho menos, inculcar un sentimiento de culpa (de hecho, ya habremos trabajado antes la culpa, en caso de existir), sino aumentar la percepción de control interno, de forma que la recaída se reencuadre como una falta de habilidad que se puede entrenar y la persona no se sienta indefensa, «al pairo de las circunstancias». De hecho, otra cuestión importante va a ser cuestionar a dónde lleva el lamentarse por la recaída, si ayuda a manejar este asunto en el futuro o, sin más, hunde emocionalmente a la persona. Así, este reencuadre permite identificar áreas de mejora con una sensación de control interno y expectativas de autoeficacia renovadas, sin regodearse en los lamentos, de forma que la persona pueda tomar la decisión de seguir adelante, comprometiéndose con sus objetivos y planificando nuevas formas de actuar para prevenir o manejar futuras recaídas (DiClemente y Crisafulli, 2022; López y Costa, 2014). Así, dentro de esta nueva planificación entra la detección de las señales de alarma que nos indican que podemos estar ante un lapso o una recaída, así como el entrenamiento en aquellas habilidades que se hayan mostrado deficitarias, o el entrenamiento en habilidades nuevas que sean necesarias, y también conviene generar una exposición graduada a situaciones complicadas que permitan generar a la persona experiencias de dominio sobre dichas situaciones (DiClemente y Crisafulli, 2022; López y Costa, 2014; Vallejo, 2015), aumentando de esta manera las expectativas de autoeficacia. Otros recursos que se pueden movilizar para ayudar a la prevención y manejo de futuras recaídas es buscar el apoyo de amigos y familiares, que han de saber cómo ayudar en cada situación, así como programar breves contactos (p. ej., por teléfono) entre el profesional y el consultante para revisar cómo va la aplicación del nuevo plan y cómo gestionar las posibles dificultades encontradas (Vallejo, 2015). Por último, conviene, como decíamos en el apartado anterior, dejar la puerta abierta a nuevas sesiones para la gestión de este u otros problemas que puedan surgir, teniendo en cuenta siempre lo que hemos enfatizado varias veces: no buscamos la dependencia del consultante, sino su plena autonomía (López y Costa, 2014). 17

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