Historia de España EBAU - Resumen Temario PDF

Summary

Este documento ofrece un resumen del temario de Historia de España, desde la Prehistoria hasta la actualidad, abarcando la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. Se tratan temas como la romanización, la invasión musulmana, la Reconquista, el reinado de los Reyes Católicos, la Guerra de Sucesión, la Guerra de Independencia, la Constitución de Cádiz de 1812, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo.

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UNIDAD 1: LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LOS PRIMEROS HUMANOS HASTA LA DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA (711). 1. PALEOLÍTICO (“piedra vieja”) O SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS: Durante el Paleolítico, etapa más antigua de la Prehistoria en la Península Ibérica, las socieda...

UNIDAD 1: LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE LOS PRIMEROS HUMANOS HASTA LA DESAPARICIÓN DE LA MONARQUÍA VISIGODA (711). 1. PALEOLÍTICO (“piedra vieja”) O SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS: Durante el Paleolítico, etapa más antigua de la Prehistoria en la Península Ibérica, las sociedades eran nómadas, con una economía depredadora basada en la recolección, la caza (de mamuts, ciervos, bisontes...) y, a partir del Paleolítico superior, también la pesca (uso de arpones). En el Paleolítico inferior (1.300.000–125.000 a.C.) destacan los restos de Orce y sobre todo Atapuerca (Burgos), donde se hallaron los homo antecessor (850.000–800.000 años) y homo heidelbergensis (500.000–250.000 años). En el Paleolítico medio (125.000–35.000 a.C.) aparece el hombre de Neandertal, robusto, de baja estatura y gran capacidad craneal, que vivía en grupos organizados, conocía el fuego y practicaba ritos funerarios (yacimiento destacado: El Sidrón, Asturias). En el Paleolítico superior (40.000–5.000 a.C.) llega el Homo sapiens, que se expande por toda la Península y los archipiélagos, adaptándose a un clima muy diferente al actual, con presencia de fauna como bisontes, renos, mamuts, osos cavernarios o tigres dientes de sable. Habitaban cuevas o refugios provisionales, especialmente durante los periodos glaciares. Fabricaban herramientas de piedra tallada (sobre todo en sílex: bifaces, lascas, raederas), y en el Paleolítico superior también objetos en hueso y asta (arpones, agujas, azagayas), así como piezas decoradas o simbólicas (collares, bastones de mando...). Su organización social era igualitaria, sin propiedad ni excedentes, aunque con reparto de tareas y cierta colaboración grupal para la caza de grandes animales. 2. NEOLÍTICO (“piedra nueva”) O SOCIEDADES PRODUCTORAS DE ALIMENTOS (5.000–2.500 a.C.): En esta etapa, surgida hacia el 5.000 a.C. en las costas mediterráneas de la Península Ibérica por influencia de culturas del Oriente Próximo y de la evolución de grupos autóctonos, el clima y la fauna ya eran similares a los actuales, tras el fin de las glaciaciones. Supuso un cambio decisivo: los humanos comenzaron a producir su alimento mediante agricultura (trigo, cebada, leguminosas) y ganadería (cabras, ovejas, cerdos, vacas), aunque seguían practicando caza, pesca y recolección como complemento. Esto impulsó el sedentarismo y la creación de poblados estables, al vivir cerca de los cultivos. Se desarrollaron nuevas herramientas (cuchillos, azadas, hoces) y el uso de piedra pulimentada (microlitos). Este modo de vida trajo consigo nuevas actividades como la cerámica (almacenaje y cocción de alimentos), la elaboración de tejidos y el comercio, lo que inició una especialización del trabajo (ceramistas, tejedores...) y una estructura social más compleja, con propiedad privada y jerarquías sociales (indicios en tumbas con objetos de prestigio). El comercio a larga distancia, basado en el trueque, aparece como consecuencia de los excedentes agrícolas y ganaderos.. 3. LA EDAD DE LOS METALES: Esta etapa representa un salto tecnológico clave con el inicio del trabajo de los metales, y se divide en tres periodos según el metal predominante. En la Edad del Cobre (3.000–1.800 a.C.), iniciada con retraso respecto a Oriente Próximo, se desarrollaron monumentos megalíticos (arquitectura monumental de piedra con función funeraria o religiosa: dólmenes, menhires y cromlech) y poblados amurallados, destacando la cultura de Los Millares (Almería). En la Edad del Bronce (1.700–1.000 a.C.), los poblados se hicieron más grandes y complejos, con especial relevancia de la cultura de El Argar (también en Almería). Finalmente, en la Edad del Hierro (primer milenio a.C.) comienza el periodo histórico propiamente dicho gracias a la llegada de los celtas y de pueblos colonizadores como los fenicios, griegos y cartagineses, que introdujeron nuevas influencias culturales, económicas y tecnológicas en la Península Ibérica. 4. EL ARTE RUPESTRE: Las pinturas rupestres en la Península Ibérica están ligadas a prácticas mágicas o rituales relacionadas con la caza, y las cuevas donde se encuentran han sido interpretadas como santuarios con un orden simbólico vinculado a ritos o mitos, en los que los animales suelen ser los protagonistas. Las primeras manifestaciones surgieron en el Paleolítico superior (40.000–10.000 a.C.) en la cornisa cantábrica, dando lugar al arte rupestre cantábrico, con ejemplos clave en Altamira, El Castillo (Cantabria) y Tito Bustillo (Asturias). Estas obras, ubicadas en cuevas profundas y oscuras, se caracterizan por: figuras aisladas de animales (bisontes, ciervos, caballos) con gran naturalismo (aprovechando relieves de la roca), presencia de signos abstractos y manos estampadas, grabados incisos, y uso de policromía (ocre, negro, blanco). Más adelante, entre el Epipaleolítico, Mesolítico y Neolítico (10.000–4.000 a.C.), aparece en la vertiente mediterránea el arte rupestre levantino, independiente del cantábrico. Se encuentra en abrigos al aire libre (como en Cogull, Ulldecona, Albarracín, la Valltorta) y muestra escenas narrativas (caza, danzas, guerra, recolección de miel), con figuras humanas numerosas, colores planos y monocromos (rojo, negro), y una estilización que tiende a la esquematización. 5. LOS CELTAS: En vísperas de la conquista romana, la Península Ibérica presentaba un desarrollo desigual: mientras el sur y la costa mediterránea destacaban por sus culturas urbanas, uso de la moneda y escritura, el centro y noroeste conservaban una estructura tribal con una economía agropecuaria, metalurgia de hierro y bronce y cerámica. En este contexto surgieron dos grandes culturas: la ibera, más desarrollada, y la celta, de raíz indoeuropea, con la cultura celtíbera como mezcla de ambas. Los celtas se instalaron en el noroeste y centro peninsular (Galicia, Asturias, Cantabria, norte de Portugal y Submeseta Norte), trayendo consigo la metalurgia del hierro y una sociedad estructurada en clanes y tribus, con una jerarquía dominada por la aristocracia guerrera. Sus poblados eran los castros, fortificados y con casas circulares, y su economía se basaba en la agricultura de cebada y legumbres, la ganadería (caballos, vacas, cerdos, ovejas, cabras), y en menor medida, en la minería del estaño y oro, que facilitó un comercio limitado con fenicios, griegos y otros celtas atlánticos. La cultura celta fue influida por la de los campos de urnas, y dio lugar a grupos como lusitanos, vacceos, galaicos, astures, etc. Aunque el nivel de desarrollo era generalmente bajo, el contacto con los íberos en la zona celtíbera (Sistema Ibérico, este de la Meseta y Sistema Central) favoreció una mayor evolución, destacando su tecnología armamentística y su incorporación como guerreros a los ejércitos cartagineses y romanos. 6. LOS IBEROS: Los íberos, descendientes de pueblos prehistóricos peninsulares, alcanzaron un alto grado de civilización gracias a la aculturación provocada por el contacto con fenicios, griegos, cartagineses y Tartessos, lo que los convirtió en una cultura más desarrollada que la celta, sobre todo en los aspectos económicos y culturales. Se asentaron en el sur peninsular y costa mediterránea, extendiéndose hacia el interior por los valles del Ebro y Guadalquivir. Su sociedad era tribal pero fuertemente jerarquizada, desde la aristocracia hasta los esclavos, y su organización política respondía al modelo de ciudad-estado fenicio o griego, con formas monárquicas que incluían asambleas, senado y magistrados, aunque nunca llegaron a unificarse políticamente. Su economía se basaba en la agricultura (principal actividad), la ganadería (complementaria) y un importante comercio con pueblos mediterráneos. Vivían en poblados amurallados situados estratégicamente para facilitar la defensa. En el plano cultural, destacaron por su escritura (lengua común, diferentes alfabetos), una religión sincrética que combinaba creencias ancestrales con aportes fenicios, griegos y cartagineses, y un arte escultórico avanzado, del que son prueba piezas como La Dama de Elche o La Dama de Baza. 7. TARTESSOS: La cultura tartésica surgió hacia el 1200 a.C. y alcanzó su esplendor entre los siglos VIII y VI a.C., con epicentro en el bajo Guadalquivir (Andalucía occidental), aunque también se extendió por la Meseta Sur y Baja Extremadura. No fue una unidad política centralizada, sino un conjunto de centros de poder dispersos. Su economía se basaba en la minería (plata, cobre, oro), la ganadería y la metalurgia del bronce, lo que permitió establecer un dinámico comercio internacional con fenicios y griegos, especialmente a partir del siglo VIII a.C., lo que trajo consigo una gran expansión económica y cultural (escritura propia, artesanía, trabajo del metal). La intensidad del contacto con los fenicios llevó a una posible fusión cultural. Tartessos desarrolló una incipiente vida urbana, el uso de la moneda, una sociedad jerarquizada y una monarquía reconocible en fuentes clásicas (como el legendario rey Argantonio). La estructura social incluía una aristocracia rica, clases medias de comerciantes y agricultores, y un amplio grupo de esclavos. Su religión presentaba influencias fenicias, y aunque conocían la escritura, esta aún no ha sido descifrada. A partir del siglo VI a.C., factores externos (como el auge de Cartago y el paso al hierro) e internos (como el agotamiento de recursos) provocaron su declive. Las fuentes disponibles incluyen testimonios griegos y hallazgos arqueológicos como el Tesoro de El Carambolo (Sevilla), el Tesoro de Aliseda (Cáceres), el yacimiento del Turuñuelo o la necrópolis de Medellín, mientras se sigue investigando su localización, posiblemente en el entorno de Doñana. 8. LOS PRIMEROS COLONIZADORES MEDITERRÁNEOS: Desde inicios del primer milenio a.C., diversos pueblos del Mediterráneo oriental colonizaron la Península Ibérica, atraídos por su posición estratégica y sus recursos minerales. Estos colonizadores actuaron como transmisores culturales y tecnológicos avanzados, influyendo decisivamente en las sociedades indígenas. Los fenicios, comerciantes originarios del actual Líbano, fueron los primeros en llegar (hacia el 1100 a.C.), fundando Gadir (Cádiz) y otras colonias factoría como Malaka, Sexi o Abdera, desde las cuales organizaron una colonización pacífica centrada en el comercio. Aportaron avances como el alfabeto, el torno de alfarero, la forja del hierro, la salazón de pescado, cultivos mediterráneos (vid, olivo), nuevos rituales funerarios (como la cremación) y un modelo de organización urbana. Hacia el siglo VIII a.C., llegaron los griegos, que fundaron colonias como Emporion, Rhode o Hemeroskopeion, con intereses principalmente comerciales (aceite, metales, esparto, sal), también en una colonización pacífica, y aportaron a los íberos su alfabeto y el uso de la moneda. Finalmente, en el siglo VI a.C., los cartagineses, herederos del poder fenicio tras la conquista persa del Mediterráneo oriental, tomaron el control del sur peninsular y lo extendieron hacia el Este y Norte. A partir del siglo III a.C., su presencia adoptó un carácter militar, especialmente tras la Primera Guerra Púnica contra Roma. Fundaron Ebyssos (Ibiza) y Cartago Nova (Cartagena), y su dominio duró hasta su derrota en la Segunda Guerra Púnica, iniciada cuando el general Aníbal conquistó Sagunto, aliada de Roma, lo que provocó el conflicto directo por el control del Mediterráneo occidental. 9. CONQUISTA ROMANA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA Tras la 2ª Guerra Púnica (218-206 a.C.), Roma inició la ocupación del sur y levante de la península ibérica. Posteriormente, con las guerras lusitanas y celtibéricas (155-133 a.C.), Roma se expandió al centro y oeste. Destacó la figura de Viriato, líder lusitano que resistió hasta su asesinato en 139 a.C., y la resistencia de Numancia, ciudad celtíbera destruida en 133 a.C. La última fase de la conquista se produjo con las guerras cántabras y astures (29-19 a.C.), bajo el emperador Octavio Augusto, quien logró someter el norte peninsular. A partir de entonces, toda la Península pasó a formar parte del Imperio romano, aunque la integración fue más fuerte en el Mediterráneo y valle del Guadalquivir. Roma fundó campamentos militares como Astúrica Augusta (Astorga) y Legio (León), que luego serían ciudades. Los romanos llamaron al territorio Hispania, que fue primero dividida en dos provincias (Citerior y Ulterior), luego en tres (Bética, Lusitania y Tarraconense), y finalmente, en el siglo IV d.C., en seis provincias: Tarraconense, Cartaginense, Gallaecia, Bética, Lusitania y Baleárica. 10. LA ROMANIZACIÓN: La romanización fue el lento y desigual proceso de aculturación por el que las regiones conquistadas por Roma adoptaron su organización política, costumbres, lengua, religión y derecho, destacando Hispania como una de las más romanizadas. Aunque fue impuesta por Roma, contó con el apoyo de las élites locales, interesadas en mantener sus privilegios. Fue más intensa en el sur y levante peninsular, zonas urbanizadas y con influencia mediterránea previa, mientras que en el centro, norte y noroeste fue más difícil por la resistencia indígena y menor desarrollo urbano. Entre los principales medios de romanización están la creación de ciudades conectadas por una red de calzadas (como la Vía Augusta o la Vía de la Plata), la implantación del derecho romano, el uso obligatorio del latín (origen de las lenguas romances), la presencia del ejército, la fundación de colonias de veteranos, el comercio con Roma, el culto a los dioses romanos y al emperador (sustituido luego por el cristianismo oficial en el s. IV), y la concesión progresiva de la ciudadanía romana (culminada por Caracalla en el siglo III). Todo esto se reflejó en que Hispania fue cuna de figuras destacadas como Séneca, Marcial, Quintiliano, y emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio. 11. URBANISMO Y ARTE: El urbanismo romano se organizaba en torno a un plano ortogonal, con dos calles principales, el cardo (norte-sur) y el decumano (este-oeste), que se cruzaban en el foro, centro político, religioso y comercial de la ciudad. En Hispania se fundaron numerosas ciudades importantes como Emérita Augusta, Caesaraugusta, Tarraco, Córduba, Itálica, Hispalis, Segovia, Lucus Augusta, Barcino, Astúrica Augusta, Legio, Gigia y Olisipo. El arte romano se reflejó especialmente en la ingeniería y arquitectura, destacando puentes (como los de Alcántara), acueductos (como el de Segovia), teatros (Mérida), anfiteatros (Tarragona), y faros como la Torre de Hércules (La Coruña), único faro romano aún en funcionamiento. También proliferaron las villas romanas, grandes complejos rurales como los de La Olmeda, Carranque o Veranes, que eran centros de explotación agrícola y símbolo del poder de los grandes propietarios. 12. ECONOMÍA: La economía de Hispania romana experimentó un gran desarrollo hasta el siglo III, cuando se frenó por la crisis del Imperio. Los romanos lograron organizar y mejorar la producción, aplicando avances técnicos en agricultura y minería. Su integración en el comercio imperial favoreció la exportación de productos, destacando la tríada mediterránea: trigo, vino y aceite. La mano de obra esclava, compuesta por pueblos conquistados, fue esencial en todas las actividades. En minería, sobresale la explotación de Las Médulas (oro) y otros ricos yacimientos: plata y plomo en Cartagena, cobre en Andalucía y Asturias, mercurio en Almadén, estaño en Galicia, entre otros. La economía se apoyaba en una amplia red de comunicaciones (terrestres y marítimas), y en un sistema monetario basado en el denario romano. El eje de la producción agrícola eran las villas, grandes latifundios esclavistas orientados a la exportación. Además, la pesca y sus derivados (salazones, sal, garum) tenían relevancia económica. Aunque el Estado controlaba las grandes minas, también existían explotaciones privadas de menor tamaño. 13. SOCIEDAD / 14. LA CRISIS DEL IMPERIO: Durante la época de Augusto, en Hispania vivían unos 3 millones de personas, divididas en libres y esclavos, con fuertes desigualdades jurídicas. La sociedad hispanorromana integró a las élites indígenas en su estructura. En la cima estaban los ciudadanos romanos, ricos y dueños de latifundios, seguidos por las aristocracias locales que ocupaban cargos políticos; juntos formaban la aristocracia. Después venía la plebe (pequeños agricultores, artesanos y trabajadores), y en la base estaban los esclavos, sin derechos ni libertad. La familia era patriarcal, y el padre tenía la patria potestad, con autoridad total sobre todos sus miembros. Desde el siglo III, el Imperio romano entró en crisis por causas económicas, políticas y militares. La escasez de esclavos tras el fin de las guerras de conquista elevó sus costes y afectó la producción. Además, las incursiones bárbaras interrumpieron el comercio y provocaron la despoblación de las ciudades. En lo político y militar, la inestabilidad del poder y la ineficacia del ejército para frenar a los bárbaros dejaron a las provincias solas ante ataques, guerras civiles y colapso económico. Todo esto fue aprovechado por los pueblos bárbaros para invadir el Imperio. 4. EL REINO VISIGODO: Frente a la invasión de suevos, vándalos y alanos en el siglo V, los visigodos, aliados del Imperio, entraron en la Península y fundaron primero el reino de Tolosa. Tras ser vencidos por los francos y desaparecer el Imperio romano de Occidente (476), los visigodos se instalaron definitivamente en Hispania, con capital en Toledo, formando un reino independiente que logró una unificación territorial (tras expulsar a suevos y bizantinos), religiosa (con la conversión del rey Recaredo al catolicismo en 589) y jurídica (gracias al Liber Iudiciorum de Recesvinto). La monarquía visigoda era electiva, lo que generaba inestabilidad política por luchas entre nobles. El poder real se apoyaba en instituciones como el Aula Regia, órgano asesor formado por nobles y clérigos. La Iglesia cobró gran relevancia, participando en los Concilios de Toledo, que adquirieron funciones legislativas y políticas. El rey Leovigildo (siglo VI) favoreció la igualdad entre visigodos e hispanorromanos, aboliendo leyes que impedían matrimonios mixtos. En lo social, la ruralización aumentó: las ciudades decayeron, el comercio se redujo y la esclavitud fue sustituida por colonos y campesinos libres, que derivaron en una nueva clase: los siervos. Muchos propietarios pequeños se sometieron a los nobles para obtener protección, entregándoles tierras o trabajando para ellos. A cambio, los reyes recompensaban a la nobleza con tierras, lo que hizo crecer su poder político y económico, sentando las bases del feudalismo. UNIDAD 2: LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA 1. LA INVASIÓN MUSULMANA: En el siglo VIII, los musulmanes iniciaron la rápida y fácil conquista de la Península Ibérica (711), aprovechando la debilidad del reino visigodo, que sufría luchas internas por la sucesión al trono entre Agila y Rodrigo, revueltas territoriales (como la de los vascones), crisis demográfica y económica (sequías, hambrunas, pestes), un sistema fiscal opresivo, y el descontento general de la población, que mostró poca resistencia. Los conquistadores ofrecían un sistema fiscal más leve y tolerancia religiosa a cristianos y judíos (a cambio de impuestos), ganando así apoyo o al menos indiferencia. La conquista comenzó en el 711 con la batalla de Guadalete, donde el rey Rodrigo fue derrotado por los bereberes liderados por Tariq, seguido por un nuevo desembarco de Muza con más tropas. En poco tiempo tomaron Córdoba y Toledo, y mediante pactos con la nobleza visigoda, como el del conde Teodomiro, controlaron casi toda la península hacia el 716. La conquista se basó mayoritariamente en capitulaciones, no en violencia, lo que explica su celeridad. La segunda fase (716-732) se centró en el norte peninsular y los Pirineos, con más resistencia: en el 722, Pelayo lideró la victoria cristiana en Covadonga, primer foco de resistencia en Asturias. En el este, los musulmanes cruzaron los Pirineos hasta su derrota en Poitiers (732) ante Carlos Martel, que frenó su expansión europea. Finalmente, el valle del Duero quedó como “tierra de nadie”, frontera entre Al-Ándalus y los primeros reinos cristianos. 2. EVOLUCIÓN POLÍTICA DE AL-ÁNDALUS: Tras la conquista musulmana, Al-Ándalus pasó por distintas etapas políticas: Emirato dependiente (711-756): Fue una provincia del Califato Omeya de Damasco, gobernada por un emir en nombre del califa. Durante esta etapa se intentó expandir hacia el norte, pero los musulmanes fueron derrotados en Covadonga (722) por los astures y en Poitiers (732) por los francos. Emirato independiente (756-929): Tras la caída de los Omeyas a manos de los Abasíes, Abd al-Rahman I huyó a Al-Ándalus y se proclamó emir independiente (aunque reconocía la autoridad religiosa del califa abasí). Estableció la capital en Córdoba y combatió frecuentes revueltas internas (bereberes, mozárabes). La inestabilidad favoreció el avance cristiano (hasta el Duero) y la formación de la Marca Hispánica por los francos. Califato de Córdoba (929-1031): Abd al-Rahman III se proclamó califa, lo que supuso la plena independencia política y religiosa. Centralizó el poder, reorganizó los impuestos, formó un ejército mercenario y construyó Medina Azahara como símbolo de poder. Su hijo Al-Hakem II impulsó la cultura, convirtiendo Córdoba en un gran centro del saber. Bajo Almanzor, auténtico gobernante durante la minoría de Hisham II, se organizaron intensas campañas militares contra los cristianos. Tras su muerte (1002), el califato entró en crisis (fitna) hasta desaparecer en 1031, fragmentándose en reinos de taifas. Reinos de Taifas y dominio norteafricano (s. XI– XIII): Los primeros taifas eran pequeños reinos débiles que pagaban parias a los cristianos. La conquista de Toledo (1085) forzó a pedir ayuda a los almorávides, que unificaron Al-Ándalus y frenaron el avance cristiano (batallas de Sagrajas y Uclés), aunque por poco tiempo. Tras su caída, surgieron los segundos taifas, también débiles. En el siglo XII llegaron los almohades, que unificaron de nuevo Al-Ándalus y vencieron en Alarcos (1195), pero fueron derrotados en las Navas de Tolosa (1212), lo que precipitó su declive. Surgieron entonces los terceros taifas, incapaces de frenar el avance cristiano. El reino nazarí de Granada (1238-1492): Último bastión musulmán en la Península, mantuvo su independencia mediante el pago de parias y su vasallaje ante Castilla. Subsistió gracias a su riqueza y diplomacia, pero finalmente cayó en 1492, cuando Boabdil se rindió a los Reyes Católicos, culminando la Reconquista. 3. ECONOMÍA AL-ÁNDALUS: La economía de Al-Ándalus fue urbana y mercantil, con un gran desarrollo de la artesanía y el comercio, aunque la mayoría de la población se dedicaba a una agricultura avanzada, gracias al uso del regadío mediante acequias y norias. Se mantuvieron los cultivos tradicionales (cereales, vid y olivo, la tríada mediterránea) e incorporaron productos orientales como cítricos, arroz, azafrán, algodón, zanahoria y albaricoque. En ganadería, la prohibición islámica de consumir cerdo hizo que se desarrollara la ovina y equina, y destacó la cría del gusano de seda. La minería aportó plomo, cobre y oro, mientras que en artesanía sobresalió la producción de textiles, armas, cerámica, papel, vidrio, cuero y metales preciosos. Con los excedentes, floreció un comercio muy activo, impulsado por la acuñación de monedas (dinar de oro y dirham de plata) y una eficaz red de comunicaciones heredada de los romanos. El comercio interior se centraba en los zocos y bazares urbanos, y el comercio exterior conectaba con el mundo islámico, Europa cristiana y África, exportando productos agrícolas, minerales y tejidos, e importando especias, artículos de lujo, pieles, metales, armas y esclavos. 4. LA SOCIEDAD ANDALUSÍ: La sociedad de Al-Ándalus era jerárquica y desigual, encabezada por la aristocracia árabe (jassa), dueña de grandes tierras y con control de los altos cargos administrativos (sus descendientes eran los baladíes). Justo debajo se situaban los bereberes, que participaban en el ejército, administración, comercio, artesanía y agricultura. En la base estaban las clases populares (amma), formadas por artesanos y campesinos, y aunque existía una estructura rígida, el auge del comercio permitió el surgimiento de una especie de clase media, protagonizada por los mercaderes. Había también esclavos, sobre todo eslavos y africanos, considerados meros bienes sin derechos. Las mujeres sufrían una marcada inferioridad social. En el plano religioso, los musulmanes ocupaban el escalón más alto, con acceso a puestos políticos y privilegios fiscales, lo que favoreció numerosas conversiones al islam (los conversos cristianos eran llamados muladíes). Étnicamente, los árabes dominaron a los bereberes, apropiándose de las mejores tierras, lo que causó tensiones internas y favoreció en parte la posterior fragmentación en taifas. 5. LAS CIUDADES EN AL-ÁNDALUS / 6. LEGADO CULTURAL ANDALUSÍ: Las ciudades fueron clave en Al-Ándalus, a diferencia de la España cristiana de los siglos VIII-XI. Muchas surgieron de núcleos romano-visigodos, aunque también se fundaron otras nuevas como Almería y Madrid. La capital Córdoba llegó a tener más de 100.000 habitantes en época califal, actuando como centro político, económico, social, militar y religioso. Las urbes prosperaron gracias al comercio, que permitía el intercambio entre el campo y la artesanía, y favorecía las transacciones internacionales. En lo cultural, Al-Ándalus destacó por su vida intelectual urbana, impulsada por las cortes califales, que crearon bibliotecas, escuelas y universidades, haciendo de Córdoba un faro cultural del siglo X en Europa y el mundo islámico. La islamización y arabización del pueblo hispano-visigodo transformó la sociedad desde el siglo IX, con el árabe como lengua oficial y vehículo de entrada de la cultura persa, hindú y grecorromana, actuando como puente entre Oriente y Occidente. Este vínculo con el mundo islámico se reforzó por el idioma común. En el ámbito filosófico destaca Averroes (siglo XII) y en medicina el judío Maimónides. El legado islámico dejó una profunda huella material con obras como la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, la Aljafería de Zaragoza y el Alcázar de Sevilla, además de perdurar en el sistema de regadío rural (acequias y norias). 6. LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES: La Reconquista fue el proceso, entre 718 y 1492, por el cual los cristianos intentaron recuperar los territorios ocupados por los musulmanes, comenzando con la rebelión de Pelayo y concluyendo con la caída de Granada. En la primera etapa (siglos VIII-X), surgieron núcleos de resistencia cristiana en las montañas del norte. El núcleo asturiano comenzó con Pelayo y la victoria de Covadonga (722), lo que dio inicio a un proceso político cristiano con capital en Cangas de Onís, luego en Oviedo con Alfonso II, y finalmente en León con García I. Este reino inició la repoblación del norte del Duero y desarrolló el arte prerrománico asturiano. El núcleo navarro se consolidó tras Roncesvalles (778), con la dinastía Íñiga y luego con Sancho III el Mayor, que expandió su poder a Aragón y Castilla. Los condados aragoneses, primero bajo francos y luego navarros, se convirtieron en reino tras la muerte de Sancho III. En el este, los condados catalanes de la Marca Hispánica destacaron por el liderazgo del Condado de Barcelona, que bajo Wilfredo el Velloso inició la recuperación territorial e independencia, y con Borrell II dejó de rendir vasallaje al monarca franco, convirtiéndose en un ente político independiente. UNIDAD 3: LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MODERNA. LOS AUSTRIAS 1.LA MONARQUÍA DE LOS REYES CATÓLICOS: La unión dinástica de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1479) creó la Monarquía Hispánica, aunque cada reino mantuvo sus instituciones y leyes. Su reinado se enfocó en reforzar el poder real, estableciendo la Inquisición (1478) y decretando la expulsión de los judíos (1492). Ese mismo año culminó la Reconquista con la toma de Granada, imponiendo la conversión de los musulmanes. En política interior, fortalecieron la autoridad monárquica reduciendo el poder de la nobleza y las Cortes, creando un ejército permanente y un cuerpo diplomático. Su política exterior se centró en aislar a Francia mediante alianzas matrimoniales y la expansión mediterránea aragonesa. En 1492 Colón descubrió América, ampliando el dominio castellano, y en 1512 Fernando conquistó Navarra, consolidando el territorio peninsular. El Tratado de Tordesillas (1494) definió el reparto del Nuevo Mundo entre España y Portugal, asegurando la hegemonía ibérica en la exploración y conquista de ultramar. 2. EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA: Cristóbal Colón propuso a los Reyes Católicos una ruta hacia el oeste para llegar a Asia, obteniendo su apoyo tras la toma de Constantinopla y la firma de las Capitulaciones de Santa Fe (1492), que le otorgaban títulos y beneficios. Gracias a avances náuticos y los vientos alisios, Colón realizó cuatro viajes y descubrió varias islas del Caribe y la costa de América Central, aunque murió sin saber que había encontrado un nuevo continente. La conquista y colonización fue liderada por figuras como Hernán Cortés y Francisco Pizarro, quienes sometieron los imperios azteca e inca mediante superioridad militar y alianzas con tribus locales. América aportó a Europa grandes riquezas, especialmente oro y plata de las minas de Potosí y Zacatecas, además de productos agrícolas como maíz, patata y cacao. Sin embargo, España no supo aprovechar su monopolio comercial debido a guerras costosas, crisis económica e inflación. La colonización se basó en la explotación indígena mediante sistemas como encomiendas y mitas, aunque las Leyes de Burgos (1512) y las Leyes Nuevas (1542) intentaron limitar los abusos. La llegada de enfermedades y la esclavitud causó un brusco descenso demográfico, mientras que el mestizaje dio lugar a una jerarquía racial donde los españoles y criollos dominaban la sociedad. La administración española en América incluyó el Consejo de Indias, virreinatos, audiencias y gobernaciones, estableciendo un control político, económico y religioso que transformó la cultura y urbanismo del continente. 3. LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS, CARLOS I Y FELIPE II: Tras la muerte de Isabel la Católica (1504), su hija Juana heredó Castilla, pero su inestabilidad mental llevó a su padre Fernando a gobernar como regente hasta 1516. Su hijo, Carlos I, asumió el trono unificando un extenso imperio heredado de sus abuelos, que incluía Castilla, Aragón, Flandes, el Sacro Imperio y territorios americanos. Su reinado se centró en mantener la unidad católica y la hegemonía de los Habsburgo, enfrentándose a Francia, los turcos y la expansión del luteranismo, lo que culminó en la Paz de Augsburgo (1555). Internamente, sofocó rebeliones como las Comunidades de Castilla y las Germanías.Al abdicar Carlos I, Felipe II heredó un imperio aún mayor, consolidado con la Unión Ibérica (1580). Dio más importancia a los reinos hispánicos, aunque sus intereses dinásticos primaron. Su política exterior buscó mantener la hegemonía en Europa, enfrentándose al Imperio Otomano (victoria de Lepanto), a Holanda (pérdida de las Provincias Unidas) y a Inglaterra (fracaso de la Armada Invencible en 1588). Estos conflictos llevaron a la crisis financiera que anticipó la decadencia del imperio. Internamente, sofocó la Rebelión de los Moriscos (1568-1571) y el conflicto con Aragón por el caso Antonio Pérez, desafiando las leyes forales. 6. LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS, FELIPE III, FELIPE IV: Felipe III (1598-1621): España adopta una política de pacificación en Europa tras el desgaste de las guerras del siglo XVI, firmando tratados con Francia, Inglaterra y la Tregua de los Doce Años con los Países Bajos. En política interior, destaca la expulsión de los moriscos en 1609 y la consolidación de la figura del valido, un ministro con poder basado en la confianza del rey. El duque de Lerma, primer valido, gobierna con una red de clientelas aristocráticas que refuerzan la relación entre monarquía y nobleza. Felipe IV (1621-1665): España reanuda las guerras tras la Tregua, destacando la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que marca el inicio de su decadencia como potencia. La Paz de Westfalia (1648) sella la derrota española y la pérdida de su hegemonía, mientras que la Paz de los Pirineos (1659) cede territorios a Francia. Su valido, conde-duque de Olivares, impulsa reformas como la Unión de Armas (1625) para repartir la carga militar entre todos los reinos, pero enfrenta resistencia. También propone una red de bancos públicos, pero fracasa por la oposición de las élites. Crisis de 1640: La crisis afecta Cataluña, Portugal, Andalucía y Nápoles. En Cataluña, la imposición de la Unión de Armas y la guerra con Francia generan el Corpus de Sangre (1640), una revuelta que lleva a la intervención francesa hasta la rendición de Barcelona en 1652. En Portugal, la desprotección del comercio y la insatisfacción con la monarquía llevan a la rebelión liderada por el duque de Braganza, resultando en la independencia portuguesa en 1668. 5. LA MONARQUÍA DE LOS AUSTRIAS, CARLOS II. SISTEMA POLITICO AUSTRIAS: Carlos II (1665-1700) fue un monarca débil y enfermo cuya incapacidad llevó a que los validos dirigieran el país. Su reinado estuvo marcado por el expansionismo de Luis XIV, que obligó a España a ceder territorios en las Paces de Nimega, Aquisgrán y Ryswick, y por el desgobierno, la pérdida de prestigio internacional y la cuestión sucesoria. Al no tener descendencia, se plantearon dos opciones: nombrar heredero a Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV, o a Carlos de Habsburgo, apoyado por Inglaterra, Holanda y Austria. Su muerte desató la Guerra de Sucesión (1701-1713), que terminó UNIDAD 4: LOS BORBONES Y LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN 1.LA GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA: La Guerra de Sucesión Española (1701-1715) comenzó tras la muerte sin descendencia de Carlos II, cuando dos candidatos aspiraban al trono: Felipe d’Anjou, nieto de Luis XIV de Borbón, y el archiduque Carlos de Habsburgo, hijo del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Según el testamento del rey, Felipe fue proclamado Felipe V, pero Austria y sectores de la Corona de Aragón (Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca) se opusieron, ya que la guerra no solo definía un cambio de dinastía, sino el modelo de Estado: los Austrias defendían un sistema pactista con respeto a los fueros, mientras que los Borbones proponían un modelo centralista y absolutista inspirado en Francia. Castilla apoyó a Felipe V, mientras que la Corona de Aragón respaldó a los Austrias. El conflicto tuvo también una dimensión internacional, ya que Inglaterra y las Provincias Unidas, preocupadas por el auge del poder francés, lideraron la Alianza de la Haya (junto a Prusia, Saboya y Portugal) contra Felipe V. La guerra en España se inclinó a favor de los Borbones, culminando con la toma de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 y de Mallorca en 1715. El conflicto terminó con los Tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714), que instauraron la dinastía borbónica en España, marcaron el fin de la hegemonía española en Europa y redefinieron el equilibrio continental: Francia quedó como potencia terrestre, e Inglaterra como potencia marítima. España perdió Flandes e Italia (cedidos a Austria y Saboya), pero conservó sus colonias americanas. Inglaterra salió fortalecida, obteniendo Gibraltar y Menorca, asegurando su dominio naval e insertándose en el comercio americano con el monopolio del tráfico de esclavos y el navío de permiso. Como respuesta, España firmó los Pactos de Familia con Francia y recuperó Nápoles-Dos Sicilias, mientras que Holanda actuó como potencia de equilibrio. Estos tratados marcaron el inicio del imperio británico, el declive español en Europa y el fin de la unidad mediterránea que España había construido. 2. LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA Y EL REINADO DE FELIPE V Con Felipe V comienza la construcción del Estado español como unidad administrativa, inspirado en el modelo absolutista francés. Su objetivo fue uniformar el conjunto de reinos e instituciones siguiendo el modelo de Castilla. Para ello promulgó los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), que se aplicaron en Valencia, Aragón, Mallorca y Cataluña, territorios que habían apoyado al archiduque Carlos. Estos decretos supusieron la abolición de las leyes, fueros e instituciones propias (como las Cortes, la Generalitat, el Justicia Mayor, los concejos municipales, los sistemas fiscales y monetarios, las aduanas interiores y los virreinatos), y su sustitución por capitanías generales, intendentes y corregidores, representantes directos del poder real. Se consolidó así un modelo centralista y absolutista, con el rey como único depositario de la soberanía, concentrando los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Se impuso el castellano como lengua jurídica y administrativa y se reorganizó el territorio en provincias, eliminando las fronteras internas. Aunque no se implantó un sistema fiscal único, se introdujeron diferentes tributos según el territorio (catastro en Cataluña, equivalente en Valencia, única contribución en Aragón, talla en Mallorca). Solo se respetaron los fueros de Navarra y las provincias vascas por su lealtad a Felipe V, aunque también allí se introdujeron representantes del poder real. El Consejo de Castilla adquirió supremacía sobre los demás, disolviéndose el régimen polisinodial y dando paso a una estructura de gobierno con ministerios especializados. En conjunto, los Decretos de Nueva Planta significaron una profunda transformación política, territorial y administrativa, cimentando la centralización borbónica en España. 3. ILUSTRACIÓN Y DESPOTISMO ILUSTRADO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII: La Ilustración fue un movimiento intelectual surgido en Europa en el siglo XVII, que alcanzó su auge en el siglo XVIII o “Siglo de las Luces”, caracterizado por la confianza en la razón, el progreso, la educación, la tolerancia religiosa, la autonomía política respecto a la religión y la búsqueda de la felicidad. Sus principales pensadores fueron Locke, Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y sus ideas se extendieron entre la burguesía y parte de la nobleza. En España, los ilustrados compartieron esta visión racional y crítica, promoviendo la reforma del Antiguo Régimen, el progreso científico y económico y la creación de instituciones culturales y educativas, como las Sociedades Económicas de Amigos del País, fomentadas por Carlos III, siendo la primera la Real Sociedad Bascongada, orientadas a la difusión de conocimientos técnicos para artesanos y campesinos, aunque con resultados limitados. El despotismo ilustrado fue una fórmula de gobierno que combinó el absolutismo con el espíritu reformador ilustrado, sin cuestionar las bases del Antiguo Régimen, manteniendo al pueblo como objeto y no sujeto de la historia (con el lema: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”). Este modelo proponía un rey filósofo rodeado de ilustrados, capaz de aplicar reformas racionales. En España se plasmó en el reinado de Carlos III, con medidas como la construcción de obras públicas (Canal de Castilla, Salón del Prado, Puerta de Alcalá), el impulso del conocimiento (Reales Institutos, Sociedades Económicas), el fomento de la economía (Banco de San Carlos, Reales Fábricas, Lotería Nacional), la reforma agraria (colonización de tierras como La Carolina), la liberalización del comercio con América y de la circulación de productos, el control sobre la Iglesia (expulsión de los jesuitas, limitación de la Inquisición), y la profesionalización del Estado (funcionarios y ejército). Entre los principales ilustrados destacan Aranda, Campomanes, Floridablanca, Cabarrús, Olavide y Jovellanos. 4. LA GUERRA DE INDEPENDENCIA (1808-1814): El conflicto se originó en el marco de una profunda crisis del Antiguo Régimen agravada durante el reinado de Carlos IV, con una política impopular liderada por Manuel Godoy, enfrentado a la nobleza, el clero y el príncipe Fernando, y con un trasfondo de malas cosechas, parálisis económica, déficit fiscal y conflictos internacionales. La Revolución Francesa intensificó las tensiones y la alianza con Napoleón culminó en el Tratado de Fontainebleau (1807), que permitió la entrada de tropas francesas en España. El Motín de Aranjuez (1808) forzó la abdicación de Carlos IV en Fernando VII, pero Napoleón secuestró a la familia real en Bayona, donde logró las abdicaciones de Bayona, imponiendo a su hermano José I Bonaparte como rey. La revuelta del Dos de Mayo en Madrid marcó el inicio de una guerra popular y civil, aunque no revolucionaria, con dos bandos: un bloque patriótico, formado por la mayoría de la población, nobleza, clero y burguesía ilustrada, en defensa de Fernando VII, la religión y el Antiguo Régimen, y los afrancesados, que apoyaban a José I y veían en Napoleón una vía para reformar España. José I promulgó el Estatuto de Bayona (1808), que ofrecía libertades limitadas y mantenía la confesionalidad católica, mientras que los Decretos de Chamartín intentaron abolir el Antiguo Régimen (fin de la Inquisición, cargas feudales y conventos), sin éxito por la inestabilidad bélica. La guerra, que causó entre 400.000 y 500.000 muertes, se desarrolló en tres fases: en 1808, la victoria española en Bailén obligó a los franceses a replegarse; entre 1809 y 1812, Napoleón impuso su control excepto en focos como Cádiz, pero el guerrillero ruralismo y las resistencias urbanas desgastaron a sus tropas; y entre 1812 y 1814, tras la retirada de tropas francesas por la campaña rusa, las fuerzas hispanobritánicas dirigidas por Wellington recuperaron terreno y derrotaron a los franceses en Arapiles, Vitoria y San Marcial, obligando a Napoleón a firmar el Tratado de Valençay (1813), por el que reconoció a Fernando VII como rey de España. 5. LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ DE 1812: En 1808, las Juntas provinciales crean la Junta Suprema Central para dirigir la guerra contra Francia, pero su fracaso lleva a los sectores reformistas a forzar la convocatoria de Cortes extraordinarias en 1809, elegidas por sufragio universal masculino indirecto (varones mayores de 25 años). En 1810, esta Junta es reemplazada por una Regencia y se reúnen en Cádiz unas Cortes formadas por 300 diputados, mayoritariamente del Estado Llano instruido. En lo político, había tres posturas: los realistas (defensores del absolutismo), los jovellanistas (soberanía compartida y Cortes estamentales) y los liberales, que triunfan imponiendo la Constitución de 1812 (aprobada el 19 de marzo), conocida como “La Pepa”, que introduce la soberanía nacional, una monarquía constitucional hereditaria borbónica, centralismo territorial y una clara división de poderes: el ejecutivo, en manos del rey Fernando VII, que era inviolable, con veto suspensivo de dos años, podía nombrar ministros pero no imponer impuestos ni castigar sin ley; el legislativo, en Cortes unicamerales, con sufragio universal masculino indirecto y elección anual sin posibilidad de disolución por parte del rey; y el judicial, ejercido por los tribunales, con igualdad ante la ley. Aunque no había declaración de derechos, sí se reconocían libertades fundamentales (expresión, imprenta, propiedad, inviolabilidad del domicilio...) y se proclamaba una ciudadanía común para españoles y americanos, pero se establecía un Estado confesional católico, única religión permitida. Se impulsó la enseñanza primaria obligatoria, se creó la Milicia Nacional y, entre 1810-1813, se aprobaron decretos reformistas: abolición de señoríos y gremios, supresión de la Inquisición, inicios de desamortización y reforma agraria, libertad económica, igualdad fiscal y elección popular de ayuntamientos. La constitución fue fruto de un compromiso entre liberales y absolutistas, reflejado en la defensa de la religión católica. Aunque revolucionaria, su impacto real fue limitado por el dominio francés y la resistencia del mundo rural tradicional, pero fue un referente liberal futuro, vigente en 1812-1814, 1820-1823 (Trienio Liberal) y 1836-1837 (regencia de Mª Cristina). 6. EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833): El reinado de Fernando VII estuvo marcado por el conflicto entre liberales y absolutistas, con tres fases políticas bien diferenciadas. Tras su restauración en 1814, con el apoyo de sectores absolutistas (nobleza, clero y diputados del "Manifiesto de los Persas"), se produce un golpe de Estado en Valencia (general Elio), con el que se restaura el absolutismo y se anula la Constitución de 1812. En el Sexenio absolutista (1814-1820) se reinstauran instituciones del Antiguo Régimen (señoríos, gremios, Inquisición…), se reprime a los liberales y se suceden pronunciamientos militares, hasta que el pronunciamiento de Riego en 1820 inaugura el Trienio Liberal (1820-1823), en el que Fernando VII se ve forzado a aceptar la Constitución de Cádiz y se promueven reformas liberales como la abolición de la Inquisición y de los señoríos, la organización de elecciones a Cortes o la creación de Milicias Nacionales. Sin embargo, la intervención de la Santa Alianza y la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), apoyados por los realistas, restaura el absolutismo e inicia la Década Ominosa (1823-1833), caracterizada por dura represión y exilio liberal. Más adelante, el rey adopta posturas más moderadas, con una amnistía parcial y reformas ilustradas de tipo económico y administrativo (como el Código de Comercio o la creación de la Bolsa de Madrid), lo que genera tensiones con los ultras absolutistas agrupados en torno a su hermano Carlos María Isidro, que protagonizan la "Revuelta de los agraviados". El conflicto sucesorio estalla con el nacimiento de Isabel en 1830 y la promulgación de la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica y permitía reinar a las mujeres. Carlos no acepta este cambio y maniobra sin éxito para impedirlo (Sucesos de La Granja, 1832), lo que divide a los absolutistas en isabelinos (moderados) y carlistas (ultrarrealistas), desembocando en la Primera Guerra Carlista a la muerte del rey en 1833. TEMA 5 EL REINADO DE ISABEL II Y EL SEXENIO DEMOCRÁTICO 1. EL CARLISMO EN ESPAÑA: IDEARIO, APOYOS SOCIALES Y PERIODIZACIÓN El carlismo surge tras la muerte de Fernando VII (1833) por el conflicto sucesorio con su hermano Carlos María Isidro, quien, apoyado en el "Manifiesto de Abrantes", se proclama rey como Carlos V al no aceptar la Pragmática Sanción que permitía reinar a su sobrina Isabel. Aunque el conflicto es formalmente dinástico, encubre un enfrentamiento ideológico entre el liberalismo y el absolutismo tradicionalista. El bando isabelino reunía a liberales, burgueses, militares, alta nobleza y parte de la Iglesia jerárquica, mientras que el carlista estaba apoyado por pequeños propietarios agrarios, nobleza secundaria, clero parroquial (perjudicado por las desamortizaciones) y regiones con tradición foral como País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón. El ideario carlista era contrarrevolucionario, antiliberal y católico tradicionalista, defendía la monarquía absoluta de derecho divino, la religión, los fueros y el rechazo total a las reformas liberales (lema: “Dios, Patria, Fueros, Rey”). La Primera Guerra Carlista (1833-1839) tuvo como núcleo el foralismo vasco-navarro y terminó con el Convenio de Vergara entre Maroto y Espartero, que selló la paz militar, reconociendo grados militares carlistas y recomendando restituir fueros, aunque la causa carlista persistió ideológicamente. La Segunda Guerra Carlista (1846-1849) fue menos intensa y surgió por el rechazo al matrimonio entre Isabel II y el pretendiente Carlos VI; se desarrolló sobre todo en Cataluña (guerra dels matiners) y acabó con la detención del pretendiente en Francia. Estas dos guerras debilitaron al carlismo militarmente pero dejaron secuelas como el giro liberal de la monarquía, el ascenso político de militares y graves dificultades financieras que impulsaron medidas como la desamortización de Mendizábal. La Tercera Guerra Carlista (1872-1876), en plena crisis del Sexenio Democrático, pretendía restaurar en el trono a Carlos VII, y volvió a centrarse en el medio rural vasco-navarro y catalán, con focos en Aragón, Valencia y Castilla; desestabilizó a la monarquía de Amadeo I y la Primera República, y acabó con la abolición definitiva de los fueros en 1876, aunque en 1878 se recuperaron parcialmente con el concierto económico. 2. EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868): Tras la muerte de Fernando VII, comienza la construcción del Estado liberal durante el periodo de regencias (1833-1843), con María Cristina y Espartero al frente por la minoría de edad de Isabel II. En este periodo se desmantela el Antiguo Régimen y se inicia un proceso político marcado por constituciones cambiantes, reformas económicas, aparición de partidos políticos (progresistas y moderados), exclusión de las clases populares mediante sufragio censitario y una intensa intervención del ejército en política. Los cinco grandes partidos fueron: demócrata, progresista, Unión Liberal (O'Donnell), moderado y carlista. Los progresistas, con base social en las clases medias urbanas, defendían soberanía nacional, desamortización, milicia nacional, librecambismo y elección de instituciones locales; gobernaron en 1836-40, 1840-43 y 1854-56. De ellos se escindieron los demócratas en 1849, defensores del sufragio universal y la soberanía popular, con peso durante el Sexenio Democrático (1868-74). Los moderados, con apoyo de la burguesía y terratenientes, defendían un modelo conservador, soberanía compartida, sufragio muy restringido, proteccionismo y centralismo; gobernaron en 1833-36, 1844-54 y 1856-68. En lo económico, el proteccionismo buscaba proteger la producción nacional con aranceles (apoyado por industriales catalanes y latifundistas), mientras que el librecambismo defendía el comercio libre sin intervención estatal (respaldado por exportadores y liberales). La reforma bancaria llevó a la creación del Banco de España (1856), que en 1874 obtuvo el monopolio de emisión de billetes; en 1883 se suspende su convertibilidad en oro, completando el modelo financiero moderno. Durante la Regencia de María Cristina (1833-1840), se aprueba el Estatuto Real (1834), que provoca la escisión entre moderados y progresistas. En 1836-1837, el gobierno de Mendizábal impulsa la desamortización eclesiástica y se redacta la Constitución de 1837, que establece una monarquía constitucional, con soberanía nacional compartida, sufragio censitario y una declaración de derechos por primera vez en España. La Regencia de Espartero (1840-1843) se caracteriza por el conflicto con los moderados y la industria catalana (bombardeo de Barcelona), y termina cuando Narváez lo sustituye, proclamando mayor de edad a Isabel II con solo 13 años. La Década Moderada (1844-1854), bajo el mando de Narváez, consolida un Estado liberal conservador con la Constitución de 1845, que establece una soberanía compartida muy limitada, poder ejecutivo fuerte, Senado elitista, centralismo, confesionalidad del Estado, y paralización de la desamortización. En 1851 se firma el Concordato con Roma y en 1854 O'Donnell lidera la “Vicalvarada”, que inicia el Bienio Progresista (1854-1856). Durante este breve periodo, con Espartero en el gobierno, se recupera el programa progresista: ampliación del sufragio, Milicia Nacional, instituciones electivas, y se aprueban leyes clave como la Desamortización de Madoz y la Ley General de Ferrocarriles (1855), que fomentan el capitalismo y la inversión extranjera. A pesar de ello, las tensiones sociales (huelga general de los tejedores de Barcelona en 1855) y políticas llevan a que O'Donnell acabe forzando la salida de Espartero en 1856. 3. LAS DESAMORTIZACIONES DE MENDIZÁBAL Y MADOZ: Las desamortizaciones fueron un proceso clave en el desmantelamiento del Antiguo Régimen y la construcción del Estado liberal en el siglo XIX, al promover la propiedad privada y la libre disposición de la tierra, aunque no lograron modernizar la agricultura española. Consistieron en la confiscación y subasta de bienes amortizados de la Iglesia y ayuntamientos. Las dos principales fueron la Desamortización Eclesiástica de Mendizábal (1836), que afectó al clero regular (y desde 1841 al secular), y buscaba reducir el déficit, financiar la guerra carlista, ganar apoyos para el liberalismo y mejorar la gestión agraria; y la Desamortización General de Madoz (1855), que afectó principalmente a bienes comunales de los ayuntamientos y también al Estado, con el fin de fortalecer la Hacienda pública e impulsar el desarrollo económico (los beneficios se destinaron, por ejemplo, a expandir el ferrocarril). Las causas fueron económicas (liberar tierras al mercado), financieras (mejorar ingresos del Estado), políticas (ganar apoyo liberal) y sociales (crear una clase media rural), pero las consecuencias fueron limitadas: no se modificó la estructura de propiedad, ya que los campesinos pobres no pudieron comprar tierras, que acabaron en manos de la burguesía y nobleza, generando una nueva clase terrateniente que no invirtió en modernización, sino que mantuvo la tierra como fuente de renta, por lo que fracasó la modernización agraria, aunque sí aumentó la superficie cultivada y la producción. 4. EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-74): El Sexenio Democrático comienza con la revolución de 1868, “La Gloriosa”, causada por crisis económicas (industria textil, ferrocarril, Bolsa, Hacienda pública y malas cosechas) y descontento político contra Isabel II, lo que llevó al Pacto de Ostende (1866) para destronarla. La revolución, iniciada por militares (Prim, Serrano y Topete), culminó con el exilio de la reina. La Constitución de 1869, inspirada en modelos belga y estadounidense, estableció una monarquía parlamentaria, soberanía nacional, sufragio universal masculino y una amplia declaración de derechos, incluida la libertad de cultos. Tras buscar un rey, se eligió a Amadeo de Saboya, que llegó en 1870, pero la muerte de Prim, su principal apoyo, y la oposición de carlistas, republicanos y alfonsinos (favorables al regreso de Alfonso XII) provocaron su fracaso. Su reinado fue breve (1871-73) y marcado por inestabilidad política, la tercera guerra carlista, la guerra de Cuba, sublevaciones sociales y la ruptura de la coalición que lo sostenía. En 1873 Amadeo abdicó, y se proclamó la Primera República Federal. Esta llegó en medio de una crisis financiera, tensiones sociales (campesinos y obreros pedían reformas radicales) y con escaso apoyo político, salvo por los republicanos federales (Pi i Margall). Las nuevas Cortes, elegidas con un 60% de abstención, propusieron un modelo federal, con 17 Estados y división de poderes en todos los niveles. El Proyecto de Constitución de 1873, muy influido por EE.UU., incluía una amplia declaración de derechos y declaraba el Estado laico. Sin embargo, la insurrección cantonal, el auge anarquista, la continuación de las guerras (Cuba y carlismo) y la incapacidad de los presidentes (Pi i Margall, Salmerón, Castelar) para mantener el orden llevaron a una crisis irreversible. Tras una moción de censura a Castelar, el golpe de Estado del general Pavía disolvió las Cortes y dio paso a un gobierno de Serrano. Aunque la República seguía formalmente, en diciembre de 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto restauró a los Borbones en la figura de Alfonso XII, comenzando la Restauración en enero de 1875. 5. LA INDUSTRIALIZACIÓN EN ESPAÑA: La industrialización española en el siglo XIX fue limitada y tardía debido a la ausencia de varios factores clave: no hubo agricultura moderna, ni capitales nacionales abundantes, ni transporte eficiente, ni un mercado nacional unificado. Aunque sí existía materia prima (carbón y hierro) y mano de obra (aunque retenida por el campo), la estructura agraria apenas cambió con las desamortizaciones, manteniendo una agricultura improductiva que absorbía población y reducía la demanda de productos industriales. La inversión fue sobre todo extranjera, destinada a obtener beneficios rápidos, mientras que los capitales nacionales se desviaron a la compra de tierras. Solo Cataluña (por el comercio de vinos y colonias) y el País Vasco (gracias al hierro) lograron acumulación de capital e inversión industrial. La Ley General de Ferrocarriles de 1855, financiada con la desamortización de Madoz, impulsó una red radial centrada en Madrid, con ancho de vía propio y libertad arancelaria para importar maquinaria, lo que frenó la industria nacional y reforzó la dependencia del exterior. La industria textil catalana creció con el algodón y maquinaria hidráulica y de vapor, aunque sufrió crisis por la Guerra de Secesión en EE. UU. y la competencia. Se recuperó desde 1868 gracias a los monopolios con Cuba y Puerto Rico, y absorbió también las industrias de la lana, seda y parcialmente el lino. La siderurgia comenzó en Málaga (fracasó por falta de carbón), luego destacó Asturias (1860-80) con Duro Felguera y Mieres, pero su carbón era caro y de baja calidad. Desde 1880 tomó el relevo Vizcaya con Altos Hornos de Vizcaya (1902), al abaratarse el proceso de producción de acero, combinando hierro local y carbón británico. Sin embargo, la siderurgia solo abastecía al mercado nacional y exigía proteccionismo. La minería también sufrió hasta el impulso dado por la Ley de Minas de 1869, aunque persistieron problemas como la falta de capital, atraso técnico y mala política estatal. En resumen, la industrialización fue fragmentaria, dependiente del exterior, con centros aislados (Cataluña, País Vasco, Madrid como centro de consumo), y se mantuvo el proteccionismo, quedando España como un país agrario y periférico dentro del proceso industrial europeo, pese a haberse iniciado en fechas similares a países como Bélgica. 6. EL MOVIMIENTO OBRERO EN ESPAÑA El movimiento obrero en España comenzó influido por el socialismo utópico, pero desde 1868 adoptó una orientación anarquista, gracias a la labor de Giuseppe Fanelli, seguidor de Bakunin, que difundió las ideas de la I Internacional (AIT) en Cataluña y Valencia, creando núcleos en Madrid y Barcelona. El anarquismo caló más que el marxismo entre los obreros, por su afinidad con el republicanismo federal de Pi y Margall (ambos defendían la soberanía popular, el anticlericalismo, el ateísmo y la fe en el progreso y la ciencia). El atraso económico y el fracaso de la Primera República alimentaron la desconfianza hacia el Estado y el auge del anarquismo, especialmente en el tercio mediterráneo, con organizaciones como la FTRE, CNT y FAI. En Andalucía, sin embargo, predominó un anarquismo violento, asociado a la represión contra la Mano Negra. Destacan teóricos como Anselmo Lorenzo y en Asturias, Eleuterio Quintanilla. En cuanto al socialismo, en 1872, Paul Lafargue (yerno de Marx) introdujo el Manifiesto Comunista y ayudó a formar un grupo de obreros encabezado por Pablo Iglesias, que fundó el PSOE en 1879 y luego la UGT en 1888, tras aprobarse la Ley de Asociaciones (1887). El PSOE defendía una revolución obrera para convertir la propiedad privada en social, lo que lo distanció de los partidos burgueses y limitó su expansión (solo fuerte en Madrid, Vizcaya y Asturias a finales de siglo). La tercera vía fue el sindicalismo católico, promovido por la encíclica Rerum Novarum (1891), que legitimaba la desigualdad social pero buscaba mitigarla mediante un trato paternalista del patrón hacia el obrero, destacando el marqués de Comillas en el valle de Turón (Asturias). Durante el siglo XIX hubo conflictos sociales, pero estos se intensificaron desde la Restauración, con carácter más laboral y reivindicativo (asociación, huelga, seguridad social). Aunque se reconoció el derecho de asociación en 1887, otros derechos solo se lograron tras 1900 con reformas sociales: leyes laborales, descanso dominical, Instituto de Reformas Sociales e Instituto Nacional de Previsión. Hasta entonces, muchas acciones obreras eran delito y fueron reprimidas. Persistieron las protestas violentas, como los motines contra el impuesto de consumos (destacando el de 1898) o la represión de La Mano Negra (1883) en Cádiz. Estas protestas tradicionales convivieron con nuevas formas organizadas e ideológicas, que se impusieron progresivamente por su eficacia. TEMA 6 LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA 1.LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA La Restauración es el periodo de la historia de España entre 1875 (restauración de los Borbones con Alfonso XII) y 1931 (proclamación de la Segunda República). Su primera etapa (1875-1902) abarca el reinado de Alfonso XII y la regencia de María Cristina hasta 1902, cuando su hijo Alfonso XIII accede al trono y reina hasta 1931, incluyendo la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Surge tras el fracaso de la Primera República, promovida por Cánovas del Castillo, quien impulsó el retorno borbónico con el “Manifiesto de Sandhurst” (1874), donde Alfonso XII defendía una monarquía constitucional, reforzado por el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto. El sistema diseñado por Cánovas se basaba en un modelo liberal conservador, inspirado en Inglaterra y con cuatro pilares: la Corona (árbitro político y jefatura del ejército), la Constitución de 1876 (monarquía parlamentaria con soberanía compartida rey-Cortes, pero con gran poder para el rey y limitada libertad religiosa), el ejército (retirado de la política pero leal al sistema), y los partidos dinásticos: el Conservador (Cánovas, apoyado por aristocracia, terratenientes, alta burguesía e Iglesia) y el Liberal (Sagasta, apoyado por burguesía industrial y sectores urbanos). Estos partidos practicaban el “turno pacífico”, un sistema de alternancia manipulado mediante fraude electoral y caciquismo: el ministro de Gobernación preparaba el “encasillado” (lista de futuros diputados), que llegaba a gobernadores civiles y caciques, quienes aseguraban el resultado mediante coacciones, compra de votos o falsificación. Fuera del sistema estaban carlistas, republicanos (divididos), nacionalistas vascos y catalanes, y el movimiento obrero (anarquista y socialista). A pesar de su falta de representatividad, el sistema canovista proporcionó estabilidad política, redujo el papel militar, y facilitó una modernización del Estado liberal, sostenido por la oligarquía y la Iglesia. 2.LA CONSTITUCIÓN DE 1876 La Constitución de 1876, uno de los pilares del régimen de la Restauración, estuvo en vigor desde 1876 hasta 1923 (golpe de Estado de Primo de Rivera), siendo la de mayor duración en la historia constitucional española. Fue redactada por iniciativa de Cánovas del Castillo y representaba un liberalismo doctrinario reformado, inspirado en la Constitución moderada de 1845, pero con ciertos derechos individuales tomados de la de 1869. Era un texto flexible, ideado para servir como marco común a los dos partidos dinásticos, sustentando un sistema liberal pero no democrático. Establecía la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, y otorgaba a la Corona un rol central, con facultades para legislar, sancionar y promulgar leyes, disolver las Cortes, nombrar ministros y ejercer el mando supremo del ejército. La separación de poderes era ambigua. Las Cortes eran bicamerales: el Senado, elitista, compuesto en un 50% por senadores no elegidos (grandes de España, altos cargos eclesiásticos y militares, altos funcionarios, y por designación real) y el resto elegidos por corporaciones y mayores contribuyentes; y el Congreso, que debía representar al pueblo, pero sin que la Constitución precisara el sistema electoral, lo que permitió implantar el sufragio censitario en 1878 (Cánovas) y el universal masculino en 1890 (Sagasta). El poder ejecutivo recaía en el Rey y sus ministros, aunque estos respondían ante las cámaras. En materia religiosa, se reconocía el catolicismo como religión oficial, con sostenimiento del clero y culto, pero se admitía una libertad religiosa muy limitada, restringida por la moral católica y sin manifestaciones públicas. El sistema era claramente centralista, suprimiendo los fueros vascos tras la 3ª Guerra Carlista, aunque las provincias vascas conservaron competencias fiscales hasta que Franco abolió los fueros de Guipúzcoa y Vizcaya (no los de Álava y Navarra, que le apoyaron en la Guerra Civil). 3.EL PROBLEMA DE CUBA:Tras la emancipación de las colonias continentales, Cuba quedó como el principal bastión del imperio colonial español, con una economía centrada en la exportación de azúcar y tabaco, basada en plantaciones y mano de obra esclava, en beneficio de una oligarquía criolla, pero perjudicada por una política arancelaria y el centralismo político. En el último tercio del siglo XIX, Cuba vivió una etapa crucial hacia la independencia, marcada por insurrecciones populares como el Grito de Yara, que dieron lugar a la Guerra de los Diez Años (1868-78), finalizada con la Paz de Zanjón, sin concreción de las promesas autonómicas, lo que provocó nuevos conflictos como la Guerra Chiquita. El inmovilismo español impulsó el independentismo, liderado por José Martí, fundador en 1892 del Partido Revolucionario Cubano, y estalló una nueva sublevación en 1895 (Grito de Baire), apoyada por la burguesía criolla y población afrodescendiente, reprimida brutalmente por España. Pese a las tardías propuestas de autonomía (gobierno de Sagasta), el interés económico de EE. UU. y el hundimiento del acorazado Maine (1898) —atribuido a España sin pruebas concluyentes— llevaron a la intervención estadounidense, la rápida derrota española y la firma del Tratado de París (1898), por el que España cedía Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam a EE. UU. En 1899, con el Tratado Germano-español, España vendió las Islas Marianas y Carolinas. El llamado Desastre del 98 tuvo un gran impacto: en lo económico, generó repatriación de capitales y giro proteccionista; en la política colonial, se compensó con la ocupación del norte de Marruecos; en lo interno, aumentó el rechazo popular al ejército y se intensificó la crítica al sistema político de la Restauración; y en lo intelectual, surgió el regeneracionismo (destaca Joaquín Costa, que denunció la oligarquía y el caciquismo) y la Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-Inclán, Machado), que expresó literariamente la preocupación por la decadencia nacional. 4.EL “REVISIONISMO POLÍTICO” INICIAL DEL REINADO DE ALFONSO XIII Al comenzar el reinado de Alfonso XIII en 1902, los líderes regeneracionistas Maura (conservador) y Canalejas (liberal) intentaron reformar el sistema liberal sin alterar sus fundamentos. En su “revolución desde arriba”, Maura impulsó el proyecto de ley de administración local, que promovía la autonomía municipal y provincial, y la Ley Electoral de 1907, para acabar con el fraude electoral. Además, defendió un proteccionismo económico, la creación del Instituto Nacional de Previsión, la ley de descanso dominical, la legalización de la huelga y la mejora de las condiciones laborales de mujeres y niños. Por su parte, Canalejas buscó democratizar y ampliar la base social del régimen con reformas como la Ley del Candado (1910) —que prohibía nuevas órdenes religiosas—, la reducción de la jornada laboral, la ley de accidentes, la prohibición del trabajo nocturno femenino, el fin del impuesto de consumos, y sobre todo la Ley de Reclutamiento, que estableció el servicio militar obligatorio y limitó la redención en metálico. Su asesinato en 1912 supuso el fin de esta etapa reformista. A pesar de todo, los partidos dinásticos mantuvieron su dominio con prácticas caciquiles, pero entraron en descomposición interna, iniciando una crisis que llevaría a gobiernos de concentración desde 1917 y al golpe de Primo de Rivera en 1923. Paralelamente, entre 1918 y 1923, se vivió el Trienio Bolchevique, con fuertes agitaciones obreras y campesinas, causadas por la crisis económica tras la Primera Guerra Mundial y el impacto de la Revolución Rusa. 5.LA INTERVENCIÓN DE ESPAÑA EN MARRUECOS ENTRE 1904 Y 1927 Tras el Desastre del 98, España centró su política colonial en el norte de África, obteniendo, tras la Conferencia de Algeciras (1906), la zona norte de Marruecos, donde las tribus bereberes se oponían ferozmente a la presencia española. Las levas forzosas provocaron protestas como la Semana Trágica de Barcelona (1909), cuya represión forzó la dimisión de Maura. En 1912, se formalizó el Protectorado hispano-francés, y la ocupación efectiva se intentó tras la Gran Guerra. El general Silvestre, en un avance imprudente en Alhucemas, fue derrotado por las tropas de Abd el-Krim en Annual (1921), causando más de 12.000 muertos. Este nuevo desastre originó una crisis política centrada en el problema de las responsabilidades militares y políticas, lo que intensificó el descontento del ejército y su hostilidad al sistema, contribuyendo al golpe de Primo de Rivera. En 1925, el exitoso desembarco en Alhucemas —conjuntamente con Francia— llevó a la rendición de Abd el-Krim en 1926, asegurando la ocupación del Protectorado, aunque el conflicto sobre las responsabilidades de Annual siguió minando la estabilidad del régimen. 6.LAS FUERZAS POLÍTICAS DE OPOSICIÓN AL SISTEMA: REPUBLICANOS Y NACIONALISTAS A comienzos del siglo XX, los partidos excluidos del sistema de la Restauración comenzaron a ganar fuerza, especialmente republicanos y nacionalistas. El republicanismo, respaldado por intelectuales y clases medias, buscaba una democratización política e incorporó ideas del nuevo liberalismo democrático, más abierto a reformas sociales. En 1903, surgió la Unión Republicana, con éxito en ciudades, pero pronto se fracturó con la aparición en 1908 del Partido Radical de Lerroux, de corte anticlerical y españolista. Por otro lado, los nacionalismos nacen del malestar por la pérdida de fueros y privilegios históricos frente al centralismo liberal. A nivel cultural, el romanticismo impulsó la recuperación de las lenguas y costumbres regionales con movimientos como la Renaixença catalana, el Rexurdimento gallego y las iniciativas sobre el euskera. El nacionalismo vasco, fundado por Sabino Arana en 1895 con el PNV, promovía una identidad vasca diferenciada y superior, con base en la raza, cultura y lengua, oponiéndose a la industrialización y la inmigración. Tras la muerte de Arana, el partido se dividió entre independentistas y autonomistas, imponiéndose estos últimos y expandiéndose por el País Vasco con apoyo de la burguesía industrial. En Cataluña, el nacionalismo evolucionó de lo cultural a lo político: en 1882, Valentí Almirall fundó el Centre Català, en 1891 se creó la Unió Catalanista, y en 1901 la Lliga Regionalista, partido de la burguesía catalana, defendía un catalanismo moderado, autonomía y regeneración política, aunque sin apoyo obrero por su falta de propuestas sociales. En Galicia, el regionalismo moderado defendía la descentralización y la lengua gallega, con un nacionalismo más cultural que político. Finalmente, el nacionalismo andaluz, promovido por Blas Infante, tuvo escaso éxito político pese a su defensa de una mayor autonomía para Andalucía. 7.LAS REPERCUSIONES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y DE LA REVOLUCIÓN RUSA EN ESPAÑA Aunque España se mantuvo neutral en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la contienda tuvo un impacto interno considerable. La sociedad se polarizó ideológicamente: los católicos y conservadores se mostraron germanófilos, afines a posturas autoritarias, mientras que liberales, republicanos y obreros fueron aliadófilos, defensores de ideas democráticas. En el plano económico, la neutralidad permitió un auge industrial especulativo, beneficiando a la siderurgia vasca, minería asturiana y textil catalán, pero sin mejoras estructurales ni redistribución: aumentaron los beneficios, pero también la inflación y el empobrecimiento popular, lo que desembocó en la huelga general de 1917, impulsando la radicalización social y debilitando el sistema político de la Restauración. La crisis económica tras la guerra, al caer la demanda exterior, agravó la situación. La Revolución Rusa de 1917 reforzó al movimiento obrero español, animado por el ejemplo soviético y la precariedad social. El PSOE creció en el Congreso (Besteiro, Largo Caballero, Prieto) y ayuntamientos, pero su línea moderada y reformista provocó en 1921 una escisión: nació el Partido Comunista de España, vinculado a la Internacional comunista, con presencia en Vizcaya y Asturias. También el sindicalismo se intensificó: la UGT ganó afiliación, pero fue la CNT, reorganizada en 1918, la que lideró el impulso sindical, con fuerte implantación tanto en fábricas como en el campo andaluz. 8.LA CRISIS GENERAL DE 1917: CAUSAS, MANIFESTACIONES Y CONSECUENCIAS En pleno contexto de la Primera Guerra Mundial, España vivió en 1917 una crisis múltiple (social, política y militar) que marcó el principio del fin del sistema de la Restauración. Tres conflictos principales estallaron ese verano: el militar, por la intención de reformar el ejército (reducir oficiales y regular ascensos), provocó la creación de las Juntas de Defensa y obligó al gobierno a ceder promulgando una Ley del Ejército que mejoró sueldos y reguló ascensos; el político, con la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona (republicanos y socialistas intentaron una reforma constitucional sin éxito, por su escaso respaldo); y el social, con una huelga general convocada por UGT y CNT en los principales focos industriales, reprimida con gran dureza. Esta triple crisis aceleró la descomposición del sistema político dinástico. 9.LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA, DESDE EL DIRECTORIO MILITAR AL CIVIL Y SU FINAL La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) nació con el golpe militar del 13 de septiembre de 1923, apoyado por el rey Alfonso XIII y justificado por la crisis institucional, el desastre de Annual, el auge del obrerismo y los nacionalismos, la violencia social (pistolerismo) y la influencia del fascismo italiano. El Directorio Militar (1923-25) impuso un régimen de orden y censura, suspendió la Constitución, disolvió Cortes, ayuntamientos y diputaciones, y reprimió el separatismo catalán prohibiendo símbolos y lenguas. En 1924 se creó la Unión Patriótica (UP) como partido único y se aplicó legislación militar contra el terrorismo. El éxito en el desembarco de Alhucemas (1925) reforzó la figura del dictador, que formó entonces el Directorio Civil (1925-30). Esta segunda fase buscó consolidar un régimen corporativista y autoritario, con la Asamblea Nacional Consultiva (1927) de carácter simbólico y una política económica intervencionista: proteccionismo arancelario, monopolios estatales (CAMPSA, Telefónica) y fomento de obras públicas. A nivel social, la dictadura aplicó una legislación laboral que contaba con el apoyo parcial del PSOE y la UGT, integrados en estructuras del régimen. Desde 1926, la dictadura comenzó a perder apoyos, incluso entre el Ejército. La crisis de 1929, con la devaluación de la peseta y el resurgir huelguístico, aceleró su caída. Primo de Rivera, enfermo y aislado, dimite en enero de 1930 y muere poco después. El rey lo sustituye por el general Berenguer (“Dictablanda”), intentando una vuelta al orden constitucional, pero ya era tarde: en 1930 se firma el Pacto de San Sebastián y el triunfo republicano en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 provoca el exilio de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931. UNIDAD 7 2ª REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL 1.GOBIERNO PROVISIONAL Tras la proclamación de la Segunda República, se formó un gobierno provisional compuesto por diversas corrientes políticas, incluyendo católicos conservadores, republicanos radicales, socialistas y regionalistas, con el objetivo de llevar a cabo una profunda transformación en España. Este gobierno, fruto del Pacto de San Sebastián, reflejaba una amplia representación, desde la derecha republicana hasta los nacionalismos catalán, vasco y gallego. Entre sus primeras acciones, destacaron la promulgación de reformas laborales para mejorar las condiciones del campesinado, la creación de nuevas escuelas y la reforma del ejército para asegurar su lealtad a la República. Sin embargo, las reformas encontraron una fuerte oposición en sectores como el ejército, la oligarquía económica y la Iglesia, que se resistían a los cambios, especialmente la laicidad del Estado y la pérdida de poder de la Iglesia. La oposición de estos sectores generó un ambiente de tensión, con incidentes de violencia anticlerical y conflictos dentro del ejército. Además, la oligarquía temía la reforma agraria y la mejora de las condiciones laborales, que amenazaban sus privilegios tradicionales. Por otro lado, las clases populares vieron en el gobierno provisional una oportunidad de nivelación social, pero la lentitud de las reformas, especialmente en el ámbito agrario, minó su apoyo y favoreció posiciones más radicales. Las elecciones del 28 de junio de 1931, con amplia participación, reflejaron una victoria del PSOE, que, junto con los partidos republicanos de izquierda, constituyó una poderosa fuerza, mientras que la derecha, dividida, quedó en minoría. 2.CONSTITUCION 1831 La Constitución de 1931 fue un documento progresista que reflejó un pensamiento democrático y avanzado, buscando la redistribución de la riqueza y la creación de un estado del bienestar que abarcara a toda la sociedad. Estableció una república democrática de trabajadores, con un sistema de gobierno parlamentario, en el que la figura presidencial tenía competencias limitadas y controladas por el legislativo. Fue la primera en otorgar el sufragio universal a las mujeres, tras la lucha de Clara Campoamor, y proclamó la soberanía popular y una estricta separación de poderes. Su declaración de derechos incluyó libertades de expresión, asociación y trabajo, además de reformas progresistas como el matrimonio civil, el divorcio y la igualdad de los cónyuges en el matrimonio. También introdujo un Estado laico, aunque reconocía la libertad religiosa, lo que generó un fuerte rechazo en sectores conservadores y católicos. La cuestión religiosa y autonómica fueron puntos conflictivos, destacando la disolución de las congregaciones religiosas y la creación de autonomías regionales, como la de Cataluña. La Constitución de 1931 también reflejaba una orientación pacifista en política internacional y adoptaba una postura progresista en cuanto a la ampliación de derechos, aunque no logró resolver las tensiones internas, especialmente con la derecha conservadora, lo que contribuyó al quiebre del consenso en torno a la República. Fue aprobada en diciembre de 1931, con Manuel Azaña como presidente del gobierno y Alcalá Zamora como presidente de la República. 3.BIENIO REFORMISTA El Bienio Reformista (1931-1933) estuvo marcado por las reformas impulsadas por el gobierno republicano-socialista de Manuel Azaña, que buscaban modernizar España y reducir los privilegios de las élites, pero encontraron una fuerte oposición. En lo socio-laboral, Francisco Largo Caballero promovió la Ley de Contratos de Trabajo y mejoras para los obreros, pero la CNT respondió con huelgas. La reforma agraria intentó acabar con el latifundismo, pero su lentitud frustró a los campesinos, generando conflictos como los Sucesos de Casas Viejas. La reforma religiosa eliminó la financiación del clero y la educación religiosa, lo que radicalizó a los católicos. En lo militar, Azaña redujo el número de oficiales y cerró la Academia de Zaragoza, lo que causó malestar en el ejército. En lo territorial, Cataluña obtuvo su Estatuto en 1932, pero en el País Vasco fue rechazado; la autonomía generó rechazo en sectores militares, como evidenció el fallido golpe de Sanjurjo. La educación se fortaleció con un aumento presupuestario, la construcción de escuelas y proyectos culturales como Las Misiones Pedagógicas y La Barraca. Sin embargo, la falta de recursos, la crisis económica y la polarización política, con la derecha organizándose en la CEDA y grupos como la Falange, y la izquierda radicalizando su descontento, generaron un clima de inestabilidad. Finalmente, la crisis política, acentuada por los Sucesos de Casas Viejas, llevó a la dimisión de Azaña y la convocatoria de elecciones en noviembre de 1933. 4.EL BIENIO DE DERECHAS El Bienio de Derechas (1933-1936) supuso un giro conservador tras la victoria de la CEDA y el Partido Radical en las elecciones. Alejandro Lerroux asumió la presidencia del gobierno con apoyo de la CEDA, pero sin su participación directa, e inició una contrarreforma legislativa que revirtió avances sociales y autonómicos previos. La tensión aumentó cuando en 1934 la CEDA logró tres ministerios clave, lo que desató la Revolución de Octubre, encabezada por el PSOE y la UGT, aunque solo en Asturias adquirió carácter insurreccional con apoyo de todas las fuerzas obreras. La revuelta fue sofocada brutalmente por el ejército bajo la dirección de Franco, con miles de muertos y detenidos. La represión radicalizó aún más las posturas políticas y profundizó la polarización social, preparando el terreno para la Guerra Civil. Finalmente, un escándalo de corrupción en el gobierno de Lerroux precipitó su caída y la convocatoria de nuevas elecciones en 1936. 5.FRENTE POPULAR El Frente Popular (febrero-julio 1936) fue una coalición de izquierdas que ganó las elecciones de febrero con un programa reformista basado en la amnistía de los represaliados, la restauración de la Reforma Agraria y el Estatuto Catalán. Aunque no tenía un carácter revolucionario, la polarización política se intensificó: la derecha veía en él una amenaza comunista, mientras que sectores de la izquierda radicalizaban sus posturas. El nuevo gobierno, presidido por Azaña y luego por Casares Quiroga, tomó medidas para controlar al ejército, pero la inestabilidad aumentó con la violencia callejera de milicias de ambos bandos. La división interna del socialismo, el auge de grupos ultraderechistas como la Falange y los Requetés, y el deterioro del orden público marcaron estos meses. Finalmente, el asesinato del diputado conservador Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936 fue el detonante que aceleró la conspiración militar, dando inicio a la Guerra Civil española pocos días después. 6.EL GOLPE DE ESTADO El Golpe de Estado de julio de 1936 fue el resultado de una conspiración militar y política contra la República, liderada por el general Emilio Mola y secundada por generales como Franco, Goded, Queipo de Llano y Cabanellas. Aunque se esperaba una rápida victoria, el golpe fracasó en su objetivo de tomar Madrid y otras zonas clave, lo que llevó a la Guerra Civil. El gobierno republicano había intentado prevenir la sublevación trasladando a militares sospechosos, pero subestimó su magnitud. El 17 de julio la insurrección comenzó en Marruecos y se extendió a la península el día 18, con un éxito desigual según la región: triunfó en Navarra, Galicia y Castilla, mientras que fracasó en Madrid, Barcelona y la mayor parte del País Vasco. La falta de unidad dentro del ejército y la resistencia de las milicias populares impidieron una victoria inmediata de los sublevados. España quedó dividida en dos bandos. Ante el fracaso del golpe, el gobierno intentó mantener la legalidad sin armar a la población, pero al dimitir, un nuevo ejecutivo presidido por José Giral optó por repartir armas, marcando así el inicio de la Guerra Civil. 7.LAS FASES DE LA GUERRA: La Guerra Civil Española tuvo tres fases clave. En la primera (julio 1936-primavera 1937), el golpe de Estado fracasa y ambos bandos luchan por el control territorial. Franco cruza el estrecho de Gibraltar con ayuda alemana y avanza por el sur, mientras Madrid resiste con el apoyo de las Brigadas Internacionales. La República profesionaliza su ejército, pero las potencias europeas no intervienen a su favor, mientras que Alemania e Italia apoyan a los sublevados. En la segunda fase (primavera 1937-noviembre 1938), tras el fracaso en Madrid, Franco dirige su ofensiva al norte industrial, conquistando Vizcaya, Santander y Asturias con el apoyo de la Legión Cóndor alemana, que bombardea Guernica. Los republicanos intentan distraer a las tropas nacionales con batallas como Belchite y Brunete, pero sin éxito. En 1938, Franco avanza hacia el este y divide la zona republicana al llegar a Vinaroz. La última fase (julio 1938-abril 1939) comienza con la batalla del Ebro, un intento republicano de frenar a Franco y ganar tiempo ante una posible guerra mundial. Pese a un avance inicial, los republicanos son derrotados. Franco toma Cataluña y en marzo de 1939, el general Casado negocia el fin de la guerra, pero Franco solo acepta la rendición incondicional. El 1 de abril, con la caída de Madrid, la guerra concluye con la victoria franquista. 8.LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL La Guerra Civil Española se convirtió en un conflicto internacional, donde fascismo, comunismo y democracias burguesas midieron fuerzas. Aunque 27 países firmaron un tratado de "no intervención", fue una farsa, ya que Alemania, Italia y Portugal apoyaron a Franco con tropas, aviones y armamento, destacando la Legión Cóndor y el Cuerpo de Tropas Voluntarias. Por otro lado, la URSS envió armas y asesores a la República, que financió esta ayuda con el "oro de Moscú". Además, las Brigadas Internacionales, con unos 50.000 voluntarios, jugaron un papel clave en la defensa de Madrid y Guadalajara. Las democracias occidentales, en su mayoría, evitaron comprometerse: Francia ayudó solo al inicio, mientras que Reino Unido prefirió no enfrentarse a las potencias fascistas y proteger sus intereses económicos en España. 9.EVOLUCIÓN POLÍTICA Y ECONÓMICA DE LOS DOS BANDOS DURANTE LA GUERRA: Durante la Guerra Civil, España quedó dividida en dos realidades políticas y económicas opuestas. En la zona republicana, predominaban obreros, campesinos y pequeña burguesía, con una economía colectivizada y tendencias anarcosindicalistas, socialistas o comunistas. En la zona sublevada, integrada por militares, monárquicos, terratenientes y sectores conservadores, se impuso un modelo fascista con un control centralizado y apoyo de la Iglesia. Mientras la República experimentó transformaciones revolucionarias y colectivización de la producción, el bando franquista estableció una estructura autoritaria y militarizada que sentó las bases de la dictadura posterior. 10.LA ZONA REPUBLICANA La zona republicana vivió una revolución social con colectivizaciones impulsadas por CNT, FAI y UGT en la industria catalana y el campo andaluz y aragonés, además de una fuerte represión contra sectores conservadores. El golpe de Estado desmoronó el poder central, y al inicio de la guerra, las Juntas y Comités actuaban con autonomía. El gobierno de Largo Caballero intentó restaurar el control estatal y crear un ejército unificado, pero fracasó y fue reemplazado por Negrín, quien fortaleció la influencia comunista con apoyo soviético y apostó por la resistencia hasta una posible guerra europea. Económicamente, la República colectivizó industrias y tierras, pero la mala organización causó desabastecimiento en las ciudades. 11.LA ZONA SUBLEVADA En la zona sublevada, el ejército impuso su autoridad con Franco como Generalísimo, eliminando partidos políticos, la Constitución y las reformas republicanas. En 1937, Franco unificó Falange y el carlismo en FET de las JONS, estableciendo un partido único con apoyo de la Iglesia y represión contra disidentes. En 1938, creó su primer gobierno en Burgos y promulgó el Fuero del Trabajo, basado en ideas fascistas y corporativistas. Se prohibieron las huelgas y se instauró la censura. Económicamente, el control de zonas agrarias garantizó el abastecimiento, se revirtieron expropiaciones y la financiación provino de la ayuda de Alemania e Italia. 12.LOS COSTES HUMANOS Y LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES DE LA GUERRA La Guerra Civil dejó una fractura moral en España, con generaciones marcadas por el sufrimiento y la represión. En términos demográficos, se calcula cerca de 500.000 muertos, 400.000 heridos y 300.000 prisioneros, además de un gran éxodo republicano que afectó a las élites intelectuales y científicas. Económicamente, la guerra destruyó el tejido industrial, retrocediendo a una economía agraria. Se perdieron viviendas, infraestructuras y reservas de oro, mientras Franco acumuló una gran deuda con Alemania e Italia. Socialmente, la represión se institucionalizó con la Ley de Responsabilidades Políticas, encarcelando republicanos y profundizando la división entre vencedores y vencidos. TEMA 8: EL FRANQUISMO 1.PRIMERA ETAPA (1939 -1950). LA POSGUERRA: Durante la primera etapa del franquismo (1939-1950), España se caracterizó por la autarquía y el aislamiento internacional. Se estableció una dictadura totalitaria, con fuerte influencia de la Iglesia, el ejército y la Falange, y se aplicó una dura represión contra los republicanos. La autarquía económica derivó en un control estatal absoluto de la producción, con medidas como el racionamiento, el estraperlo y la creación del INI en 1941, lo que agravó el hambre y la miseria. En política exterior, España se alineó inicialmente con las potencias del Eje, enviando la División Azul a la URSS, pero tras las derrotas alemanas en 1942, Franco cambió su postura hacia una neutralidad pragmática. La victoria aliada en 1945 llevó a un aislamiento diplomático y económico, con la negativa de la ONU a aceptar a España y la retirada de embajadores de las potencias vencedoras, quedando el régimen únicamente respaldado por Portugal, Argentina y el Vaticano. 2.SEGUNDA ETAPA: Durante los años 50 y 60, España experimentó un proceso de apertura internacional y crecimiento económico, conocido como desarrollismo. La Guerra Fría permitió el fin del aislamiento diplomático, ya que EE.UU. vio en Franco un aliado anticomunista, lo que llevó a la firma de los Pactos de Madrid (1953), estableciendo bases militares estadounidenses en el país. España ingresó en la ONU (1955) y reforzó su relación con la Iglesia mediante el Concordato con el Vaticano. En los años 60, la adhesión al FMI y el Banco Mundial, junto con la visita de Eisenhower (1959), consolidó el régimen en el exterior. Se intentó mostrar cierta apertura con la incorporación de ministros tecnócratas y la firma de acuerdos con el Mercado Común Europeo, aunque la dictadura mantuvo una fuerte represión interna. PLAN DE ESTABILIZAVION El Plan de Estabilización de 1959, impulsado por tecnócratas del Opus Dei, marcó el abandono definitivo de la autarquía y la apertura de España a la economía de mercado, siguiendo las directrices del FMI y el Banco Mundial. Se aplicaron medidas como la devaluación de la peseta, la reducción del intervencionismo estatal y el fomento de la inversión extranjera, lo que permitió un rápido crecimiento económico basado en la industrialización y el turismo. A partir de 1963, los Planes de Desarrollo intentaron orientar la inversión y fomentar el empleo mediante incentivos, pero su impacto fue desigual, beneficiando a regiones como Cataluña, Madrid, País Vasco y Baleares, mientras que Andalucía, Galicia y Castilla sufrieron el éxodo masivo de trabajadores hacia las ciudades y Europa. El crecimiento de 1961 a 1973 transformó el país, gracias a la llegada de capital extranjero, el auge del turismo y las remesas de emigrantes, aunque con una desigualdad social y territorial creciente y una clase obrera con salarios bajos frente a una burguesía privilegiada. 3.TERCERA ETAPA(1973-75) Los últimos años del franquismo (1973-1975) estuvieron marcados por la crisis económica, el aislamiento internacional y el descontento social. En un intento de perpetuar el régimen, Franco nombró a Juan Carlos de Borbón como sucesor (1969) y a Carrero Blanco como presidente del gobierno (1973), pero su asesinato por ETA desbarató los planes continuistas. La crisis del petróleo de 1973 agravó la situación económica, aumentando el desempleo y el malestar social, mientras se intensificaban las movilizaciones obreras y estudiantiles. La oposición política, incluyendo partidos clandestinos y sectores del Ejército, ganaba fuerza, y la Iglesia se distanciaba del régimen. El gobierno de Arias Navarro, aunque inicialmente prometió reformas ("espíritu del 12 de febrero"), no logró cambios significativos, y la represión aumentó. En 1975, aprovechando la agonía de Franco, Marruecos organizó la Marcha Verde para ocupar el Sáhara Occidental, obligando a España a abandonar la región sin cumplir su promesa de referéndum. Finalmente, Franco murió el 20 de noviembre de 1975, poniendo fin a la dictadura e iniciando la Transición Española. 4. ORGANIZACIÓN POLÍTICA DEL ESTADO FRANQUISTA: El Estado franquista se configuró entre 1936 y 1938 con el nombramiento de Franco como Generalísimo y jefe de Gobierno, consolidando un poder personalista respaldado por la jerarquía católica y estructurado a través del Movimiento Nacional (FET de las JONS). Durante la dictadura, se estableció un entramado jurídico mediante leyes fundamentales que configuraron una "democracia orgánica" bajo control absoluto de Franco, destacando el Fuero del Trabajo (1938), que prohibió la huelga, la Ley de Unidad Sindical (1940), que creó el Sindicato Vertical, y la Ley de Cortes (1942), que otorgó funciones consultivas a un órgano sin capacidad legislativa. Posteriormente, el Fuero de los Españoles (1945) afirmó la confesionalidad católica del Estado, la Ley de Sucesión (1947) proclamó el carácter vitalicio de Franco como jefe del Estado y la Ley de Principios Fundamentales (1958) reafirmó los valores doctrinales del régimen, consolidando una monarquía tradicional, católica y social. Finalmente, la Ley Orgánica del Estado (1967) introdujo la figura del presidente del gobierno para garantizar la continuidad del sistema. Ideológicamente, el franquismo se sustentó en el patriotismo militar, el nacionalsindicalismo falangista y el nacionalcatolicismo conservador, consolidando un nacionalismo español unitario y tradicionalista que, tras la dictadura, provocó una reacción de los nacionalismos periféricos y debilitó el nacionalismo español moderado. 5. LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO: Durante el franquismo, la sociedad española experimentó un largo periodo de penuria y racionamiento, consecuencia de la posguerra, el aislamiento internacional y la autarquía económica, acompañado de una fuerte represión política y social que perpetuó la división entre vencedores y vencidos, respaldada por una Iglesia conservadora que restringió los derechos de las mujeres. Las bases sociales del régimen se sustentaron en grandes terratenientes, empresarios industriales, oligarquías financieras, pequeña burguesía provincial y campesinado propietario, apoyándose en los tres pilares fundamentales: el Ejército, con fuerte influencia en los gobiernos; la Iglesia Católica, legitimadora del régimen y controladora de la educación y las costumbres; y la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que proporcionó el sustento ideológico y organizó a las masas a través de instituciones como los sindicatos verticales, la Sección Femenina, el Frente de Juventudes y el Sindicato Español Universitario (SEU). Sin embargo, a partir de los años sesenta, el desarrollo económico y los movimientos migratorios impulsaron el crecimiento urbano, el acceso a nuevos bienes de consumo y la transformación de la mentalidad tradicional, fomentada por la influencia exterior, el turismo, los medios de comunicación y la expansión de la educación, lo que provocó una creciente contradicción entre la modernización social y la pervivencia de las instituciones del régimen. 6. LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL RÉGIMEN FRANQUISTA Y SU EVOLUCIÓN EN EL TIEMPO: La oposición al régimen franquista se caracterizó por la represión política y social, el control absoluto de los medios de comunicación y la educación, y la consolidación de un partido único, la Falange. Durante los años cuarenta, la oposición interna fue débil y dispersa, destacando las guerrillas armadas de los maquis, que fueron eliminadas, mientras en el exilio las acciones diplomáticas y propuestas monárquicas fracasaban. En los años cincuenta aumentaron las protestas, especialmente en las universidades y entre la clase obrera, surgiendo las primeras Comisiones Obreras y consolidándose el Partido Comunista como principal fuerza opositora. En los años sesenta y setenta, impulsados por el desarrollo económico y el cambio social, la oposición se fortaleció con huelgas y manifestaciones, destacando el Contubernio de Múnich y la aparición de organizaciones terroristas como el FRAP y el GRAPO. Además, emergieron nuevos partidos nacionalistas y alianzas políticas, como la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática, que en 1976 se unieron en Coordinación Democrática (Platajunta), mientras el régimen respondía con represión y ejecuciones, destacando el fusilamiento de Julián Grimau (1963), el proceso de Burgos (1970), el proceso 1001 (1973) y las últimas ejecuciones en 1975. UNIDAD 9: TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA Y ESPAÑA EN LA ACTUALIDAD 1.LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA: LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL La transición a la democracia en España estuvo marcada por una grave crisis económica originada por el fracaso del Tercer Plan d